Estancias divididas
Resumen
Cuando te regalan un reloj, te entregan “un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”. Esta advertencia abre el “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj” de Julio Cortázar, uno de los textos más recordados de Historias de cronopios y de famas (1962). Mi primer reloj me lo obsequiaron mis padres el año de 1966 en mi cumpleaños. Era un pequeño Jowissa con caja de acero circular, sin aguja para los segundos y una correa de cuero negro que a mí me parecía una venda oscura. Yo vivía preocupado por su exactitud y lo comparaba con cualquier otro reloj que apareciera cerca. Preguntaba la hora. Observaba las muñecas ajenas. Lo regulaba si descubría un retraso y alimentaba su cuerda hasta el tope varias veces al día. A los pocos meses atrasaba unos minutos y al cumplir un año casi media hora. Dejé de usarlo y lo abandoné en un rincón para que muriera. No sé qué pasó con él: su destino forma parte de las zonas nebulosas de mi memoria.