Le dedico mi silencio

Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2023.

Daniel Parodi Revoredo
Universidad de Lima

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2023.n010.6949

Recién he leído Le dedico mi silencio (2023), la última novela de Mario Vargas Llosa, con poca resonancia en la crítica cultural, aunque sí varias detracciones respecto, o de su contenido, o del recurso literario de intercambiar, capítulo a capítulo, las historias de Toño Azpilcueta y de Lalo Molfino. Azpilcueta es un cronista de espectáculos erudito en canción criolla y Lalo Molfino un guitarrista genial que Azpilcueta escucha tocar una sola vez en un solar rimense. La virtud interpretativa de Molfino emociona a tal punto a Azpilcueta que termina de convencerse de emprender la aventura de escribir un libro en el que defenderá la tesis de que el criollismo es el factor fundamental de la identidad nacional peruana.

El criollismo como utopía y la huachafería

La novela de Vargas Llosa, a través de su protagonista Toño Azpilcueta, presenta al criollismo como bastión de la nación y factor de unidad de todos los peruanos. Azpilcueta cree militantemente en esa verdad, lo obsesiona, lo apasiona y lo moviliza a escribir un libro con la intención de realizar su proyecto cultural e identitario. La visión de criollismo de Azpilcueta es bastante amplia, e incluye, por ejemplo, al huaynito o huayno. Esta inclusión puede remitir al tiempo en que se desarrolla la acción, enclavada en la década de 1970.

Se trata de un periodo de aguda transición sociodemográfica en el Perú, pero todavía la informalidad y sus expresiones musicales, como la tecnocumbia o la chicha, no han conquistado del todo al país. De hecho, desde las primeras migraciones de los años cuarenta y cincuenta, el huayno fue bien recibido en los ambientes criollos y por eso los discos LP de aquellos tiempos solían colocar entre sus varios valses, un huayno. De allí que cantantes criollas muy populares como Jesús Vásquez y Lucha Reyes hayan incluido huaynos dentro de su repertorio.

Para Azpilcueta hay dos valores adjuntos al criollismo que soportan su utopía. El primero es el uso del idioma español, lengua con la que se comunica la mayoría de los peruanos. Para Azpilcueta, la apuesta por el criollismo es una apuesta por el mestizaje, por una peruanidad más o menos homogénea, y el criollismo es el factor integrador de dicha homogeneidad. El segundo es la huachafería. Para la lingüista Shirley Cortez González (2012), lo huachafo “se aplica a las personas o a las cosas que se consideran ‘cursis’, ‘de mal gusto’, ‘recargadas’, especialmente en quienes tratan fallidamente de mostrarse elegantes o finos en el vestir, en el actuar o en el hablar”. Estas características, presentadas en clave peyorativa por la especialista, constituyen para Azpilcueta el corazón de la peruanidad, la manera como los peruanos nos presentamos y comunicamos con el mundo. Sencillamente somos así y podría no faltarle razón, considerando que, tras doscientos años de vida libre, no hemos superado, prejuicios, estereotipos y discriminaciones que remiten al periodo colonial. Lo huachafo podría ser, en lugar de una consecuencia perniciosa, una respuesta cultural.

La utopía criolla como respuesta a La utopía arcaica

Un ensayo de Mario Vargas Llosa que adquirí con mucha ilusión fue La utopía arcaica (2019 [1996]). Este consiste en un análisis de la obra de José María Arguedas. Como el célebre narrador andahuaylino me fascina casi tanto como Vargas Llosa, me pareció muy sugerente que el segundo se ocupe del primero.

Luego, la investigación de Vargas Llosa me pareció una diatriba en contra de Arguedas y de sus ideas políticas de izquierda. Sus entrelíneas casi no soslayan el propósito de restarle valor literario a la obra del “Tayta”, debido a su identidad cultural y sus compromisos ideológicos. El resultado que se desprende de la ecuación es que el propio Vargas Llosa se eleva a la condición de principal narrador nacional, resolviendo así, él mismo, el dilema que hasta hoy coloca a ambos autores disputándose ese pedestal.

Estos tópicos han sido investigados por Rodja Bernardoni (2016) quien, hasta cierto punto, arriba a conclusiones compatibles con las mías. Existe en la obra de Vargas Llosa una necesidad por destruir lo que él denomina la utopía arcaica (2019 [1996]), levantada, primero por el indigenismo de los años veinte, y después por la academia adjunta a la izquierda en los años setenta, siendo Tito Flores Galindo (1982, 1988, 1994 [1986]) desde la historia, uno de sus principales exponentes.

Según Bernardoni, Lituma en los Andes (1993)* es un esfuerzo del nobel por deconstruir la Utopía Andina. Para demostrarlo, recurre a una interesante comparación entre dos fragmentos, uno de cada autor: la trocha que, en Yawar Fiesta de Arguedas (2011), trazan con absoluto denuedo los comuneros hasta llegar a la carretera Panamericana para que sus hijos alcancen la modernidad, y aquella carretera que no llega a ninguna parte por las huelgas y diversas contingencias en las páginas de Lituma en los Andes de Vargas Llosa. La cara y el sello de dos visiones del mundo. ¿Siguen separando a nuestro país?

La respuesta a la crítica de la izquierda

Sin embargo, es cierto que la izquierda que refiero, desde los años setenta, emprendió un agresivo proyecto de demolición cultural del criollismo. Mis años universitarios fueron complicados porque, formado familiar, cultural y musicalmente en esta vertiente, tuve que afrontar el absoluto desprecio y denostación de la canción criolla tildada de “careta oficial que posterga la música andina, música oficial del estado, música oligárquica y reaccionaria, música de gente decadente”, etcétera. (Manrique 2015).

Eran tiempos en los que había que cantarle, ya no a Los Vencidos de Nathan Wachtel (1976), sino a los nuevos conquistadores de Tito Flores Galindo (1988). La inmigración masiva había conquistado Lima. Entonces los vencidos pasaron a ser no solo la desfalleciente oligarquía, herida de muerte por Velasco, sino los acervos cultural y musical limeños y, por extensión, los costeños. La sierra había vencido a la costa, las que se visualizaban como dos universos inconexos y opuestos, que no admiten el matiz, ni mucho menos el intercambio, la comunicación y la mixtura.

En ese contexto, nadie reparó en que la música criolla es una expresión folklórica más del país, de origen tan popular como el huayno, el huaylas, los ritmos amazónicos y luego la cumbia peruana, la chicha, y la tecnocumbia. Tampoco se reparó en el hecho de que la eventual instrumentalización de un género musical por el Estado o por determinados sectores de la sociedad, no son responsabilidad de las gentes que constituyen el entorno de dicha cultura. Hoy la tecnocumbia acompaña a la mayor parte de la publicidad audiovisual del Estado y, sin embargo, no se han colegido tan maniqueas conclusiones.

En Le dedico mi silencio, Vargas Llosa le responde a esta postura academicista y lo hace bien. Me parece que su última novela tiene mucho más éxito en este empeño que su La utopía arcaica. En este caso en particular, a Vargas Llosa le ha ido mejor creando, construyendo y proponiendo antes que atacando.

Sin embargo, las líneas de su novela también nos ofrecen una respuesta directa a dicha tendencia academicista, lo que demuestra que el nobel ha sabido conocer plenamente el ambiente adverso al criollismo recién descrito y que me tocó vivir cotidianamente durante mi experiencia de joven estudiante universitario. La réplica se manifiesta en la dramática arenga de Toño Azpilcueta ante la asamblea de la UNMSM que decide eliminar su cátedra de “Quehaceres peruanos”. El también docente, indignado, fustiga a sus colegas y les dice que:

la hostilidad de los intelectuales hacia mis ideas solo puede significar una cosa: quieren que el Perú siga dividido y enemistado, quieren que sigamos siendo unos desconocidos los unos para los otros. Y saben que mi fracaso es el fracaso de ese proyecto que traería la paz a los peruanos (2023, p. 289).

El placer estético

Me gustaría decir algunas cosas más que tengo en el tintero, respecto de por qué, para Vargas Llosa, la utopía criolla es también una utopía irrealizable, aunque entrañable, pero implicaría arriesgarme a develar el final del libro. Por eso, en mis últimas líneas, quiero destacar la calidad estética de la obra, muy superior a Tiempos Recios, su novela anterior, aunque se trate de temas absolutamente distintos.

En Le dedico mi silencio, como ya adelanté, hay dos historias paralelas, la de Toño Azpilcueta, el autor de un libro que reivindica al criollismo como el factor de la unidad nacional para los peruanos, y la de dicha novela, en la que el genial guitarrista Lalo Molfino —un huérfano que, neonato, es rescatado de un basural por un curita español radicado en Puerto Eten— es protagonista principal.

La redacción de ambas historias, que en conjunto hacen una sola, o que podrían leerse también por separado, resulta de un alto nivel estético. La narración, por fluida y placentera, conduce sola al lector y lo precipita hacia el final, el que se adviene casi inadvertidamente. Apena terminarla, es de esos libros que uno hubiese querido no concluyan nunca.

A manera de conclusión: las metáforas del silencio

El título de la novela porta metáforas preciosas. La primera, el platónico amor de Lalo Molfino hacia Cecilia Barraza, delicado personaje que Vargas Llosa describe tal y como la imaginamos en el trato personal, y que conecta los dos relatos. Cuando Lalo Molfino deja de laborar con Barraza porque sencillamente no tenía la inteligencia emocional para trabajar en equipo, se despide de ella diciéndole “le dedico mi silencio”.

Azpilcueta, también enamorado de Barraza, lo entendió de inmediato. Molfino le dedica a Barraza ese silencio que se apodera del recinto cuando tensa las cuerdas y se pone a tocar: es absoluto. Pero Le dedico mi silencio también es una defensa de la fiesta brava, la que Azpilcueta asume, aunque reconociendo que los críticos serán cada vez más, como previendo los tiempos de intolerancias y correcciones políticas jacobinas que vivimos hoy. Refiere así al tenso silencio del coso, cuando el matador se encuentra frente a frente con el bravo utrero, y el sobrecogimiento se apodera del recinto.

Finalmente, en tanto que su última novela, como él mismo anuncia, Le dedico mi silencio anticipa el enmudecer de nuestras letras cuando dejemos de recibir las entregas del más grande narrador de nuestra historia.

Bibliografía

Arguedas, J.M. (2011). Yawar Fiesta (2da Ed.). Editorial Horizonte.

Bernardoni, R. (2016). El demonio andino. Arguedas en la obra de Vargas llosa. Editorial Horizonte.

Burga, M. & Flores Galindo, A. (1982). La Utopía Andina. Alpanchis, 20, 88-101.

Cortez, S. (2012). Huachafo. Castellano Actual. https://www.udep.edu.pe/castellanoactual/huachafo/

Flores Galindo, A. (1994 [1986]). Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes. Editorial Horizonte.

Flores Galindo, A. (1996 [1988]). Obras Completas (tomo IV). Concytec, Sur.

Manrique, N. (2015). In memoriam. Diario La República https://larepublica.pe/politica/191135-manuel-acosta-ojeda-in-memoriam

Vargas Llosa, M. (2023). Le dedico mi silencio. Alfaguara.

Vargas Llosa, M. (2019 [1996]). La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Alfaguara.

Vargas Llosa, M. (1984). Historia de Mayta. Seix Barral.

Vargas Llosa, M. (1993). Lituma en los Andes. Planeta.

Wachtel, N. (1976 [1971]). Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570). Alianza Editorial.

* Propone lo mismo respecto de Historia de Mayta.