La herencia de Mario Vargas Llosa en la narrativa
hispanoamericana contemporánea

Luca Breusa
Verbum, 2022.

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2024.n011.7376

Alonso Rabí Do Carmo
Universidad de Lima
arabi@ulima.edu.pe

La importancia de la obra narrativa de Mario Vargas Llosa no ofrece discusión. Su obra se encuentra, sin duda, entre las más influyentes de la literatura contemporánea. La novela latinoamericana actual, marcadamente distinta a la del periodo llamado boom, mantiene, sin embargo, nexos muy claros y directos con sus autores, uno de ellos es Vargas Llosa. El académico italiano Luca Breusa se propone analizar, precisamente, las huellas que ha dejado la escritura vargasllosiana en escritores de generaciones posteriores a él.

Creo importante señalar la tesis inicial del estudio de Breusa, que desliza la idea de que la literatura latinoamericana posterior al boom no ha logrado un espacio autónomo que le permita desligarse por completo de lo que denomina “la sombra, a menudo asfixiante, del boom” (p. 11). No significa esto, en modo alguno, una cancelación de tensiones intergeneracionales que llegan hasta nuestros días, desde obras como las de Severo Sarduy, Manuel Puig o el propio Roberto Bolaño, que tomaron distancia de las opciones estéticas que ofrecía el corpus del boom.

En otros casos, examinados por Breusa, la impronta vargasllosiana resulta muy presente. En palabras del estudioso, el objeto de su libro es “fijar las características fundamentales del mundo narrativo de Vargas Llosa desde una perspectiva actual y analizar aquellos rasgos narrativos que siguen siendo recuperados y utilizados por los demás autores hasta nuestros días” (p. 13). Para ello, lleva a cabo una comparación en la que se cita a los siguientes escritores: Jorge Eduardo Benavides (Perú), Alberto Fuguet (Chile), Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Juan Gabriel Vásquez (Colombia) y Claudia Salazar Jiménez (Perú).

El primer capítulo establece los lineamientos temáticos del boom y discute varios lugares comunes en relación con este periodo de nuestras literaturas, por ejemplo, la centralidad de Barcelona, que olvida el rol de muchas editoriales latinoamericanas que abonaron el terreno para el surgimiento de un núcleo brillante de escritores; o la idea de que el boom, más que un fenómeno de autores, fue un fenómeno de lectores. Esta sección estudia también las distintas disidencias que alzaron la voz con el legado del boom, que se creía monolítico. Núcleos como Crack y McOndo reclamaron un espacio propio para desvincularse de los grandes relatos del boom y pasar a un registro más cotidiano, donde las vivencias individuales empiezan a pesar más que los destinos nacionales o colectivos. Este capítulo contextualiza de manera adecuada la lectura y recepción del boom en las generaciones posteriores a él, y sirve de marco para puntualizar los aspectos en los cuales la narrativa de Vargas Llosa sigue vigente en la obra de los escritores mencionados en el párrafo anterior.

El segundo capítulo ahonda mucho más en el universo contextual del boom y practica una comparación necesaria entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, dos altísimos momentos del movimiento, autores de referencia inobjetable, distanciados irremediablemente por factores ideológicos que, en el caso de Vargas Llosa, se agudizaron más después del caso Padilla. Aquí discurren, sostiene Breusa, dos nociones distintas de América Latina: en García Márquez se nos presenta un continente aislado y dotado, sin embargo, de rasgos mágico-maravillosos; en Vargas Llosa, se observa un territorio que podría acomodarse a las dinámicas de la modernidad occidental (pp. 48-53).

En el tercer capítulo, entramos de lleno al asunto central del volumen: la herencia, el legado de Vargas Llosa en la literatura de las siguientes generaciones. En este punto se debe marcar un rasgo de carácter temporal. La idea del legado vargasllosiano en otros escritores se asocia sobre todo a la aparición de sus tres grandes novelas de la década del sesenta: La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). En contraposición al mundo mágico de García Márquez, de cuyo territorio huían las nuevas generaciones por el peligro de estereotipar su literatura, Vargas Llosa ofrecía un amplio repertorio de técnicas narrativas y cada una de las novelas que hemos mencionado aquí resultaba una especie de libro abierto para muchos escritores, lo que explicaría su vigencia dentro y fuera del Perú.

En el cuarto capítulo, el crítico examina el influjo de Mario Vargas Llosa en otro escritor peruano, Jorge Eduardo Benavides. Breusa presta especial atención a cómo Benavides incorpora a su quehacer narrativo las técnicas empleadas por Vargas Llosa en sus novelas y en la forma en que, por cierto, este las reelabora, en un gesto de reapropiación creativa. No es de menor interés el hecho de que se registre una declaración de Benavides en la que reconoce la lectura de Vargas Llosa como un taller para su propia escritura.

Alberto Fuguet, el vigoroso narrador chileno, es personaje del quinto capítulo de este repaso por la influencia de Vargas Llosa en Latinoamérica. A pesar de su marcada actitud anticanónica, Fuguet se vincula con Vargas Llosa a partir de ciertos ejes temáticos, al punto de que Breusa encuentra la oportunidad de establecer una comparación muy productiva entre Conversación en La Catedral y Tinta roja, novelas emblemáticas de ambos escritores. Fuguet destaca el aprendizaje de escritura que supuso enfrentar el realismo vargasllosiano, en especial aquel capaz de producir verdades perdurables.

En el sexto capítulo, se examinan los vínculos que unen a Vargas Llosa con la obra del boliviano Edmundo Paz Soldán, uno de los impulsores del proyecto McOndo, que fue un intento por marcar distancia frente al boom canónico y mostrar algunas líneas narrativas novedosas en el ámbito de nuestras literaturas en la década del 90 del siglo pasado. Breusa señala que la influencia de Vargas Llosa en Paz Soldán se deja sentir desde su primera novela, Días de papel, pero habrá que esperar a la ambiciosa publicación Río fugitivo para transparentar el homenaje evidente al Vargas Llosa de La ciudad y los perros.

En el séptimo capítulo, se revisa el influjo de Vargas Llosa en la escritura del colombiano Juan Gabriel Vásquez, uno de los novelistas colombianos más importantes de la actualidad. La lectura de Breusa muestra un horizonte de preocupaciones comunes entre ambos autores. Por ejemplo, a partir de la novela La forma de las ruinas, Vásquez a través de un personaje intenta desentrañar, como Zavalita en Conversación en La Catedral, las claves que permitan entender las zonas oscuras y ominosas tanto de la historia individual como de la colectiva. Historia y realidad son, en este caso, los grandes protagonistas de estas dos notables novelas.

Finalmente, Breusa utiliza el octavo capítulo para revelar las relaciones que hay entre Vargas Llosa y la escritora —única mujer en el volumen— Claudia Salazar Jiménez, autora de La sangre de la aurora, una de sus novelas más conocidas. A ella se le reconoce una actitud de compromiso político que se expresa con claridad en su literatura. Ese sería el eje que conduce los nexos entre el nobel y Salazar. Breusa señala con acierto que entre ellos hay una coincidencia y una divergencia:

Si por un lado ambos creen en la responsabilidad del artista frente a la sociedad y la afirmación de una literatura capaz de dar voz a las injusticias, por el otro lado surge un primer motivo de tensión debido a las críticas que recibió el novelista desde varios sectores del feminismo latinoamericano. (pp. 344-345)

Sin duda, este libro abrirá nuevas discusiones y, sobre todo, invitará a pensar en la vigencia plena de uno de los autores latinoamericanos más importantes de la literatura universal. El boom, a su manera, continúa, trasmutado en escrituras disímiles que al parecer no desconocen los hitos de su propia tradición.