Cambios en el orden mundial tras el fin
de la Guerra Fría
Changes in the world order after the end of the Cold War
Luis Tello Vidal
Universidad de Lima, Perú
https://orcid.org/0000-0002-3581-8035
doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2024.n012.7687 Recibido: 16.9.24 / Aprobado: 30.10.24
RESUMEN
En este ensayo se explica la relación entre la globalización y su influencia en la construcción del orden mundial y el concepto de historia universal, entendido como algo reciente. Se analizan las diversas fases de la globalización, iniciada a partir de la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492; las transformaciones políticas en el escenario del Mediterráneo, así como el papel de la tecnología en el impulso de la globalización y las dos oleadas de colonización desarrolladas (la primera, entre los siglos xv y xix y la segunda, de los siglos xix y xx). Se concluye que la historia universal es un proceso reciente, que va acompañado de un mundo más integrado en el cual sí es posible tener una historia común. Paralelamente, se analiza la edificación de un orden mundial que va a exhibir hitos históricos como la Paz de Westfalia de 1648, el Congreso de Viena de 1814-1815, la Conferencia de Berlín de 1885, la Paz de Versalles de 1919, la creación de la ONU y el inicio de la Guerra Fría en 1945, la finalización de esta última en 1991; finalmente, el tránsito de la bipolaridad a la unimultipolaridad y el camino hacia la multipolaridad de la actualidad.
PALABRAS CLAVE: Guerra Fría / nuevo orden mundial / globalización / historia universal / integración económica
ABSTRACT
This essay explains a relationship between globalization and its influence on the construction of world order and the concept of universal history, seen as something recent. The various phases of globalization are analyzed, beginning with the arrival of Christopher Columbus to America in 1492; the political transformations in the Mediterranean scenario, as well as the role of technology in driving globalization; the two waves of colonization developed; the first, between the 15th and 19th centuries; and, the second, from the 19th centuries. It is concluded that universal history is a recent process, which is accompanied by a more integrated world in which it is possible to have a common history. At the same time, the construction of a world order is analyzed that will exhibit historical milestones such as the Peace of Westphalia of 1648; the Congress of Vienna of 1814-1815; the Berlin Conference of 1885; the Peace of Versailles of 1919; the creation of the UN and the beginning of the Cold War in 1945, then its end in 1991; finally, the transition from bipolarity to uni-multipolarity and the path towards the multipolarity of today.
KEYWORDS: Cold War / new world order / globalization / universal history / economic integration
INTRODUCCIÓN
La construcción del orden mundial y de lo que denominamos “historia universal” son procesos que marchan paralelamente con la globalización. Los tres procesos se inician modernamente a partir de la llegada de Cristóbal Colón a América, en 1492. Situar un orden mundial con carácter de universalidad antes de esa fecha carece de fundamento, debido a que recién a partir del primer viaje colombino, realizado desde el Puerto de Palos, en España, es que los europeos se van a lanzar a la aventura de explorar el orbe entero con la finalidad de expandir su dominio económico, político y cultural. A partir de ese momento, la globalización adquiere “partida de nacimiento”.
Se entiende que este primer viaje trasatlántico fue posible gracias a los avances tecnológicos de aquella época, así como también al estudio de mapas y cartas de navegación disponibles entonces. Ello muy a pesar de que hoy se estima que cinco siglos antes, los vikingos alcanzaron la costa de Terranova en un hecho que más bien pasó desapercibido por cerca de un milenio. La diferencia es que la travesía vikinga no trascendió en su época ni tuvo mayores repercusiones, a diferencia del primer viaje de Colón, cuya noticia sí alcanzó a tener difusión desde aquel entonces.
La llegada de Colón a América dio impulso a la globalización y esta, a su vez, generó la aparición del orden mundial en el que se van a regular las relaciones entre los diversos Estados-nación que empezaban a aparecer en Europa entre los siglos xiv, xv y xvi. En ese momento se inicia la primera fase de colonización. Detrás de los españoles, los portugueses, ingleses, franceses y neerlandeses también se van a lanzar a explorar y conquistar el orbe. Esta primera etapa de la colonización terminó con la desintegración del imperio colonial español en 1826 y el predominio del imperio británico que dio inicio a la segunda colonización, con la rivalidad de otros estados en competencia, como Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, Portugal y España, que se reparten casi la totalidad de África, India y el sudeste asiático. Desde mediados del siglo xviii, el inicio de la Revolución Industrial, con una enorme transformación tecnológica y económica, va a da un impulso gigantesco al proceso de globalización hasta la actualidad, transformando el orden mundial en todas sus dimensiones: además de la económica, también en lo político, social y cultural, con un intenso flujo de comunicaciones, bienes, servicios, capitales y personas a través de todo el planeta (Giddens & Sutton, p. 140).
Ello indujo a impulsar la construcción del moderno sistema mundial, señalado por Immanuel Wallerstein: una suerte de “división internacional del trabajo”, a partir de la aparición de estados poderosos, con potencial económico, político, militar y cultural, quienes conforman “el centro” y someten a otros más débiles, en calidad de colonias, para extraer sus materias primas mediante la intensa explotación de su mano de obra (Wallerstein, 2006, pp. 13-40).
En cambio, la historia universal es de data mucho más reciente, puesto que se empiezan a experimentar fenómenos de tipo político, económico y social con intensidad universal recién en los últimos ciento cincuenta años, cuando se produjo la primera crisis económica global en 1873 (Marichal, 2023), por ejemplo. En el siglo xx, el estallido de la Primera Guerra Mundial nos condujo a un primer episodio de una confrontación bélica que comprometió a un área geográfica importante del globo, pero la Segunda Guerra Mundial tuvo una amplitud muchísimo mayor, al desarrollarse en escenarios gigantescos, llevando el conflicto prácticamente a los cinco continentes, incluyendo América del Sur con la batalla del Río de la Plata en diciembre de 1939.
En los años treinta, la crisis de la Gran Depresión demostró la casi total integración de la economía global, que se manifestó en las posteriores crisis de 1973, 1998, 2008, 2016, 2020 y 2022. Por otro lado, la proliferación de organizaciones internacionales de distinta naturaleza, tales como las intergubernamentales de tipo político y económico, así como la intensa transnacionalización económica de las grandes empresas internacionales, obliga a una fuerte integración no solo de mercados, sino también de ámbitos culturales y sociales, construyendo una sociedad global, haciendo del planeta un espacio cada vez más compartido, una “casa común”.
HITOS HISTÓRICOS EN LA FORMACIÓN DEL ORDEN MUNDIAL (SIGLOS xiv-xxi)
La globalización
La llegada de Colón a las islas del Caribe motivó a otras potencias europeas a explorar regiones que antes no habían sido visitadas desde Occidente. Así, portugueses, ingleses, franceses y neerlandeses se lanzaron a una carrera de búsqueda de riquezas, recursos naturales y mano de obra barata a su disposición. Este es el inicio de una primera oleada colonizadora que se va a extender por los siguientes tres siglos, hasta que se produjo la independencia de la América española (salvo Cuba, Puerto Rico y Filipinas). En lo político, el republicanismo, inspirado por la independencia de los Estados Unidos en 1776 y las ideas de libertad e igualdad de la Revolución Francesa como expresión de la democracia liberal, va a predominar en las nacientes naciones independientes, salvo el caso de Brasil, que va a adoptar la monarquía al separarse de Portugal.
La primera oleada de colonización contribuyó a configurar la primera imagen de un orden político internacional que empieza gradualmente a adquirir dimensiones mundiales. Cien años después de la llegada de Colón a América, España se había configurado como el primer imperio global con dominios en Europa occidental, así como en buena parte del continente americano y el área del Caribe, también en el norte de África y las Filipinas, en Asia. Por otro lado, los portugueses establecieron factorías y colonias en América del Sur, Angola, Mozambique e India, y exploraron Japón.
Esta primera etapa de globalización va a experimentar transformaciones sumamente drásticas con las tres grandes revoluciones producidas en el siglo xviii. En primer lugar, la Ilustración (Mayos, 2007, pp. 11-17), que fue una gran revolución cultural que persiste hasta el presente. La Ilustración impulsó el conocimiento científico en todas sus expresiones y dimensiones y estimuló el interés de los Estado-nación de Europa por el conocimiento para una mejor administración de sus dominios. Esto se expresó en el despotismo ilustrado de monarcas europeos como José I de Portugal, con el marqués de Pombal; Carlos III de España, con Jovellanos; Catalina II de Rusia, entre otros. En segundo lugar, las grandes revoluciones políticas que acaecieron en el siglo xviii (la independencia de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa de 1789) estuvieron enmarcadas en el pensamiento liberal y sirvieron de inspiración a los movimientos independentistas que se van a desatar en América, desde inicios del siglo xix, con la independencia de Haití en adelante.
La tercera es la Revolución Industrial (Aibar, 2019) que, en su primera fase, se va a fundamentar en la invención de la máquina de vapor desarrollada por James Watt, con un motor de combustión externa alimentado con carbón y que va a dar impulso a la transformación de los métodos productivos, masificando la producción de manufacturas y transformando las comunicaciones, con la invención de los ferrocarriles y la navegación a vapor. La Revolución Industrial, siendo un fenómeno de carácter tecnológico, generará una transformación económica: señala la aparición del capitalismo industrial que, a su vez, va a generar el capitalismo financiero que en el siglo xix cimentará la emergencia del Imperio británico, que desplaza a Francia tras la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo (Fremont-Barnes, 2022) y, luego, la desintegración del Imperio colonial español, con la pérdida de casi la totalidad de sus colonias en América.
Después de dichos acontecimientos, se va a impulsar la supremacía del Imperio británico en el marco de la segunda oleada de colonización, que va a caracterizar a la segunda globalización. Con el impulso de una nueva Revolución Industrial, esta vez basada en la invención del motor diesel, se acompaña la aparición de nuevas invenciones, como la del telégrafo, la fotografía, el automóvil, los aviones, la cinematografía e industrias nuevas como la siderurgia, la química, la farmacéutica, la petroquímica y la imprenta. La guerra también se industrializa con la fabricación masiva de armas que se van perfeccionando con el tiempo.
Por otra parte, las migraciones se intensifican con los nuevos medios de transporte y con ellos los masivos traslados de poblaciones en todo el orbe (se calcula que más de cincuenta millones de personas se trasladaron entre 1850 y 1914). La segunda globalización concluyó con el estallido de la Primera Guerra Mundial, que generó una parálisis que se va a extender por más de treinta años. Otro de los factores que la impulsaron fue la segunda oleada de colonización, entre 1820 y 1914, con la expansión del Imperio británico y, más adelante, con la aventura colonial de otras potencias europeas como Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Países Bajos y España, que intervinieron en el reparto de África, consagrado en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 (Martínez et al., 1986). La unificación de Alemania e Italia impulsó el desarrollo del capitalismo industrial en estos países, de modo tal que alcanzarán un nivel preponderante en poco tiempo; ocurrió lo mismo en Rusia, Japón y Estados Unidos. La expansión económica de estas potencias va a desembocar en una intensa competencia por el control de mercados a escala mundial, lo que desencadenó el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, que frenó el proceso de globalización.
Entre 1914 y 1945, la globalización va a pasar por una fase de congelamiento, una suerte de “edad del hielo”. Fue una época signada por transformaciones políticas significativas como la Revolución mexicana de 1910, la Revolución china de 1911 y las dos revoluciones en Rusia, en 1917, especialmente la bolchevique, que va a dar inicio a la era de las revoluciones socialistas producidas a lo largo del siglo xx en distintas latitudes del mundo. La crisis europea, iniciada con el estallido de la Gran Guerra de 1914, no terminó en 1918; esta se extendió a lo largo de los años veinte y treinta, cuando se agravó con la Gran Depresión iniciada con el colapso de la bolsa de valores de Wall Street en septiembre de 1929 (Galbraith, 1979) y que desembocó, finalmente, en el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939.
La globalización se va a reactivar parcialmente a partir de 1945, con la formación de la Organización de las Naciones Unidas y, bajo su cobijo, los órganos financieros multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Como se recuerda, en las negociaciones de Bretton Woods (1944) nacieron dichos organismos y también hubo tratativas para formar una Organización Internacional del Comercio, que no llegó a concretarse y que derivó más bien en la suscripción del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) en 1947, acuerdo que desde 1994 resultó en la formación de la actual Organización Mundial del Comercio (OMC, 2024).
Es pertinente señalar que en esas organizaciones de carácter económico no participaron la Unión Soviética ni los gobiernos de los países socialistas de Europa oriental, ni tampoco los que posteriormente adoptaron modelos socialistas (como la República Popular China, la República Democrática de Corea, la República Socialista de Vietnam y la República de Cuba).
Sin embargo, en el campo de las potencias occidentales lideradas por los Estados Unidos, la globalización avanzó e incorporó a las economías de la periferia, consagrando relaciones profundamente asimétricas. Las economías de Europa occidental y Japón se recuperaron aceleradamente bajo el impulso del Plan Marshall, propiciando la formación, en 1973, de un núcleo de potencias capitalistas altamente desarrolladas: el Grupo de los 7 (Focus 2030, 2019). Así mismo, se produjo la expansión del capitalismo en la región del sudeste asiático, dando impulso al desarrollo de un grupo de naciones, denominadas “los tigres asiáticos”: Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong y Singapur, en primer lugar, y después, Indonesia, Tailandia, Malasia y Vietnam. Ello, sumado al enorme crecimiento económico de la República Popular China, posteriormente a la muerte del líder Mao Zedong, en 1976, y con la emergencia de la nueva generación reformista liderada por Deng Xiaoping desde 1978.
El crecimiento sostenido que acusa China desde 1990 (Prasad, 2024) se suma al hecho de que, tras la conclusión de la Guerra Fría en 1991, ese país contribuirá a un mayor impulso a la globalización, al prácticamente desaparecer el modelo de tipo colectivista que practicaban las economías socialistas de Europa del Este, lideradas por la hoy extinta Unión Soviética. A ello hay que añadirle el abandono del modelo socialista en el aspecto económico hecho por China y Vietnam, países que —en la práctica— han impuesto una suerte de capitalismo de Estado, insertado en el sistema multilateral de la OMC y también en las organizaciones financieras internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, a las que finalmente adhirieron.
El ingreso formal de China a la OMC (Organización Mundial del Comercio, s. f.) desde 2001 profundizó la globalización económica. Los capitales chinos habían empezado a penetrar las economías del continente americano desde la década final del siglo xx, compitiendo con las inversiones estadounidenses, japonesas y europeas, al punto de convertirse en los mayores exportadores de capitales y los mayores productores de bienes industriales a nivel mundial en la actualidad. Al mismo tiempo, la República Popular China devino en el más grande receptor de la inversión extranjera directa a nivel global. Hoy es China la segunda economía del mundo y camina a convertirse en la primera en un futuro no muy distante.
Sin embargo, en tiempos recientes la globalización se ha visto seriamente afectada por factores tales como la emergencia de Donald Trump en los Estados Unidos en 2017, con medidas como el retiro de los Estados Unidos del Tratado Transpacífico y la cancelación de las negociaciones con la Unión Europea para la firma de un Tratado Transatlántico (World Economic Forum, 2024). A ello se suma la guerra arancelaria desatada con la República Popular China por la inundación de manufacturas provenientes de dicho país, por el abultado déficit comercial, así como por la guerra tecnológica alrededor de la tecnología 5G. La presidencia de Joseph Biden ha prolongado la confrontación con China en la actualidad, y es lo que se espera suceda con el inminente retorno de Donald Trump a la presidencia estadounidense a partir de enero de 2025.
Los centros del poder mundial a lo largo de la historia
Como se mencionó líneas arriba, antes de la llegada de Colón al Nuevo Mundo no pudo haber existido un orden mundial, porque las distintas regiones del planeta no estaban conectadas y las relaciones entre las distintas civilizaciones eran de carácter regional en las diversas latitudes del mundo. La globalización contribuyó a la interconexión planetaria y, más adelante, a la construcción de un orden mundial político de tipo moderno. Algo importante a tomar en consideración es observar cómo, a lo largo de la historia de las civilizaciones, los ejes de poder se han ido trasladando. En Occidente, que es la región donde se origina la globalización, en la denominada era de los descubrimientos, en el siglo xv, el eje de poder se encontraba centralizado en la cuenca del mar Mediterráneo, compartido por el sur de Europa, el norte de África y el Asia occidental desde tiempos de los fenicios, pasando por el ecuménico Imperio romano, desde la conclusión de las guerras púnicas en el siglo iii a.C. hasta su desintegración en el siglo v de nuestra era.
La expansión del islam, a partir del siglo vii (Marín Guzmán, 2017), condujo a una disputa por el control del Mediterráneo con las civilizaciones europeas, incluyendo el tráfico comercial con el Asia oriental (China e India), que se intensificó con las cruzadas de la Edad Media y que, para mediados del siglo xv, ya había alcanzado un punto de inflexión crítico con la caída de Constantinopla (1453) en manos de los otomanos, marcando la extinción del Imperio bizantino. Desde la llegada de Colón a América y con el inicio de la expansión colonial, el eje de poder se va a trasladar paulatinamente de la cuenca del Mediterráneo a la cuenca del Atlántico, señalada entre Europa occidental, el África y América, de modo tal que esta gigantesca área se va a convertir en la de mayor tráfico comercial, económico y militar, con una enorme significancia del poder político, por varios siglos, hasta casi la finalización del siglo xx, cuando se observa un declive del predominio atlántico (Wallerstein, 2007, p. 31).
En el siglo xxi, el foco global del poder se está desplazando a la amplia región del Asia-Pacífico, área compartida entre América, Asia y Oceanía y que comprende más de la mitad de la población mundial, así como también el 60 por ciento del PBI y del comercio de la tierra, previéndose que se convertirá también en la zona de las futuras confrontaciones (no solo económicas y tecnológicas, sino también de tipo militar), en las que encontramos reunidas a China, Rusia, Japón y Estados Unidos, como principales protagonistas. En el siglo xxi se puede observar con claridad que la Unión Europea está pasando a un nivel secundario en el escenario de las decisiones políticas, aunque sin perder su poder económico debido, en buena parte, a la fortaleza de su proceso de integración económica, comercial y política.
HITOS HISTÓRICOS EN LA FORMACIÓN DEL ORDEN MUNDIAL (SIGLOS xvii-xxi)
A) De la Paz de Westfalia al Congreso de Viena (1648-1815)
En lo referente a la evolución del orden mundial en el plano político, se puede afirmar que este nuevo orden recién nace con la Paz de Westfalia de 1648. Las negociaciones que se dieron entre más de un centenar de estados europeos lograron concluir con la Guerra de los Treinta Años y con la Guerra de los Ochenta Años, pero lo enormemente importante de ellas es que cimentaron las bases de lo que hoy se denomina el orden westfaliano en principios del derecho internacional: la regulación de las relaciones internacionales, el reconocimiento a la soberanía de los estados, las inmunidades diplomáticas y el principio de no intervención en los asuntos internos de los estados. Todo ello da pie a las relaciones internacionales modernas, así como a nuevas fuentes del derecho internacional (Kissinger, 2016).
Es importante tomar en consideración que se pretendía regular un orden internacional entre algunos estados europeos, sin mayor trascendencia con respecto a lo que sucedía en otras regiones del mundo, puesto que las disputas por el control territorial y el reparto del mundo continuaron durante los tres siglos siguientes (Kissinger, 2016, pp. 44-46).
El sucesivo cúmulo de conflictos entre los estados europeos, como la Guerra de los Siete Años (1755-1762), que fue una especie de Gran Guerra europea, así como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1785), en la que intervinieron España y Francia con apoyo militar a los rebeldes (Barreira, 2019), con la finalidad de reducir el poder británico, tuvieron un resultado adverso en desmedro de las dos potencias antes mencionadas: tanto la economía francesa como la española quedaron seriamente debilitadas, al punto que Francia entró en una crisis económica tan profunda que devino en los estallidos de descontento social que desembocaron en la Revolución de 1789 y la corona española perdió poderío militar, lo cual le acarreó serias dificultades en la guerra contra Gran Bretaña a inicios del siglo xix.
La ejecución de Luis XVI de Francia, en 1793, marcó el inicio de una era de sucesivas guerras de las coaliciones formadas contra Francia para sofocar la revolución producida allí y evitar que esta se propague en Europa, con la añadidura de la emergencia de Napoleón Bonaparte, quien, dado su prestigio militar, devino en caudillo político desde el golpe de estado del 18 de Brumario (1799). La invasión de los ejércitos de Napoleón a España y Portugal impulsó el inicio del proceso emancipador de la América española y portuguesa, que empezó en 1808 y concluyó en 1826 con la desintegración del Imperio colonial español y su substitución por el Imperio británico.
B) Del Congreso de Viena a la Paz de Versalles (1815-1919)
Precisamente, la extinción de la larga hegemonía española de más de tres siglos y la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo en junio de 1815, van a marcar otro hito importante en la historia de la formación del orden mundial. Entre 1814 y 1815 se reunió el Congreso de Viena (Nicolson, 1985), que propició la creación de la Santa Alianza, bajo el impulso del canciller austriaco Klemens von Metternich. Esta se creó con la finalidad de propiciar la restauración absolutista en Francia y España, para sofocar cualquier tentativa de signo revolucionario en Europa y para restaurar las fronteras europeas alteradas en los años de las guerras napoleónicas.
Ese orden establecido en el Congreso de Viena se va a sostener por casi un siglo, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. En ese lapso de tiempo se va a producir la expansión de otros imperios coloniales, como se indicó anteriormente, acordándose en la Conferencia de Berlín de 1884 a 1885 el reparto de África (Martínez et al., 1986).
C) De la Paz de Versalles a la Guerra Fría (1919-1945)
Después de la derrota de los imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría) y el Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, la Paz de Versalles (1919) va a establecer los cimientos para la edificación de un equilibrio fallido, que se vio reflejado en la ineficacia de la naciente Sociedad de las Naciones (Cervantes Virtual, s. f.), propuesta por el presidente estadounidense Woodrow Wilson en sus catorce puntos. La Sociedad de las Naciones careció de efectividad, entre otras razones, por el escaso apoyo del gobierno de los Estados Unidos que, a pesar de haber promovido su creación, no pudo ir más lejos debido a que el Senado, dominado por los republicanos, se negó a ratificar su tratado de creación. Finalmente, en los años treinta, la Sociedad de las Naciones contempló su fracaso al ser incapaz de frenar los apetitos expansionistas de Hitler, que desembocaron en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Por otro lado, la crisis de la Gran Depresión de los años treinta no hizo otra cosa que profundizar la inestabilidad europea, no resuelta con la Paz de Versalles. Ello estuvo acompañado de la emergencia de regímenes totalitarios en Italia, con Mussolini en 1922, Stalin en la Unión Soviética en 1924, y Adolf Hitler en Alemania en 1933, lo que agravó mucho más las tensiones.
El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso no solo la finalización de la era de las guerras mundiales, sino al mismo tiempo la apertura de la Guerra Fría (Gil Pecharromán, 1986) y la creación de un nuevo orden mundial más definido y con características mucho más globales en comparación con lo acontecido anteriormente y, además, de tipo bipolar. La apertura de una era de bipolaridad, con el enfrentamiento de los Estados Unidos de América y la Unión Soviética constituidas como dos superpotencias hegemónicas, cada una con un bloque de estados aliados con sus coaliciones políticas, militares y económicas; con diferentes modelos definidos y excluyentes en lo político, económico, social y también cultural, crearon un escenario en el cual la victoria de uno de esos bloques solo sería posible con la desaparición del otro, tal como sucedió entre 1989 y 1991.
D) La bipolaridad de la Guerra Fría (1945-1991)
La apertura de esta nueva era, en 1945, fue marcada por la formación de la ONU (Organización de Naciones Unidas, 2024) para garantizar la paz mundial, bajo las condiciones de los estados vencedores de la Segunda Guerra Mundial (la Unión Soviética, los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y la República de China), en su calidad de miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Adicionalmente, se formó un sistema económico y comercial mundial, con la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, como producto de las negociaciones de Bretton Woods (Reyes, 2010) realizadas en 1944; se suscribió el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) en 1947; y se adoptó el sistema de paridades monetarias de Bretton Woods, que rigió hasta 1971 (Fontana, 2011, pp. 456-457).
Naciones Unidas va a impulsar el proceso de descolonización del mundo, que se realizó por la vía pacífica y también a través de las guerras de liberación nacional como las que se produjeron en Argelia, Angola, Mozambique, Indochina, el Congo, entre otros clamores independentistas. Esto alimentó a la formación del bloque de naciones tercermundistas y no alineadas, bajo el impulso de China Popular, Egipto, India y Yugoslavia, en 1955. El orden mundial en este periodo también va a estar profundamente afectado por el conflicto árabe-israelí, iniciado en 1948 y con continuidad a la fecha.
Europa, en los años cincuenta, con su reconstrucción impulsada por el Plan Marshall, propicia la formación de dos bloques de integración económica: la Unión Europea, que se inicia con el Tratado de París suscrito en 1951, que creó la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) con Alemania occidental, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos; y el Tratado de Roma, en 1957, que crea la Comunidad Económica Europea (CEE), con la finalidad de formar un mercado común, alcanzado en 1992, con quince estados miembros. En 1960, Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza crearon la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC o EFTA, por sus siglas en inglés). En América Latina, en 1960, se va a firmar el Tratado de Montevideo, en el que se crea la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que desde 1980 es la actual Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Del interior de la ALALC surgió el Grupo Andino en 1969, formado inicialmente por Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú, al cual Venezuela adhirió en 1973 y del que Chile se retiró ese mismo año (Tello, 2013).
Por otra parte, en 1948, en Bogotá, se realizó la Conferencia de la Unión Panamericana, formada en 1890 con la mayoría de estados del continente americano, que se transformó en la actual Organización de los Estados Americanos (OEA, 2024). La segunda mitad del siglo xx va a ser una era muy prolífica en la formación de una enorme diversidad de organizaciones intergubernamentales de tipo político, económico y social, que van a contribuir a construir una arquitectura sumamente compleja en el orden mundial. A ello hay que añadir otro aspecto, que es el de la fuerte transnacionalización de los capitales, con el cada vez más intenso flujo de inversiones a escala planetaria.
E) Cambios en el orden mundial tras el fin de la Guerra Fría (1991- ¿?)
El desplome de los gobiernos socialistas de Europa del este entre 1989 y 1990 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, fueron hechos que señalaron el fin de la Guerra Fría, de la bipolaridad y, al mismo tiempo, la configuración de un nuevo orden mundial, de carácter unipolar, según algunos analistas, y de tipo unimultipolar, para otros, como Samuel Huntington (2001).
El orden unimultipolar va a extenderse por más de veinte años, al registrarse la emergencia de otros estados competidores, como los del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), frente al Grupo de los Siete (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Alemania, Italia, Francia y Japón), identificadas como las naciones occidentales de mayor desarrollo industrial.
Otros hechos que marcaron la primera fase de la nueva era post Guerra Fría fueron las guerras de Yugoslavia (1991-2001), que terminaron con la desintegración de este país y el surgimiento de seis estados soberanos y otro en proceso de reconocimiento (Kosovo); la intervención del poderío militar de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que se manifestaron en este conflicto de forma incontestable, como ya había acontecido anteriormente, en la Guerra del Golfo Pérsico, en 1991.
La expansión de la OTAN y la Unión Europea hacia Europa del este, incorporando a los estados exsocialistas, incluyendo a las repúblicas bálticas que habían pertenecido a la antigua Unión Soviética (Letonia, Estonia y Lituania) sucedió entre 1999 y 2004, a despecho del compromiso asumido en la Conferencia para la Paz y la Cooperación Europea (Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea, 2010), realizada en París, en noviembre de 1990, con la participación de los jefes de Estado de 22 países europeos, incluyendo a Mijaíl Gorbachov, presidente de la URSS, en el sentido de que ni la OTAN ni la CEE avanzaran hacia Europa oriental, por un lado, y, por el otro, no lo harían el Pacto de Varsovia ni el CAME, en dirección al lado occidental.
El fin de la Guerra Fría marcó la supremacía del modelo de desarrollo capitalista y su réplica en las antiguas potencias socialistas que así lo adoptaron. En los restantes países socialistas, la República Popular China y Vietnam, se desarrolló un modelo híbrido de capitalismo de economía mixta bajo el control político del Partido Comunista, con el añadido de su incorporación a los órganos financieros multilaterales (Fondo Monetario y Banco Mundial) y a la OMC. Según el historiador británico Eric Hobsbawm, la conclusión de la Guerra Fría va a marcar también la finalización anticipada del siglo xx, no en términos cronológicos, sino políticos, definiéndolo, desde su punto de vista, como “el más corto de la historia”, tras haberse iniciado tardíamente en 1914 y clausurado en 1991, con el colapso de la Unión Soviética (Hobsbawm, p. 15).
Estados Unidos continuó con su dominio hegemónico durante los primeros años de la nueva era post Guerra Fría. Eso se evidenció con su participación en las guerras yugoslavas de fines del siglo xx, liderando el bloque de la OTAN, hasta la primera década del presente siglo, cuando se produjo el ataque de Al-Qaeda a las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Este ataque motivó su intervención militar en Afganistán, en persecución a Osama Bin-Laden, líder de Al-Qaeda, y la subsecuente intervención en Iraq, en 2003, para la búsqueda del presidente Sadam Hussein, quien finalmente fue capturado y ejecutado por la nueva administración iraquí.
A finales de la primera década del nuevo milenio, se va a producir la denominada Primavera Árabe, definida como una ola de rebeliones populares en una sucesión de naciones en las que sus gobernantes llevaban varias décadas en el poder, como en Egipto, Libia y Siria (salvo el último, los gobernantes de los dos primeros países mencionados fueron desalojados del mando supremo). La oleada se extendió, además, por Túnez y Yemen del norte, transformando el ajedrez político en el Magreb y en el Medio Oriente árabe (Alcalde, 2012).
Por otra parte, desde 1990 se ha venido observando el paulatino ascenso de un grupo de economías que se proyectan en acelerado crecimiento, las cuales conforman el bloque BRICS, integrado inicialmente en 2006 por Brasil, Rusia, India y China, al que se adhirió Sudáfrica (El País, 2023), alterando la unipolaridad inicial post Guerra Fría, en el aspecto económico, hacia la segunda década del nuevo milenio. A ello hay que agregarle las crisis económicas de esta nueva era, como la de 1998-2001 o la de 2008-2009, que resintieron la economía global, pero que pusieron a prueba a las naciones emergentes.
Las sucesivas derrotas de los Estados Unidos en Iraq, en 2011, y en Afganistán, en 2021, pusieron en evidencia las transformaciones del orden unipolar a uno más decididamente de tipo multipolar (Mars, 2021). No obstante, los focos de tensión intensifican su dinámica de confrontación (como en el conflicto palestino y la actual guerra en Ucrania y otros), de medición de fuerzas (como en la península de Corea y entre China y Taiwán), dando la sensación de que el poderío de los Estados Unidos empieza a dejar de ser incontestable.
A lo anteriormente mencionado, hay que añadir el ascenso de la federación de Rusia como potencia regional, con intereses claramente manifiestos en su área de influencia: algunos de los estados de la extinta Unión Soviética en la zona europea y del Cáucaso, amenazados con ser incorporados a la OTAN y también al espacio de la Unión Europea. Esta situación ha motivado la guerra de Ucrania, iniciada en 2014 con la ocupación de la península de Crimea, en el Mar Negro (Euro News, 2024).
El estado reciente del proceso de globalización es una prolongación de lo acontecido desde el ascenso de Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos en 2017. En el primer día de su mandato emitió un decreto ordenando la salida de los Estados Unidos del Tratado Transpacífico, que había sido negociado y suscrito durante la administración Obama; por otro lado, ordenó la paralización de las negociaciones del Tratado Trasatlántico, que se realizaba con la Unión Europea. La administración Trump le declaró la guerra comercial y tecnológica a la República Popular China a partir de la supremacía de esta potencia en sus avances para desarrollar la tecnología 5G, enmarcada en una carrera tecnológica en la cual los Estados Unidos se encuentran rebasados (González, 2020).
En la era Trump se indujo a la cuasi parálisis del proceso de globalización, lo que podría suponer la emergencia del multilateralismo de las décadas finales del siglo xx, que no ha sido evidenciado del todo, salvo en lo concerniente a la Unión Europea y sus dificultades enormes para afrontar la crisis producida, primero, por los efectos de la pandemia del COVID-19 en la economía global en 2020; segundo, profundizada por la salida del Reino Unido con el Brexit y, tercero, empeorada por el actual conflicto en Ucrania.
En la actualidad, la administración Biden ha hecho poco para revertir la política antiglobalización de Donald Trump, dando continuación a la confrontación tecnológica y comercial con China en medio de un escenario mundial más complejo, signado por el manejo de una política exterior endurecida por el persistente apoyo a sus aliados en el Medio Oriente y Asia. A ello hay que agregar la enorme expansión de las inversiones chinas en América Latina, África, y su indiscutible liderazgo en el BRICS.
COLOFÓN
Los acontecimientos producidos recientemente en el mundo, desde la pandemia del COVID-19 a la guerra en Ucrania, han resentido enormemente la economía mundial y la globalización. En efecto, la producción, el comercio y el consumo globales han experimentado un proceso de desaceleración sin precedentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y cuyos efectos nos inducen a pensar en una suerte de “nueva normalidad” que abra a la humanidad hacia un camino bifurcado, en el cual se transite, por un lado, hacia una reglobalización de los procesos económicos y comerciales o, por otro, a un retorno al multilateralismo de bloques como el de la Unión Europea, que ha mostrado su capacidad de ofrecer respuestas tanto políticas como económicas.
¿Habrá una tercera vía en el escenario del presente? ¿En qué posición quedamos los latinoamericanos en este escenario posglobalización que parece avecinarse? Son interrogantes cuyas respuestas se pueden ensayar de diversas formas.
Una de ellas está relacionada con los diversos niveles de dependencia que tienen las economías latinoamericanas con respecto a las del primer mundo, la mayoría de ellas con un fuerte componente de tipo primario-exportador. En los últimos años se ha puesto en evidencia una enorme presencia comercial y de inversiones provenientes de la República Popular China, mucho más que la de los otros socios comerciales de los latinoamericanos (como son los europeos y estadounidenses), como una prueba de su creciente ascenso a nivel mundial.
CONCLUSIONES
La construcción de la historia universal supone el entendimiento de la existencia de una historia global compartida, pero ella recién se puede estructurar cuando se produce la conexión de la totalidad de las regiones del mundo, lo que sucede con las oleadas de colonización desarrolladas desde fines del siglo xv, hasta la conclusión de la descolonización, a fines del siglo. Se evidencia en las crisis económicas globales, desde 1873, así como también con los efectos de conflictos bélicos universales desde la Primera Guerra Mundial en adelante. A ello se le agrega la proliferación de organizaciones internacionales de distinta naturaleza, que comprometen a gobiernos y naciones de las distintas regiones del mundo, señalando mayores compromisos y dinámicas políticas, económicas y sociales. Solo ha sido posible construir la historia universal, gracias al impulso de la globalización desde finales del siglo xv.
Por otro lado, la construcción del orden mundial ha obedecido a la necesidad de dar un ordenamiento a las relaciones entre los diversos Estado-nación emergentes desde el siglo xv, que ha señalado cambios en las estructuras de poder universales impuestos por las potencias hegemónicas que se han sucedido a lo largo del tiempo. Así, la humanidad, en los últimos cinco siglos, ha atestiguado la aparición de diversos imperios globales: España y Portugal en el siglo xv, dominantes por tres siglos; luego, el imperio británico, hegemónico entre 1815 y 1918; sucedido por el poderío de los Estados Unidos, hasta la era presente, que enfrenta una creciente rivalidad con la República Popular China.
Finalmente, el nuevo orden mundial posterior a la Guerra Fría parece encaminarse a uno cada vez más abiertamente multipolar y multilateral, con una República Popular China que crece aceleradamente en producción, tecnología e inversiones, interviniendo en espacios anteriormente dominados por las potencias occidentales, como América Latina y África, donde han cedido terreno.
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