Mito, ciencia, fake news y posverdad

Myth, science, fake news and post-truth

Iván Giraldo Enciso

Universidad de Lima

igiraldo@ulima.edu.pe

https://orcid.org/0000-0002-5434-1279

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2024.n011.7372

Recibido: 21.3.24 / Aprobado: 9.6.24

RESUMEN

El presente trabajo consta de cuatro secciones. En ellos se hace un análisis de los conceptos de mito, ciencia, fake news y posverdad, tratando de evidenciar la relación entre ellos. En la primera sección se analiza el mito y sus diversas interpretaciones, buscando la posible relación con la ciencia, especialmente en la antigua Grecia. En la segunda se hace un recuento histórico de la ciencia, desde los helenos, y se la conceptualiza buscando evidenciar su relación con el mito, mientras que, en la tercera sección, se aborda un nuevo neologismo, fake news: las circunstancias de su rápida aparición, así como los motivos que explican su permanencia en la opinión pública y la facilidad de su divulgación. Se presenta, además, un nuevo término: fake science. Finalmente, analizamos otro nuevo concepto, la posverdad: sus diferencias con las fake news, la intención para su publicación y los medios por los cuales se logra facilitar su divulgación, así como el impacto que produce en la opinión pública. Asimismo, realizamos un análisis de vinculación con los términos antes anotados, especialmente con el mito.

PALABRAS CLAVE: mito / logos / ciencia / fake news / mentira / fake science / ciencia falsa / posverdad

ABSTRACT

This work consists of four sections. They analyze the concepts of myth, science, fake news and post-truth, trying to demonstrate the relationship between them. The first section analyzes the myth and its various interpretations, looking for the possible relationship with science, especially in ancient Greece. In the second, a historical account of science is made, since the Hellenes, conceptualizing it and seeking to demonstrate its relationship with myth. In the third section, a new neologism is addressed, fake news: The circumstances of its rapid appearance and its persistence in our days. Likewise, it seeks to reveal their intentions and motivations to appear before the public and explain the ease of its disclosure. In addition, a new term is presented: Fake science. Finally, we analyze another new concept, post-truth: Its differences with Fake news, the intention for its publication and the means by which its dissemination is facilitated, as well as the impact it produces on public opinion. In addition, we make an analysis that relates it to the terms noted above, especially with the myth.

KEYWORDS: myth / logos / science / fake news / lies / fake science / post-truth

INTRODUCCIÓN

El surgimiento de la filosofía supuso el tránsito del μῦθος (mythos) al λόγος (lógos), es decir, el paso del pensamiento irracional al racional. El mito encierra todo un bagaje que nos brinda una visión lógica en el ámbito en el que él predominaba, mientras que el logos, la ciencia, es el conocimiento per se, que se asume como acertado, en el que no caben dudas. Por ello, se dice que la ciencia es opuesta al mito. Además, en estos días aparecen términos, producto de la gran cantidad de información no verificada ni corroborada, tales como fake news y posverdad. El filósofo norteamericano Michael Sandel afirma, en una de sus últimas entrevistas, lo siguiente acerca de la posverdad: “El peligro no es que sea difícil distinguir lo real de lo falso, sino que esa distinción deje de importarnos” (Telos, Fundación Telefónica, 2023). En el presente trabajo trataremos de analizar y relacionar los términos de fake news y posverdad con los de mito y ciencia, buscando evidenciar un hilo conductor.

I. MITO

El mito despierta el interés de muchas disciplinas que pertenecen a las ciencias sociales, como la antropología, la historia, la arqueología y la historia comparada de las religiones. Estas disciplinas se han dedicado a recopilar e interpretar mitos desde culturas ágrafas hasta periodos históricos más cercanos a la tradición occidental, ofreciendo una visión más completa de la cultura e historia de los pueblos. Además, la psicología, la lingüística, el folclore, la etnolingüística, la filología, la sociología, la etnología, la semiótica de la cultura y la semántica estructural han contribuido al estudio del mito. En la actualidad, la filosofía, a través de la hermenéutica, se preocupa por el estudio de los mitos, teniendo como figura más representativa a Hans-Georg Gadamer. Asimismo, varias corrientes de las ciencias sociales, como el estructuralismo y el funcionalismo, han participado activamente en su análisis.

Los estudios de las ciencias mencionadas revelan que los mitos reflejan las realidades más profundas de las diversas sociedades en las que surgen. Al analizar los mitos se pueden identificar una variedad de temas y mensajes: explican los orígenes del universo (cosmogonías), de los dioses (teogonías), de los hombres (antropogonías), y de los pueblos, sus costumbres, las enfermedades, entre otros aspectos. Además, transmiten lecciones políticas y morales, con lo que proporcionan las bases para el derecho consuetudinario, pues reflexionan sobre valores y creencias; y se acercan a las religiones, al vincular lo humano con lo divino. También interpretan diversos fenómenos naturales: las estaciones, las mareas, los movimientos sísmicos, las erupciones volcánicas, la lluvia, con sus truenos, y los eclipses, entre otros. De esta manera, los mitos ofrecen múltiples interpretaciones de diversos aspectos de la humanidad y de su entorno.

Aproximación conceptual del mito

El mito tradicional no tiene origen conocido, ya que nace en las sombras de los primeros tiempos. Se asume que su cuna se encuentra en las sociedades ágrafas. Pese a ello, su transmisión oral no ha sido problemática, pues cada cultura tuvo sus especialistas, quienes eran los encargados de la conservación y transmisión de sus tradiciones; es decir, ellos fueron los guardianes de su fidelidad. En este sentido, Sócrates dudaba de la escritura, al privilegiar la palabra oral, y no legó ningún escrito a la humanidad. En el Fedro, Sócrates sostuvo que, a través de la escritura, no se puede transmitir un arte claro.

Etimológicamente, la palabra griega μῦθος (mythos) fue polisémica hasta el siglo v a. C., pudiendo ser usada en una multiplicidad de discursos. Podía comprender sentidos tales como ‘palabra’, ‘razón’, ‘pensamiento’, ‘invención’, ‘opinión’, ‘relato’ y ‘comunicación’, entre otros. Eliade (1992) sostiene que es difícil asumir una sola definición del mito, agregando que es una realidad cultural demasiado complicada e intrincada, pero que se debe analizar e interpretar desde diversas perspectivas. Cossío (1952) describe tres etapas en la evolución del mito: inicialmente fueron relatos de lo sobrenatural, luego perdieron su importancia religiosa para convertirse en parte de la cultura y, finalmente, fueron incorporados en la literatura popular como fábulas o leyendas. Gadamer (1997) coincide con esto último al señalar que, al perder su sacralidad, los mitos se convirtieron en literatura.

Sin embargo, existe consenso en que el mito relata una historia sagrada que se remonta a “los albores del tiempo”, en la que los protagonistas son entidades sobrenaturales cuya única tarea es la creación, transformación y explicación del origen, así como la existencia del hombre y su mundo. Esta complejidad inherente a los mitos les otorga una versatilidad interpretativa que permite su análisis desde diversas perspectivas.

Según Malinowski (1994), los mitos tienen una función social comprensible e interpretable, distinta de la narración simple, la ciencia, el arte o la historia; se relacionan con la continuidad cultural y la actitud humana hacia el pasado. Desde el estructuralismo, Lévi-Strauss (1982) los considera como una reconstrucción estructural del pasado; mientras que, para Abraham (1961), los mitos se interpretan como reflejos de la vida psíquica infantil de un pueblo, al encapsular sus deseos primigenios surgidos en eras prehistóricas. Para ello se crearon los mitos, para dar una explicación —para algunos, una pseudoexplicación— de los diversos fenómenos y orígenes. En cualquiera de las circunstancias, los pueblos los admitían como ciertos. Ellos han surgido en Mesopotamia, Egipto, India, China, Grecia, Babilonia; y también son patrimonio de las altas culturas americanas: maya, azteca e inca, y de todas las culturas.

Ahora analicemos la relación mito-ciencia. Desde las diversas ciencias sociales, Burnett (1944), Vernant (2001) y Giraldo (2003), entre otros, dan cuenta del “milagro griego”, mientras que Vernant (1998) llamará revolución intelectual al cambio producido entre los helenos en el siglo vi a. C. En este tiempo, los primeros filósofos y científicos cuestionaron los mitos tratando de buscar explicaciones fácticas y racionales de lo que trataban de explicar los mitos.

Desde los tiempos más remotos de la historia helénica se observa una relación compleja entre μῦθος y λόγος, religión y ciencia, naturaleza e historia, la cual no siempre sigue una progresión lineal. Pero muchos han interpretado esta relación como el surgimiento de la filosofía y de la ciencia, origen marcado por lo que se conoce como “el paso del mito al logos” y que denota una transición del conocimiento ilógico e irracional a uno lógico y racional; de un conocimiento basado en dogmas y verdades absolutas a uno que se sustenta en la razón y en la demostración (Giraldo, 2003).

Para los que creen en los mitos, o están influenciados por ellos, las entidades y los eventos míticos poseen vida y poderes, los cuales pueden ser beneficiosos o perjudiciales. Paradójicamente, a pesar de la religiosidad que impregnaba la vida cotidiana en la antigua Grecia, el mito fue empleado con propósitos educativos y en rituales dentro de la polis. He allí la importancia que los helenos le dan a los poemas homéricos. Sin duda, la obra de Homero fue el vehículo que se utilizó para ilustrar tanto las limitaciones como las grandezas del mundo divino y humano, formando parte integral de su concepto de παιδεία (paideía), un término que abarca más que la educación o la cultura (Jaeger, 1946).

II. CIENCIA

Según Vernant (2001), el pensamiento racional tiene un origen cronológico y geográfico específico: surge en el siglo vi a. C. en las colonias helénicas del Asia Menor, como Jonia, Mileto, Éfeso y Samos. En estas ciudades surgirá una nueva forma de observar a, y de reflexionar sobre, la naturaleza, encabezada por intelectuales helénicos conocidos como cosmólogos, quienes se dedicaron a observar e interpretar el cosmos de manera racional. Se centraron en la φύσις (physis), la naturaleza, y en la búsqueda del ἀρχή (arjé), el principio originario.

Estos presocráticos buscaron el ἀρχή al desconfiar de los mitos, por ello, deseaban descubrir las causas de los acontecimientos y darles explicaciones racionales. Mientras que en la visión mítica el mundo era caótico y arbitrario, sometido a la voluntad y el humor de los dioses, la visión racional del mundo lo concibe como ordenado y regido por leyes estables y fijas que pueden descubrirse, dejando de lado la intervención divina (Giraldo, 2016).

De hecho, esta es una nueva actitud frente a lo que se vive y observa, pues el común de las personas ve lo cotidiano con su propia cosmovisión y lo acepta sin mayor preocupación. Mientras que los filósofos presocráticos buscaron afanosamente desvelar (αλήθεια) lo que estaba oculto por la ignorancia, los prejuicios y las creencias, ellos vivían y observaban la misma realidad, pero con otra actitud, “con otros ojos”.

El término ciencia deriva del latín scientia y se refiere al conocimiento sistemático en cualquier área, especialmente cuando se basa en la experiencia sensorial objetivamente verificable. Al hablar de ciencia se tiende a asociarla con un conocimiento rigurosamente fundamentado, considerado como basado en verdades incuestionables. Sin embargo, estas aspiraciones son difíciles de alcanzar en la práctica. Las expresiones ”está científicamente comprobado” o ”lo dice la ciencia“ a menudo se usan para zanjar debates, reflejando el principio magister dixit. Pero el principio de falsabilidad de Popper (1985) sugiere que todo conocimiento científico puede ser refutado. Dado que la ciencia está en constante evolución, esta no puede ofrecer respuestas absolutas.

Cada día, los conocimientos crecen y desafían a los anteriores, permitiendo que la humanidad acumule saberes con los que puede transformar su realidad circundante y su entorno. Este conjunto de conocimientos y la actividad humana destinada a adquirirlos se denomina ciencia. Pero la ciencia no admite cualquier conocimiento, sino aquellos obtenidos mediante el método científico y que cumplen ciertas condiciones. La ciencia se distingue de otros tipos de conocimiento, como el ordinario, principalmente por su objetividad, reproducibilidad y falsabilidad. Cada afirmación científica debe respaldarse con hechos o evidencias empíricas que cualquier investigador pueda reproducir y verificar. Es una actividad sistemática y organizada con un fin específico: obtener un conocimiento verificable sobre los fenómenos que nos rodean, haciendo uso de leyes y principios generales.

Numerosas teorías científicas, al igual que concepciones filosóficas, religiosas y míticas, pueden contradecirse. La ciencia, aunque sujeta a errores, ofrece conclusiones con distintos impactos según su aplicación. Para Gadamer (1997), el pensamiento ilustrado consideraba que el mito era lo contrario a la explicación racional de la realidad. Para la ciencia, lo no verificable sería mitológico. Aunque la neurociencia cuestiona la racionalidad, esto no resta importancia a la ciencia, si bien sugiere una influencia emocional en la percepción del mundo, un aspecto compartido con los mitos.

Algunos científicos y filósofos plantearon la idea de la ciencia como un ”gran mito“. Entre ellos podemos mencionar a Karl Popper (1985), filósofo austriaco-británico, padre del falsacionismo, quien afirma que la ciencia no se debe abocar a la búsqueda de certezas absolutas, sino a buscar la falsación de teorías, pues ellas deben tener la capacidad de ser refutadas por medio de evidencias empíricas. Además, sostiene que si una teoría no puede ser falseada no debe ser considerada como científica, sino como pseudociencia. La afirmación que hace Popper con respecto a la ”ciencia como mito“ es, en última instancia, una advertencia contra la idealización de la ciencia como fuente de conocimiento absoluto e infalible. Reconoce que la ciencia es un esfuerzo humano falible y continuo, y que su principal característica es su capacidad para cuestionar y corregir sus propios errores. Al igual que con cualquier otra forma de conocimiento, es vital mantener una actitud crítica y abierta, evitando caer en el dogmatismo.

Siguiendo con la idea de la ciencia como un ”gran mito“, Thomas Kuhn (1971) afirmaba que la idea del progreso de la ciencia se da a través de paradigmas que son adoptados por la comunidad científica. Además, nos dice que cuando se da una ”revolución científica“ lo que ocurre es que el paradigma que estaba vigente es desplazado por un nuevo paradigma, es decir, se produce un cambio profundo, una revolución en la visión del mundo. Podríamos decir que sería similar a un cambio en las creencias mitológicas. Ahora bien, estos paradigmas serían considerados como mitos, ya que son creencias que son compartidas y aceptadas por la comunidad científica en un momento determinado. De esta manera, podemos afirmar que la ciencia se construye sobre la base de creencias que son compartidas, lo que puede considerarse como una forma de mito, en el sentido de una historia colectiva que guía la práctica científica.

Por otro lado, nos preguntamos si la verdad que predomina en la ciencia es la única válida y de dónde proviene su validez, pues la objetividad científica, siendo un ideal al que se aspira, está en entredicho debido a la complejidad inherente a la actividad científica. Aunque se busca la objetividad, es difícil alcanzarla completamente, ya que está condicionada por procedimientos científicos diseñados para minimizar la influencia de factores subjetivos. Esta aspiración de objetividad resalta la carga subjetiva tanto del mito como de la ciencia. Por otro lado, los estudios e investigaciones sobre el mito sugieren que podría contener verdades aún por elucidar.

Por lo tanto, ante la pregunta acerca de si el mito pretende representar la verdad, diremos que el mito, en un determinado momento, fue la verdad y la realidad de aquellos que vivían inmersos en él. Por ello, la transición del mito al logos marcó un proceso que incluyó una fase previa, lo mítico, antes de llegar al ámbito científico y filosófico. Se comprende que uno precede a los otros; es decir, sin la presencia de lo mítico, no se habría alcanzado el desarrollo posterior en los campos científico y filosófico.

III. FAKE NEWS

La pandemia del COVID-19 llevó a la humanidad a encerrarse y buscar información sobre el nuevo mal que la aquejaba. Este fue el escenario propicio para la divulgación de las llamadas fake news, término que describe informaciones completamente inventadas, o falsificadas, que son presentadas como noticias legítimas y verídicas. Estas noticias falsas siempre existieron y se difundieron con la intención de desinformar o tergiversar. Pero durante la pandemia se popularizaron, aprovechando que algunos ”expertos“ o políticos ofrecían consejos para prevenir la enfermedad. La rápida propagación de estas noticias alarmó a la Organización Mundial de la Salud (OMS), que utilizó el término infodemia con la finalidad de describir este fenómeno de desinformación que puso en peligro la salud pública.

Con la llegada de internet y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), estas noticias encontraron el medio ideal para que se difundieran rápidamente dada su fácil accesibilidad. Estas noticias falsas son promovidas por grupos con fuertes intereses económicos, políticos o religiosos, y se propagan rápidamente a través de redes sociales y otros canales mediáticos. Según Collins Language Lovers (2017), las fake news son informaciones falsas con un toque sensacionalista que se presentan como ciertas y se propagan viralmente en las redes sociales.

Las fake news tienen como objetivo principal manipular a la opinión pública. Para ello, se valen de perfiles falsos, conocidos como trolls, que producen estos contenidos de manera profesional. La Real Academia Española define a los trolls como usuarios de internet que publican mensajes provocativos con el fin de molestar o llamar la atención. Al ocupar a un grupo de “profesionales”, sugiere que es un negocio rentable y que su proliferación sigue en aumento.

Tanto los mitos como las fake news comparten la característica de ser información no verificada o validada. Los mitos son narrativas o creencias populares aceptadas en su época, pero cuyas fuentes no están validadas. Por ejemplo, el relato del Génesis en la Biblia, el cual describe el creacionismo, fue considerado válido hasta cuando el papa Juan Pablo II (1979) lo asumió como un mito, permitiendo su interpretación. Hasta ese momento, muchos cristianos consideraban la Biblia como fuente primordial para explicar el origen del mundo, los seres y el hombre, aceptando su veracidad. Por otro lado, las fake news son historias o informaciones que se presentan como verdaderas, pero en realidad son falsas o engañosas, y sus fuentes no son conocidas. No se pretende desmerecer el valor de la Biblia, sino destacar la subjetividad compartida tanto por el mito como por las fake news.

Además, tanto los mitos como las noticias falsas se propagan a través de una variedad de medios de comunicación. Los mitos solían difundirse de forma oral, transmitidos por especialistas, hasta la llegada de la escritura, en que se los comenzó a registrar en libros, llegando algunos de ellos a convertirse en sagrados. En contraste, las fake news se propagan en la actualidad mediante medios tecnológicos, especialmente las redes sociales, el correo electrónico y el boca a boca, entre otros canales de difusión.

La relación entre las fake news y la ciencia sugiere una influencia mutua, a pesar de la supuesta objetividad y rigurosidad de esta última. La ciencia, al igual que otras disciplinas, no está exenta de subjetividad, lo que puede afectar su progreso y desarrollo. Un ejemplo histórico de esta interacción se remonta al notorio “Gran engaño de la Luna, publicado en el diario The Sun en 1835. En este artículo se relataban supuestos hallazgos científicos del astrónomo John Herschel, quien según la noticia había observado seres humanoides en ella. Aunque posteriormente se reveló como una falsedad, este episodio marcó un hito en la historia de la desinformación contemporánea.

La relación entre las fake news y la ciencia ha dado lugar al concepto emergente de fake science. Similar a las noticias falsas, la fake science busca desinformar a la comunidad, a menudo promovida por científicos con intereses personales o grupos que buscan mantener sus productos o resistirse a nuevas ideas. Un ejemplo es el caso documentado por López-Borrull (2019) sobre Andrew Wakefield, quien falsamente vinculó la vacuna MMR con el autismo. Aunque desacreditada, esta falsa correlación sembró desconfianza en las vacunas, alimentando al movimiento antivacunas.

Durante la pandemia del COVID-19 se difundieron numerosas fake news y fake science relacionadas con el virus, incluyendo tratamientos ineficaces y teorías conspirativas sobre su origen. Esto minó la confianza en la ciencia y en las recomendaciones de expertos en salud pública, dificultando los esfuerzos para contener la propagación de la enfermedad. Neto y Lachtim (2022) argumentan que estas falsas informaciones causaron desequilibrio psicoemocional en la población, generaron miedo y angustia, y se constituyeron en un obstáculo para las campañas de vacunación.

Es preocupante observar que los difusores de fake science a menudo son científicos que buscan intereses personales, promoviendo información distorsionada con el fin de obtener recompensas financieras o mejorar su reputación en la comunidad científica. Esto socava la credibilidad de la ciencia y amenaza la integridad del conocimiento científico validado.

IV. LA POSVERDAD

Camps (2017) parte de la premisa de que nos encontramos en la era posmoderna, caracterizada por el pensamiento débil y la sociedad líquida. El primer concepto, el pensamiento débil, fue abordado por Vattimo y Rovatti (1988), quienes sostienen que en estos tiempos los dogmatismos políticos han conducido a grandes errores, por lo que se aboga por un relativismo en el que todas las perspectivas poseen algo de verdad y ninguna la detenta por completo. El segundo concepto, la sociedad líquida, descrito por Bauman (2003), describe una sociedad en la que prevalece el individualismo, y las relaciones son efímeras y exentas de compromiso, lo cual crea un entorno carente de certezas. Bajo estas premisas, Camps (2017) plantea la pregunta: “¿a qué viene preocuparse por buscar la verdad?”. Es en esta sociedad en la que surgirá y anidará la posverdad.

La posverdad tiene como objetivo manipular la información y los hechos, apelando a las emociones y a las creencias personales con el fin de construir un discurso que se ajuste a las agendas de grupos de poder o ideológicos; para ello, se distorsiona la verdad objetiva. Este fenómeno se manifiesta en diversos ámbitos, especialmente en la política —también en los medios de comunicación y en las redes sociales—, y se utiliza para influir en la opinión pública y en la toma de decisiones de las autoridades. Por ejemplo, un político puede distorsionar la verdad en su discurso para ganar seguidores, o los medios de comunicación pueden exagerar o enfocarse en ciertas noticias para aumentar su audiencia. La posverdad se basa en la reinterpretación selectiva de los hechos y en la presentación sesgada de la información para moldear una narrativa específica.

Es importante distinguir que la posverdad no es equivalente a una fake news, ya que contiene elementos de verdad, aunque manipulados para fundamentar una agenda particular. Arrieta (2020) señala que, a diferencia de la mentira, en la que el mentiroso es consciente de la verdad, pero la oculta, la posverdad manipula la verdad misma. En cuanto a la propagación y aceptación de las fake news, Laura Hazard-Owen (citada en Vila, 2018) sugiere que para que una noticia falsa tenga éxito debe apelar a las emociones, tener una apariencia de legitimidad, contar con una eficaz difusión en internet y ser amplificada en la red.

A pesar de sus diferencias, tanto la posverdad como las fake news comparten ciertas similitudes, ya que ambas implican la difusión de información errónea o engañosa. Ejemplos notorios de estos fenómenos incluyen el Brexit y la elección de Trump al poder. Vila (2018) encuentra un ”denominador común“ en estos eventos: la arraigada creencia personal, considerada como verdad en la sociedad, que distorsiona la opinión pública. Además, en ambos casos se apela a las emociones. En el caso del Brexit, este generó desconfianza en la Europa occidental, mientras que Trump prometía el resurgimiento de la grandeza de los Estados Unidos.

Las fake news se refieren a noticias falsas desarrolladas para engañar al lector, oyente o espectador con el fin de manipular a la opinión pública. Por otro lado, la posverdad implica la manipulación de la opinión pública mediante el énfasis en las emociones y creencias personales sobre hechos objetivos. En la posverdad, los hechos pueden ser ignorados o distorsionados para crear una narrativa que se ajuste a la opinión o agenda del narrador, en lugar de simplemente difundir una mentira.

En síntesis, la principal diferencia entre las fake news y la posverdad radica en que las primeras son noticias falsas creadas con la intención de engañar, mientras que la posverdad se basa en la manipulación de la opinión pública a través de la selección y presentación de los hechos para adaptarlos a una narrativa preconcebida, apelando a las emociones.

Las fake news son componentes de la posverdad. Según Arrieta (2020), esta última no está sola, sino que viene acompañada de otras formas de manipulación como la ignorancia, la charlatanería, el populismo y las redes sociales, entre otras, todas ellas contribuyendo al objetivo de manipular o engañar a la opinión pública.

Por ejemplo, Romano (2018) destaca cómo Twitter fue utilizado para publicar nueve millones de tuits, desde una “granja de trolls“ rusos, con el fin de desestabilizar la política tanto a nivel local como global. Menciona dos casos emblemáticos: el referéndum del Brexit en el Reino Unido en 2016 y las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en el mismo año, procesos políticos en los que cuentas falsas desinformaron e influenciaron el resultado.

Gracia (2017) vincula la posverdad con la política. Señala que la posverdad ha sido alimentada por intelectuales de élite que aceptan y difunden información tendenciosa, y que convierten medias verdades en verdades completas.

Los expertos señalan que vivimos en una era de exceso de información, fenómeno conocido como infoxicación, lo que es aprovechado para difundir las fake news. Recomiendan adoptar un sano escepticismo y validar las fuentes de información mediante el fact-checking, es decir, la verificación sistemática de los datos.

Respecto a la relación entre mito y posverdad, los mitos surgieron en las antiguas civilizaciones como explicaciones de los fenómenos y el origen del mundo, sin la intención inicial de manipular, sino de otorgar identidad a sus pueblos. Sin embargo, con el tiempo, los mitos fueron utilizados por las élites gobernantes para legitimar su poder y privilegios. En contraste, la posverdad se refiere a la difusión de información que no se basa en hechos verificables o que, en muchos casos, los distorsiona, con un propósito de manipulación.

También se argumenta que los mitos perduraron, en general, hasta que surgió un grupo de individuos, los presocráticos, que buscaban las causas reales que explicaran los fenómenos anteriormente justificados mediante los mitos. Se sostiene que, en un segundo momento, estos relatos míticos buscaban mantener el statu quo, lo que llevaba a la clase gobernante a manipular la información apelando a los sentimientos y creencias de su pueblo. En este aspecto, también se observa una similitud con la posverdad.

Los mitos se han transmitido de generación en generación, principalmente de forma oral, sin ser cuestionados ni verificados. Aunque algunos podrían tener sus raíces en la realidad o eventos históricos, con el tiempo han sufrido distorsiones y han incorporado elementos de la imaginación y la fantasía. En ambos casos, la búsqueda de la verdad objetiva puede ser reemplazada por narrativas que resulten más atractivas o relevantes para el narrador o la audiencia. Además, tanto los mitos como la posverdad pueden ser empleados para manipular la opinión pública y reforzar ciertas creencias o valores, incluso si no están respaldados por hechos objetivos.

En el caso de la posverdad y de la ciencia, ambos representan conceptos opuestos, ya que la ciencia se basa en hechos verificables y objetivos, y aplica rigurosamente el método científico. La ciencia está sujeta a una constante crítica y refutabilidad, lo que garantiza la validez y fiabilidad de sus resultados. Por el contrario, la posverdad manipula y distorsiona estos mismos hechos, y recurre a los sentimientos y a las creencias de aquellos a quienes se intenta desinformar.

REFERENCIAS

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