Los años de leguía (1919-1930)

Paulo Drinot
Instituto de Estudios Peruanos, 2024.

Adolfo Tantaleán

Universidad de Lima

Atantale@ulima.edu.pe

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2024.n012.7695

¿Como entender la modernización leguiista? El tema central de la obra de Paulo Drinot es la modernización política de 1895 a 1930, la cual, según el autor, comenzó a gestarse desde 1860. En aquella década se consideró necesario establecer una base económica alternativa a la dependencia del guano. Sin embargo, esta visión no se materializó hasta una década después, durante el gobierno de Manuel Pardo y Lavalle (1872-1876). La ola modernizadora fue bloqueada por la crisis económica causada por los empréstitos para la construcción de ferrocarriles, la aparición de un nuevo producto de exportación, el salitre, que llevó a la organización de su monopolio, y la guerra con Chile (1879-1883).

La reanudación de la modernización política se llevó a cabo en 1895, año en el que el Perú retornó a la economía internacional. En este proceso, se resaltó la necesidad de un aporte europeo como factor civilizatorio para el país. La contratación de la misión francesa, destinada a profesionalizar el Ejército peruano, coincidió con el deseo de “civilizar” a la población indígena. Sin embargo, no se logró captar el interés europeo en el Perú. La geografía fue un obstáculo, ya que el país se encuentra en el lado opuesto del Atlántico, y las áreas agrícolas estaban en zonas aisladas e inaccesibles. Además, el Estado no fomentó la llegada de inmigrantes europeos, lo cual también influyó en que se descartara al Perú como destino migratorio.

A inicios del siglo xx, la migración asiática, en especial la japonesa, protagonizó una nueva fase de cambios en la sociedad peruana. Augusto B. Leguía, quien administraba las haciendas azucareras de su suegro en Cañete, fundó la British Sugar Company. Para abastecer sus haciendas de mano de obra, promovió la migración nipona. Los inmigrantes japoneses, una vez finalizados sus contratos laborales, se reincorporaron al país, integrándose con éxito en las actividades urbanas.

Nicolas de Piérola fue el artífice de la modernización política en el Perú. Creó un sistema que contemplaba la alternancia en el poder entre el Partido Demócrata y el Partido Civil. Sin embargo, sería este último el que finalmente dominará el panorama político peruano. El deseo de establecer esta alternancia alcanzó su punto culminante en los sucesos de 1909, cuando Leguía, presidente en ejercicio, se alejó de la guardia vieja del civilismo. Esto fue visto por los seguidores de Piérola como el momento ideal para organizar un golpe de Estado, pero el intento fallido provocó el declive definitivo del Partido Demócrata. Otros partidos, como el Liberal, se encontraban ya en decadencia. El frustrado golpe de 1909 también llevó a que, dentro del Partido Civil, la vieja guardia se viera obligada a ceder terreno a la facción renovadora, encabezada por Augusto B. Leguía. A diferencia de los fundadores del civilismo, Leguía no tenía los mismos orígenes, lo que facilitó el nombramiento de figuras del Partido Demócrata y la postergación de los miembros tradicionales del Partido Civil.

Desde su primer gobierno (1908-1912), Augusto B. Leguía fue comparado con José Yves Limantour, el financista del Porfiriato. A diferencia del mexicano, Leguía careció de figuras cercanas a los científicos. Sin embargo, estaba convencido de la necesidad de la intervención del Estado en la economía. Como ministro de Estado, logró incrementar la recaudación fiscal mediante la creación de nuevos impuestos. Desde esa época, requirió expertos extranjeros para manejar los asuntos estatales, contratando al ingeniero Charles Sutton para estudiar el caudal de los ríos. Como presidente del país, buscaría beneficiar sus intereses económicos a través de obras de irrigación y de la inmigración japonesa.

Leguía consideró que el crédito extranjero debía servir para financiar obras de infraestructura. Sin embargo, la oposición que encontró en el Congreso no se centraba en sus planes, sino en la rapidez con que buscaba implementarlos. Otro tema relevante fue el de las fronteras: las negociaciones con Brasil y Bolivia continuaron siendo una preocupación hasta su segundo gobierno en 1919. En medio de estos conflictos limítrofes, surgió la figura de Óscar R. Benavides, quien logró frenar el avance colombiano en La Pedrera en 1911.

En un contexto convulso, marcado por la efervescencia del movimiento obrero y la crisis interna del Partido Civil, las elecciones presidenciales de 1912 fueron ganadas por Guillermo Enrique Billinghurst Angulo. Él había ocupado el cargo de vicepresidente durante el gobierno de Nicolás de Piérola y también se había desempeñado como alcalde de Lima. Billinghurst recibió el apoyo del Partido Civil independiente, de remanentes del Partido Demócrata y de los sectores obreros. Su presidencia (1912-1914) coincidió con una serie de movilizaciones obreras. La decisión de Billinghurst de armar a los obreros fue suficiente para justificar el golpe de Estado liderado por Óscar R. Benavides, quien asumió el gobierno entre 1914-1915.

José Pardo y Barreda regresó a la presidencia de la república. Este segundo gobierno (1915-1919) estuvo marcado por el desarrollo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que llevaba un año en curso. Los precios de las materias primas provocaron una reducción de la superficie cultivada para productos de subsistencia, lo que generó un alza en su costo. Se incrementó también el precio de las lanas, lo que derivó en una ofensiva de los gamonales contra las tierras indígenas y el consiguiente levantamiento de los campesinos. Teodomiro Gutiérrez Cuevas, comisionado por el gobierno para investigar los hechos, terminaría liderando el movimiento indígena.

La crisis económica, el crecimiento del movimiento obrero y la situación económica general abrieron la posibilidad de un rechazo al civilismo. En ese contexto, las elecciones presidenciales de 1919 se convirtieron en un escenario clave para que Augusto B. Leguía retornara a la arena política bajo la bandera de la “refundación política”. Leguía se presentó como un candidato renovador y proactivo en la formación de alianzas electorales. Lo veremos más adelante.

Entre 1913 y 1918, Leguía vivió en Londres, donde preparó su regreso a la política peruana. Mantuvo correspondencia con figuras como Carlos de Piérola y Andrés A. Cáceres. Durante la campaña política, Leguía fue ganando adeptos, especialmente entre la clase media, los estudiantes universitarios y los civilistas que no veían en Antero Aspíllaga una garantía de renovación. Andrés A. Cáceres respaldó a Leguía por su propuesta descentralizadora, ya que “el brujo de los Andes” había implementado un programa de descentralización durante su primer gobierno. Otras instituciones se unieron a Leguía en su campaña electoral. Los militares, por ejemplo, consideraban que Pardo y Barreda no había sido capaz de resolver el problema limítrofe con Chile, optando por postergarlo; una prueba de ello fue el recorte presupuestal que aplicó a las Fuerzas Armadas. Los militares recordaban que, durante su primer gobierno, Leguía rompió relaciones diplomáticas con Chile y aumentó el presupuesto militar.

Las elecciones presidenciales de 1919 se desarrollaron en un contexto internacional de transformación. El fin de la Primera Guerra Mundial, el triunfo de la Revolución rusa y los movimientos obreros en Argentina coincidieron con el avance de la llamada “ola roja”. Mariátegui sostenía que Leguía era un civilista que mostraba una fachada anticivilista y que su gobierno carecía de carácter democrático. En efecto, desde el inicio de la Patria Nueva, la represión no se hizo esperar. Buscó resolver la obstrucción legislativa que enfrentó en su primer gobierno con la nueva Constitución Política de 1920, inspirada en la Constitución mexicana y en la de la República de Weimar. Las reformas políticas fortalecieron al Ejecutivo en detrimento del Legislativo y el Poder Judicial, y desde el comienzo se anunció que el Ejecutivo no acataría las sentencias de la Corte Suprema.

La Constitución de 1920 reconoció a las comunidades indígenas y con ello se abrió un capítulo en las reivindicaciones indígenas. El apoyo de Leguía a esta causa se manifestó en la promoción de representaciones artísticas, en su respaldo a la lucha por la recuperación de tierras apropiadas por los gamonales y en la investigación arqueológica a cargo de Julio C. Tello, quien además fue representante de Huarochirí en el Congreso de la Patria Nueva. También se otorgaron protecciones legales a los obreros, incluyendo derechos laborales básicos, como la compensación por accidentes laborales.

Leguía continuó con el modelo económico de la República Aristocrática. La Patria Nueva promovió la llegada de la inversión extranjera en diversos sectores extractivos, lo que, a su vez, comprometió la soberanía nacional frente a los intereses estadounidenses. La presencia del capital extranjero impulsó al gobierno a desarrollar la infraestructura necesaria para transportar materias primas desde sus lugares de extracción hasta el Callao o de los puertos de exportación hacia mercados internacionales. Los métodos tradicionales de transporte, como las recuas, fueron reemplazados por trenes de carga y camiones modernos. Los empréstitos norteamericanos se destinaron principalmente a pagar los servicios de empresas estadounidenses que operaban en el Perú.

La Patria Nueva puede considerarse en dos etapas: una fase de democracia anticivilista y otra autoritaria. El punto de quiebre fue la consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús, cuyo objetivo era ganar el apoyo de la Iglesia católica para compensar el respaldo que Leguía había perdido entre los estudiantes universitarios. Las universidades se vieron afectadas por la ausencia de autoridades, como en el caso de la universidad San Antonio Abad del Cusco, o el cierre de facultades, lo que obligó a muchos estudiantes de provincias a trasladarse a Lima.

La modernización de las Fuerzas Armadas enfrentó dificultades debido a la desconfianza de Leguía hacia la lealtad del Ejército. Para mantener el control sobre esa institución, el Ejecutivo promovió a oficiales leales y reprimió a aquellos sospechosos de conspirar contra él. Otra medida empleada por Leguía para asegurar la lealtad del Ejército fue la creación de contrapesos; en ese contexto, surgió el Ministerio de Marina, que rápidamente obtuvo un presupuesto propio.

La seguridad pública, lo que hoy entendemos como seguridad ciudadana, fue una preocupación especial en la Patria Nueva. Leguía contrató una misión española para modernizar el cuerpo de policía, lo cual incluyó la creación de una policía secreta. Esta estructura permitió establecer una red de vigilancia en todos los sectores sociales y facilitó la represión de la oposición.

La política internacional de Leguía se concentró en resolver las disputas fronterizas con Colombia y Chile. La disputa con Colombia giraba en torno a territorios caucheros, un recurso cuya exportación había comenzado a disminuir. Leguía decidió ceder estos territorios a Colombia, a cambio de áreas más favorables para la economía peruana. Sin embargo, este cambio territorial no resultó beneficioso, ya que Ecuador también ambicionaba esos territorios, y Perú terminaría cediéndolos. En cuanto a Chile, Leguía confiaba en que los principios wilsonianos favorecían los intereses nacionales. La libre determinación de los pueblos, uno de los factores que reconfiguraron el mapa político de Europa, era clave en la cuestión de las provincias cautivas, que debía resolverse mediante el plebiscito acordado en el Tratado de Ancón. Es importante añadir que la élite aspiraba a recuperar las tres provincias cautivas. Con el apoyo de la diplomacia estadounidense, Leguía estaba convencido de que el plebiscito se llevaría a cabo. Sin embargo, Estados Unidos concluyó que este proceso era inejecutable. En Lima, la noticia fue recibida como una traición a la causa peruana. La solución final, que implicó la cesión definitiva de Arica y el retorno de Tacna, fue celebrada solo por los tacneños y por Leguía, pero no por la sociedad peruana ni por el Ejército.

La clase media estaba conformada por una gran variedad de grupos sociales. Leguía buscó beneficiar a algunos de estos grupos, pero no a todos. Aunque hubo un incremento en el número de estudiantes en escuelas de Ingeniería y Agricultura, así como en temas relacionados con cuestiones sociales, como la salubridad, la clase media se mantuvo alejada de las responsabilidades en tareas de gobierno. Para estas grandes responsabilidades, Leguía contrató a expertos extranjeros. Sin embargo, estos expertos terminaron abandonándolo cuando sus pretensiones reeleccionistas en 1929, junto con el crack, tornaron el panorama político en el Perú aún más complicado.

¿Leguía versus Leguía? Durante la década de 1920, Leguía fue el principal defensor de su propio régimen, promoviendo la construcción de un modelo de civilidad en el Perú. En los años siguientes, tanto él como el leguiismo serían interpretados desde diversas perspectivas. En los años treinta, el antileguiismo condenó su régimen por los altos niveles de corrupción y lo responsabilizó del surgimiento del Partido Aprista Peruano, considerado, en buena medida, como una herencia de su acercamiento a la clase media. En la década de 1940, con el inicio de la Guerra Fría y sus efectos inmediatos en la economía peruana, se buscó reinterpretar el programa de obras públicas del ochenio (1948-1956) como una continuación de la Patria Nueva, en la que Manuel A. Odría se perfilaba como continuador de ese legado. Durante los años sesenta, la historiografía peruanista empezó a examinar la política internacional de la Patria Nueva, mientras que en los setenta la teoría de la dependencia introdujo nuevos enfoques y perspectivas sobre el oncenio, con énfasis en la dependencia económica y en el despegue económico que nunca se concretó. En los años ochenta, el oncenio fue interpretado desde la óptica marxista y, finalmente, en la década de los noventa, la Patria Nueva fue estudiada a la luz de sus similitudes con el autoritarismo del fujimorismo.