Entrevista a óscar Quezada Macchiavello

“Hoy los humanistas formamos una suerte de resistencia”

interview Oscar Quezada Macchiavello
“Today We Humanists Form a Kind of Resistance”

Por Alonso Rabí Do Carmo

Universidad de Lima

arabi@ulima.edu.pe

https://orcid.org/0000-0002-3793-9033

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2023.n010.6954 Recibido: 10.10.23 / Aprobado: 2.11.23

Óscar Quezada Macchiavello es un destacado filósofo y semiólogo peruano. Actualmente es rector de nuestra casa de estudios y autor de numerosos estudios dedicados a desentrañar los significados de distintas prácticas culturales. Sus libros más recientes son Mundo mezquino, arte semiótico-filosófico (2017), Ensayos semióticos: Teoría, mito, literatura (2022) y Literatura del contrapunto en las ´Prosas apátridas´ de Julio Ramón Ribeyro (2023). En esta entrevista, Quezada revisa su quehacer filosófico y reflexiona en torno al rol de la filosofía en la sociedad peruana, a propósito del reciente Congreso Nacional de Filosofía realizado en noviembre último en el campus de nuestra universidad.

Se observa con preocupación que las humanidades sean vistas como algo alejado de lo pragmático, sin valor concreto en el mercado, en fin. ¿Qué reflexión abierta y personal podrías hacer sobre este asunto?

Creo que es necesario repensar la palabra humanidades, qué significa hacer humanidades en un contexto como este, de tanta deshumanización y de tanta robotización de la vida, ¿verdad? Tengo la sensación de que hoy los humanistas formamos una suerte de resistencia, ya no somos la tendencia hegemónica. La consigna podría ser hoy resistir desde las humanidades, desde la práctica humanística. No debemos dejar de pensar las profundidades del ser humano, como decía Bergson. Pensar la emoción, el sentimiento, el deseo, la voluntad, el anhelo de belleza, de placer y de alegría. Lo que hay detrás de las humanidades es un ser humano más feliz y pleno, más allá de una satisfacción salarial, por ejemplo, una vivencia más profunda de la naturaleza, la preocupación de habitar la tierra, como dice Latour, que hoy habla de clases geosociales, marcada por la aspiración de conservar un hábitat común.

Tengo la intuición de que el desdén por las humanidades parece ser directamente proporcional al avance tecnológico. ¿Te parece que es correcta esa apreciación?

Todo el mundo habla de todo, todo se ha banalizado. Cualquier persona se siente autorizada a hablar de cualquier cosa. El mejor síntoma de la tonalidad de la cultura actual, como diría Negri, es TikTok. Ahí te das cuenta de que la apertura, la licencia, no tienen límites. El solo hecho de tomar la palabra y de convertir la presencia en imagen es una fuente de autoridad. Entonces, la autoridad se ha debilitado. Antes, una foto era algo elaborado, ahora es tan solo una señal. En el mundo analógico, esa foto era una artesanía, digamos, ahora no, todo lo marca lo inmediato. El ser humano se está digitalizando en tal medida que la cantidad está desbordando a la calidad. Y los melancólicos o nostálgicos como yo pensamos más bien en la calidad. Hoy existe la neurosis de estar informado, de enterarse de todo y rápido.

Vi encuestas hechas a gente joven de América Latina en las que el puesto más deseado en la región es el de influencer. ¿Qué ves allí?

Es la muestra de la sociedad líquida de la que hablaba Zygmunt Bauman. El influencer es el que lleva las corrientes, el que canaliza las tendencias, intuye corrientes y las orienta hacia sus intereses o a los intereses de quienes representa o están detrás de él. El influencer es una especie de diligente canalizador de modas. No es creador, no, la creación es otra cosa. Esto es más inteligencia práctica y habilidad, sagacidad. La creatividad, en cambio, está en decadencia, está viviendo un momento de degradación.

En ese contexto, ¿cuál es el papel que cumple la filosofía?, ¿qué tarea le toca?

En principio, rescatar la creatividad. La filosofía debe construir conceptos, crear ideas, modelos de pensamiento, de nuevas soluciones para nuevos problemas. Eso es la filosofía. O es poética o no es. Filos es amor, Sofía es saber. Amor a la apertura, a la creación, a la innovación. Pero no la innovación como fetiche, sino la innovación como herramienta para la expansión espiritual, para la alegría humana.

En algunos lugares del mundo se ha destacado, lamentablemente, la noticia de que en muchas escuelas se cierran o se cancelan los cursos de filosofía. ¿Cómo lees esta situación?

Se debe al automatismo, al conformismo, por la necesidad de no cuestionar el estado de cosas, por la capacidad financiera del status quo del orden mundial. Los filósofos siempre han sido incómodos, mal vistos. Y como los poetas en La República de Platón, el filósofo de hoy está al borde de la expulsión de la república. El filósofo es el que te quema la película, el que te hace ver los defectos, los problemas éticos que se desprenden de los actos y decisiones políticas. Por eso se lo aparta, se lo margina. Académicamente puede dar prestigio tener un departamento de filosofía, pero ¿para qué?, ¿con qué finalidad? ¿La imagen o la educación?, ¿qué es más importante? La inteligencia contemplativa está siendo desplazada por la inteligencia de la habilidad práctica, la metis, la sagacidad, la viveza. Vivimos un tiempo en que estas cosas son preferibles a formas de pensamiento más autónomas y complejas. Eso no es un modelo para la juventud. Y hay que lamentarlo.

Mirando tu obra en perspectiva, uno se da cuenta de que no hay mayores distinciones culturales, esas presuntas diferencias entre lo culto y lo popular, o entre la alta cultura y la cultura de masas. Te has ocupado tanto del grafiti como de Arguedas o Ribeyro, de Mafalda, de la semiología contemporánea o de mitos andinos. En ese bosque diverso, y a la vez singular, ¿cuál sería el centro de tu práctica filosófica?

Lo determinante para mí es la producción de sentido, es mirar al hombre como animal semiótico. En eso se hermanan Ribeyro y Quino. Ribeyro es un escritor, pero en Prosas apátridas es un filósofo. Quino es un dibujante, un humorista, pero en cualquiera de sus viñetas, las de Mafalda, por ejemplo, hay mayor concentración de ideas y de filosofía que en un ensayo académico. La condición humana entendida como el animal que le da sentido a su vida, aunque ese dar sentido esté siempre amenazado por el sinsentido, la insignificancia o el tedio. Eso es lo que me interesa, las formas de vida. ¿Cómo comienza esto? A partir de una interjección mítica en los rituales de Huarochirí y se prolonga en un relato de Ribeyro. La publicidad que también me preocupó un tiempo, es la mitología de nuestro tiempo. El discurso político también plantea problemas filosóficos, lo estésico, el simulacro.

Volviendo a Ribeyro, recuerdo que yo estaba en Estados Unidos cuando apareció en un diario peruano un artículo que decía que no había que leer autores como Ribeyro, porque eran derrotistas, promovían el fracaso, en fin. Supongo que lo recuerdas también. Su idea del fracaso es reflexiva y produce una gran estética. Ese fracaso al que alude el columnista es su fracaso como lector, no un fracaso del texto de Ribeyro, en todo caso.

Estoy totalmente de acuerdo contigo. Es más, Ribeyro tiene una obra profundamente coherente. Puede cambiar de tono, pero su coherencia no cambia. Él habla de las carencias que marcan a fuego y a sangre al ser humano y, en modo muy particular, al peruano. Claro, es incómodo, pues. Sus relatos hablan de miseria, de frustración, de racismo y discriminación, en fin. Y eso es actual, tiene vigencia total. Ribeyro es un espejo muy pulido en el que puede verse un peruano con sus luces y sus sombras. De la crueldad social hizo arte. Recuperó lo cotidiano también, en textos como Prosas apátridas o en su diario.

Nuestra universidad organizó recientemente un Congreso Nacional de Filosofía. ¿Qué sensación te dejó esto?

Me sentí muy contento con el Congreso. Fíjate que el último había sido en 1994.

Algunas personas ven el hecho de filosofar como una excentricidad. ¿Qué sentido tiene para ti el filosofar en el Perú, un país lleno de contradicciones, complejidades, tan inasible e ingobernable por momentos? ¿Qué nos tiene que decir la filosofía en un país como el Perú?

Gabriel Marcel, en un libro que se llama El misterio del ser, decía que la filosofía no tenía que ver tanto con los problemas como con los misterios. Sin embargo, el Perú le da la contra a Marcel, porque le dice lo contrario: que la filosofía tiene que ver con los problemas y no tanto con el misterio. Siempre el hombre va a ser el ser que filosofa, en la medida en que ignoramos nuestros orígenes e ignoramos el fin de las cosas, no sabemos qué es lo último o final, qué es lo primero u original. Esos misterios van a estar allí, pero en el Perú, la prioridad la tienen los problemas. En países como el nuestro, el núcleo de la filosofía son las condiciones de incomprensión y de explotación del hombre por el hombre, la incapacidad ética del ser humano. No se trata tanto de qué somos sino de cómo somos incapaces de ser entre nosotros comunidades de bien, de crecimiento, solidarias. Aquí, entonces, cambia la perspectiva, de la metafísica a la ética y a la política, a problemas de la existencia. En el Perú hay que hacer esta ruta: de los misterios a los problemas.

Finalmente, ¿cómo te explicas tu vocación por la filosofía?

En tercero de secundaria llega a mis manos el Tao Te King. Me deslumbré, se movió todo el mundo de mis creencias. Tenía apenas 14 años y no sabía quién o qué era en ese entonces. Muy precozmente me acerqué a ese libro y comencé a cuestionar dogmas éticos, políticos, religiosos, etcétera. En ese tiempo me abrí a la lectura de autores como Huxley, Kerouac, Whitman. Descubro también a Vallejo y a Neruda, a quien leí con intensidad. Fui lector precoz. Todo eso influyó mucho en mi búsqueda y creo que llegué a la filosofía por la literatura. Un grato camino, sin duda.