Hijos de la peste. Una historia de las epidemias en el Perú

Marcel Velázquez Castro
Taurus, 2020.

Javier Iván Saravia Salazar

Universidad Nacional Mayor de San Marcos /
Universidad Ricardo Palma

javiersaraviasal@gmail.com

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2024.n012.7694

Hijos de la peste de Marcel Velázquez Castro (catedrático, ensayista y crítico literario) es una obra, escrita y publicada en pleno confinamiento, en octubre del 2020. Nos presenta un recorrido por diferentes aspectos de las epidemias (la fiebre amarilla, la peste bubónica, el cólera, el sarampión, la sífilis, la gripe española y el COVID-19) en la historia de nuestro país. Parte de una reflexión sobre la experiencia de la pandemia de coronavirus y su relación con epidemias pasadas. Se examina la intersección de historia, miedo, violencia y humor en contextos de crisis sanitarias y se cuestiona la gestión del espacio público, la respuesta del Estado y la sociedad, y la influencia de la cultura y la ciencia. Analiza la visibilidad del miedo, las desigualdades sociales exacerbadas durante la pandemia y la importancia del humor como respuesta cultural. Aboga por una comprensión profunda de la situación actual a través de la historia cultural y llama a una militancia en la esperanza para enfrentar los desafíos del presente.

El libro está dividido en tres partes y un epílogo. La primera parte, titulada “Historia”, contiene cuatro relatos. En “El incendio, la quimera y la política”, se analiza el incendio en el lazareto de Maravillas de Lima en 1909, ordenado por el alcalde de aquellos años, Guillermo Billinghurst. En este suceso, se reflejaron las tensiones entre el mandato autoritario higienista y las instituciones tradicionales de tratamiento de epidemias. Se destaca la lucha histórica contra la lepra y la peste negra, hechos que contextualizan la construcción de lazaretos como respuesta a las epidemias. Se mencionan, de manera prominente, las caricaturas publicadas en la revista Fray K. Bezón que representan a políticos (Billinghurst, Pardo, Piérola y Durand) en relación con las enfermedades dispersas y la gestión sanitaria. En estas ilustraciones, se revela la complejidad de las reacciones políticas ante las epidemias, marcadas por tensiones entre el poder político, el saber científico y la práctica médica, mientras se exploran los imaginarios históricos de las enfermedades infecciosas.

En el segundo relato, “El largo grito del encuentro”, se aborda el proceso de desarrollo humano y la concentración de población, que conllevan una rápida expansión y la explotación del medio ambiente, las cuales, a su vez, han generado graves desequilibrios con la desaparición de entornos naturales y la extinción de especies. Este fenómeno se ilustra bastante bien en el encuentro entre los europeos y los americanos durante la conquista, proceso en el que las enfermedades previamente conocidas en Europa, como la viruela y el sarampión, diezmaron a las poblaciones indígenas americanas. Los casos más resaltantes son la caída de Tenochtitlán en 1521 y la del Tahuantinsuyo tras la muerte de Huayna Cápac. Como último punto, se destaca cómo las medidas sanitarias (de desinfección y cuarentenas) implementadas se convirtieron en respuestas tradicionales frente a estas epidemias, a la par que las creencias religiosas las vinculaban con cataclismos y castigos divinos. Estos eventos históricos revelan la complejidad de las interacciones entre humanos, su medio ambiente y las consecuencias inesperadas de la concentración poblacional y la explotación del entorno.

El tercero, “La Ilustración y sus enfermedades”, se concentra en el análisis del impacto de la Ilustración y de las reformas borbónicas en la América hispana. Es así que las ciudades experimentaron cambios urbanísticos significativos impulsados por políticas que buscaban orden, limpieza y moralidad. A pesar de la resistencia de las élites tradicionales y los sectores populares, se implementaron reformas sanitarias que dejaron huellas materiales en las ciudades. Estas incluyeron la creación de instituciones duraderas, como el Cementerio General y el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos. La lepra y la viruela fueron enfermedades endémicas durante el periodo colonial, y se realizaron esfuerzos para combatirlas, como la introducción de la vacuna a través de campañas que implicaron la participación forzada de niños. Sobre lo anterior, cabe mencionar dos obras pintorescas: Leprosa bañándose e Indio con viruela. También se destaca el rescate de ideas coincidentes con el higienismo dentro de la novela Herencia (1895) de Clorinda Matto de Turner. La higiene se convierte en una preocupación constante en el siglo xix, vinculada a los conceptos de decencia y civilización, pero también a ideas discriminatorias basadas en la jerarquización racial. Las epidemias, como la de la fiebre amarilla, llevaron a la construcción de hospitales modernos; no obstante, a su vez evidenciaron la falta de respaldo político a los esfuerzos médicos. En este contexto, figuras como Cayetano Heredia, Casimiro Ulloa y Daniel A. Carrión jugaron un papel importante en el desarrollo de la medicina y la ciencia. A pesar de los avances, las fantasías legislativas y la falta de apoyo político obstaculizaron el logro de ciudades limpias y saludables en la América hispana del siglo xix.

Finalmente, en “Las ratas de la modernidad” se explora el periodo de la República Aristocrática en Lima (1895-1919), en el cual la modernización coexistió con la resistencia social y las tradiciones. La implementación de un sistema centralizado de sanidad encontró fuerte oposición debido a la percepción de intromisión en la vida privada. La plaga de 1903, ilustrada en la revista Actualidades, resaltó la acción de médicos y autoridades para transmitir control y seguridad. Comerciantes extranjeros cuestionaron la epidemia y priorizaron los intereses comerciales por sobre la salud. La reacción ante la propagación incluyó la demolición de mercados, un paralelo histórico a medidas actuales como el confinamiento. Incluso, se emplearon métodos drásticos como quemar alquitrán. La resistencia a las vacunas se observó desde la década de 1860 y se reflejó en caricaturas literarias, como La intelectualitis aguda y La vacuna obligatoria, publicadas por las revistas Monos y Monadas y Fray K. Bezón. Las autoridades enfrentaron las epidemias con instituciones científico-médicas, vacunas, medidas de higiene y desinfección, mientras que los sectores populares, la Iglesia católica y los intereses económicos desafiaban estas acciones.

La segunda parte del libro, titulada “Miedo”, reúne seis relatos. En “La carroza y las cenizas”, Velázquez nos narra que, durante el siglo xix y principios del xx, surgen los carros para “apestados”. Este es descrito como “un carruaje gris con una sola entrada en la parte superior, … [del que] todos saben qué transporta y quién conduce los caballos” (p. 71), el vehículo ocasionaba rechazo y violencia por parte de la sociedad. Constó de dos carros, uno para el enfermo y otro para sus pertenencias. El cochero de la carroza era un indígena, cuya libertad era reconocida, pero a la vez reprimida; tenía la labor de llevar a los apestados al lazareto (el más conocido se ubicaba en lo que hoy es el distrito de San Martín de Porres). En los lazaretos había hermanas de la caridad (pertenecientes a la orden de San Vicente de Paúl) que cumplían el rol de enfermeras, tanto así que fueron diezmadas por la epidemia de fiebre amarilla de 1868; a su vez, había un capellán perteneciente a la orden de San Camilo de Lelis, uno de los primeros representantes de la Cruz Roja. Incluso, desinfectar y esterilizar un cadáver era un reto y un avance científico-técnico significativo de la época.

En “El vuelo de la virgen”, Velázquez nos narra que en la ciudad de Uchumayo (Arequipa) se realizó el vuelo de la Virgen de Chapi en el Día de la Madre del 2020, gracias al apoyo de la minera Cerro Verde y la tecnología de un helicóptero que sobrevoló toda la ciudad, debido al confinamiento producto de la pandemia por COVID-19 y que obligó a las iglesias a cerrar sus puertas y realizar misas de forma virtual. Esta actividad conservaba intacta la dinámica de intercambio de dones y mercancías. Así, no solo se calmaba la angustia por los peligros de la peste, sino, también, el incumplimiento forzado del mandato de peregrinaje. Esto demostró que la religión ganó terreno y expandió sobre él sus discursos, cultos y símbolos. Como este ejemplo hubo otros, tanto en Lima como en otras provincias del Perú. Esto generó una especie de relación entre la ciencia, de un lado, y la religión, del otro. Incluso, en el aspecto político, en el caso de Lambayeque y Tumbes, se realizaron ayunos y acercamientos a Dios. De modo semejante sucedió con las procesiones, los responsos y las rogativas durante la epidemia de 1868.

En “Apocalipsis y consumo” se destaca cómo el miedo al desabastecimiento durante la pandemia, debido al confinamiento, hizo que la gente comprase compulsivamente, como si se tratara de un apocalipsis de ciencia ficción y tuviéramos que adquirir provisiones para la supervivencia. Entre esos productos, destacó la compra compulsiva de papel higiénico.

Seguidamente, Velázquez nos presenta, en “La profecía y la niña”, que en Sauce (San Martín) hubo una niña que profetizó que vendría una enfermedad más fuerte que el COVID-19. Sin embargo, hubo dudas y discrepancias sobre el contenido de la profecía. Ella afirmaba que Dios le había dicho que el 21 de abril vendría esa enfermedad. La menor escuchó noticias atemorizantes sobre los peligros del COVID-19, lo cual le causó un deseo de ir al cielo a ratificar esos peligros y colocarlos en una estructura de significación bíblica. Esta noticia pronto se esparció por todo el Perú. En Lima tuvo cierto impacto, puesto que algunas tiendas no atendían y otras no eran visitadas. En cierta manera, el hecho contribuyó a que algunas personas, que aún no eran conscientes de la gravedad de la pandemia, se abstuvieran de salir de sus casas. Si bien muy pocos creían en la noticia de la profecía, por seguridad decidieron, ese día, resguardarse en sus casas.

En “El hospital y la estadística”, Velásquez retrata cómo los hospitales estaban abarrotados de enfermos por COVID-19, tanto en Lima como en otras regiones. Anota también cómo los sectores socioeconómicos más bajos solicitaban ayuda del Estado, lo que lo llevó a implementar camillas y sillas de ruedas que abarrotaban aún más los hospitales llenos de gente que perdían las esperanzas de encontrar una cama UCI o un balón de oxígeno. Esto último, también, se volvió un comercio muy sonado, imposible de pagar para muchas personas. Al ser el Perú un país de profundas desigualdades donde está presente el racismo —aunque de manera soterrada—, la etnicidad y la diferencia entre urbanos y rurales, estos factores influyeron decisivamente en el acceso a la salud pública. Incluso, no hubo crematorios ni funerales formales. Morir en casa (alrededor de los familiares), en la calle (dramático y vergonzoso) o en un hospital (aséptico y controlado) es diferente. En Lima, contar con un seguro de salud se volvió un signo de estatus social frente a la precariedad con la que muchos peruanos llevaban su vida.

En “Los piojos y la mosca azul”, el autor pone dos novelas como ejemplos de la representación literaria de los efectos sociales de la pandemia: La muerte de los Arango y Los ríos profundos, ambas de José María Arguedas. La primera de ellas quizá sea el único relato literario que no solo representa una epidemia, sino el miedo y los conjuros contra ella. En la segunda se compone una magnífica representación literaria de los efectos psicológicos y sociales que suscita. La imagen del sujeto colectivo que enfrenta una epidemia, desde la conciencia de su propia finitud humana hasta el reforzamiento del vínculo con todos los seres vivos, adquiere en Arguedas una dramática actualidad contra la perspectiva individual de enfrentar la pandemia. Sin duda, muchas de las respuestas ante estos miedos erosionan y distorsionan el lazo social y, por consiguiente, instalan recurrentes e insólitas formas de violencia.

La tercera parte del libro, titulada “Violencia”, está compuesta por los capítulos “El cólera y los jóvenes”, “Epidemias y racismo”, “Los ojos del Estado: control, resistencia y estigma” y “Espacios degradados e ilusiones peligrosas”. El énfasis de estos capítulos recae en el papel represivo del Estado, razón por la cual se inicia con un epígrafe tomado de Vigilar y castigar de Michel Foucault. De hecho, la sección enfatiza la manera en que las epidemias han servido, a lo largo de la historia peruana, para reprimir a grupos sociales y raciales, y usarlos como chivos expiatorios. En particular, el capítulo “El cólera y los jóvenes” es el más autobiográfico del libro, ya que el autor refiere a la epidemia del cólera y cuenta su experiencia como testigo en 1991, cuando aún era estudiante en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Como señala Velázquez, “la epidemia del cólera en 1991 fue parte de una tormenta perfecta, porque concurrió con una feroz crisis económica, una acelerada descomposición social y un conflicto armado interno en su fase más violenta” (p. 117). Además, “a diferencia de la COVID-19, que corona trágicamente años de crecimiento económico, el cólera de 1991 ocurrió poco después de la catástrofe económica de la hiperinflación y cuando la pobreza alcanzaba el 57,4 % de la población en el Perú” (p. 120).

La última parte del libro, titulada “Humor”, se divide en seis partes. El primer relato, “La carcajada y la sonrisa”, alude a King Pest de Edgar Allan Poe. La mención de este cuento con una carcajada y una sonrisa nos muestra diferentes perspectivas que van desde la realidad hasta lo terrorífico. Velázquez destaca cómo este relato contiene elementos cómico-grotescos y presenta estructuras de significación que contrastan en muchos niveles, los cuales están conectados por los dos protagonistas. Se muestra un tradicional mundo al revés, en el que los pobres vencen a los ricos y en el que la vida se opone a la muerte —y en el que, incluso, los vivos roban las mujeres de los heraldos de la parca—. En resumen, este cuento nos enseña a reírnos de la muerte. Esa risa cómica se puede expresar con una visión popular-carnavalesca que mezcla al cuerpo y sus necesidades —entre ellas, el sexo, la comida y las bebidas—; en cambio, la sonrisa universal del humor implica la generalización y la abstracción, como un fenómeno estético que se puede asociar a los placeres intelectuales. Por ello, coloca la realidad de la parca, aunque simultáneamente la niega, “reír contra la muerte y sonreír ante nuestras desventuras” (p. 177). Sin embargo, existe una risa que necesariamente se burla del físico, la cultura, la pobreza, la forma de hablar o el origen. En una sociedad como la peruana es muy frecuente este tipo de risa, en la que —escondida tras una broma aparentemente inocente— se desliza la exclusión. Velásquez hace una recopilación de imágenes históricas en las que se aprecia que la risa fue el antídoto perfecto contra las epidemias a lo largo de los años, al burlarse de la peste bubónica, de la viruela, de la fiebre amarilla y de la gripe, y cuestionar la efectividad de los medicamentos y las medidas tomadas por las autoridades. La carcajada y el humor nunca van a cambiar el horizonte hegemónico del miedo, la incertidumbre y la violencia motivados por la pandemia del COVID-19, pero contribuyen a mantener el desastre más allá.

En “El miedo risueño”, la risa posee un proceso mecánico-biológico. La cultura y las formas de socialización determinan muchas veces el objeto. Antes del placer de la risa, se requiere una interpretación de la realidad; en otras palabras, se requiere de un proceso hermenéutico previo. El hablante lírico reconoce que está nervioso, siente esa intranquilidad ante el bacilo y el contagio y, ante ello, surgen la frustración y el desaliento. Sin embargo, en esta situación aparece también el deseo abrupto de salir fuera del espacio de la ciudad, de irse a donde no haya contagio o enfermedad. Este tipo de decisiones se ha visto muchas veces a lo largo de la historia. Para evitar que hubiese decisiones de este tipo, se buscaban formas de comunicar remedios o productos eficaces contra estas enfermedades. De hecho, los comerciantes no dejaron pasar la oportunidad y, aprovechando la histeria generalizada por querer desinfectarse, crearon la primera lejía el 28 de mayo de 1903. Con relación a la actualidad, durante la pandemia del COVID-19, las antenas 5G se relacionaron con la llegada y transmisión de dicha enfermedad. Todo ello es una muestra de que siempre estuvo presente la risa para aliviar las emociones negativas que causaban las enfermedades pandémicas y cómo esta da un hilo de esperanza ante la incertidumbre.

Seguidamente, en “Dibujar la muerte”, el autor se ocupa de analizar la religión como creadora de imágenes, aquella que nos hace percibir a Dios y a la Iglesia desde sus estereotipos y lugares comunes. Se nos muestra a la muerte mediante quimeras y pesadillas. La cultura popular siempre fue la que representó el fin de la vida y creó una compleja franja de interacciones con la cultura hegemónica en sí. Gracias a ello, se puede destacar un género artístico, conocido en la Baja Edad Media, llamado “danza de la muerte” o “danza macabra”. En él, se remarca el carácter repentino de la parca, quien impone que se realicen buenas obras en la vida para obtener el perdón por los pecados cometidos; se menciona que la muerte invitaba a todos a bailar, sean reyes, obispos o campesinos, alrededor de las tumbas. Casualmente, esta danza coincide con el periodo de la peste negra, conocida como la madre de todas las plagas al haber matado entre cincuenta y setenta millones de personas; según varios historiadores, fue el equivalente al 50 % de la población mundial. Actualmente, la muerte se ve menos imprevisible y más tardía, pues la ciencia médica aplaza el momento cada vez más. Destaca cómo la risa nunca falta y cómo se representó a las epidemias con mujeres en forma de esqueletos, vestidas con falda, tacones y pañoleta. Durante la peste bubónica, la muerte aparecía con sus ayudantes: las ratas; incluso se asociaba a la muerte con el acto de comer, pero esto ya estaba arraigado en la cultura popular y en la fiesta de carnaval. Muchas veces la risa no era visible ante la pérdida emocional, pero hubo uno que otro chiste que sí llegó a traspasar esa barrera. Como en Actualidades n.o 22, del 27 de mayo de 1905, que trata de una conversación entre dos madres sobre la pérdida de sus hijos con un final no esperado con la respuesta de una de las madres, en la que queda la risa de por medio; esto funciona por la polisemia entre la palabra "pérdida" y por el remate con una réplica imprevista. “Yo también acabo de perder una hija que era el encanto de la casa”, dice una de las madres; “¿Se la llevó Dios por la misma enfermedad?”, pregunta la otra. Y la respuesta final es “No, un maestro de escuela” (p. 201).

En “El talento mortal de los políticos y la risa de los médicos”, Velásquez destaca cómo los políticos y médicos encarnan el poder y el saber sobre las epidemias, y cómo el chiste también estuvo presente para caricaturizar sus decisiones. Muchos dibujos humorísticos desacralizaban la autoridad del médico desde diversos aspectos. Uno de estos consistía en revelar sus intereses crematísticos o sus vínculos comerciales con boticas. Esto no era una novedad, pues durante la peste bubónica aparece el humor como crítica contra las erradas decisiones de los políticos. El autor se cuestiona sobre este tipo de humor: “¿Acaso no lo hacemos desde la seguridad de formar parte de una clase que no va a sufrir las consecuencias de esas autoridades?” (p. 204).

Velásquez analiza el olor en “La higiene y el hedor: la fantasía de la desinfección”. En el texto, destaca cómo el olor urbano estaba compuesto por el hedor del matadero, de las lecherías, de los corrales de ganado, etcétera. Sin embargo, aquí también están presentes los chistes que dividían a la “gente decente” de todos los demás, pues a través de aquellos se asimilaban burlas sobre los supuestos hábitos de aseo del serrano, del afroperuano, del pobre. Si volvemos al pasado, ese tipo de burlas estaban presentes desde la época de la esclavitud, en la que se decía no soportar el olor a esclavo. Pero ¿a qué olían los esclavos? El pasado se convierte en una mercancía que busca vender en el mercado de la cultura impresa. Dado que ya no cabe la desigualdad formalizada ante la ley, basta con la distinción de los olores para saber de qué clase social es uno. Actualmente, ¿por qué tendríamos que sentirnos inferiores en todo y decir que no tenemos tiempo para realizarnos una higiene que no dura ni diez minutos? No se necesitan productos de alta gama para ello, basta con un jabón, crema dental y muchas ganas de sentirse bien consigo mismo.

Finalmente, en “Las huellas de la enfermedad”, Velázquez reflexiona sobre cómo el humor contra la muerte y sus insólitas comunidades hermenéuticas pueden devolvernos a una dimensión perdida en el presente y llevarnos a una mejor comprensión de las batallas del pasado. Si bien una carcajada jamás podrá combatir a la muerte, ella nos permite una cierta liberación, quizás incompleta o agridulce, pero que provee de cierto alivio ante los desastres de un presente sombrío y la terrible incertidumbre. En resumen, la risa y la sonrisa crean un frágil y delicado reino de resistencia y esperanza.

Ya en el epílogo, el autor reflexiona sobre cómo se abordan los impactos de la pandemia en la sociedad y la percepción de la muerte. Destaca la esperanza que surgió con la promesa de la vacuna, pero también señala las consecuencias derivadas de las catástrofes producidas por las enfermedades, como el aislamiento, la desigualdad de género y la pérdida de conexión interpersonal. Se critica la respuesta gubernamental y se la compara con la eficacia de programas de la Iglesia católica. Velázquez menciona ejemplos históricos de respuestas a epidemias (fiebre amarilla, peste bubónica y cólera) y cómo el miedo puede llevar a la violencia. La importancia de las redes sociales en esta crisis se subraya junto con la proliferación del cinismo y la indignación. Debemos destacar que esta obra nos sirve de introducción para abordar problemáticas como la gestión del espacio público y la respuesta del Estado; las desigualdades sociales y la discriminación en el acceso a la salud pública; el peso de la religión y las creencias en la sociedad peruana frente al discurso estatal; la importancia del contexto cultural y científico para la comprensión de los contextos de pandemia, así como el impacto de las pandemias en la sociedad moderna.

Es un libro interesante y de lectura ágil que introduce al lector en el impacto social y cultural de las pandemias en la historia nacional. Contiene relatos que mezclan la respuesta estatal frente a las enfermedades y las respuestas sociales ante el impacto de las enfermedades y el accionar estatal, reacciones diversas que van del temor a la risa y que nos muestran, a través de sus relatos, el mosaico de situaciones sociales que es nuestro país.