Cinco preguntas a Miguel Giusti Hundskopf

El destacado filósofo peruano Miguel Giusti, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y participante del Congreso Nacional de Filosofía 2023, responde cinco preguntas sobre el papel de la filosofía en torno a la reflexión, el pensamiento crítico y las implicancias de la práctica filosófica en la vida y en la sociedad.

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2023.n010.6938

1.- ¿Podría la filosofía ayudar a solucionar la actual crisis de valores, al fomentar la reflexión ética y el debate crítico?

Es indudable que vivimos tiempos de crisis, lo que quiere decir tiempos de incertidumbre, de desorientación, de enfrentamiento de posiciones. No porque las personas no “sepan” lo que quieren, sino más bien porque “saben demasiado” y opinan entonces de manera muy radical, con posiciones extremas, como si estuvieran en posesión de la verdad. La filosofía podría ayudar a relativizar los puntos de vista y a entender que, como decía Fernando Pessoa (que no era un filósofo, sino un poeta-filósofo), la verdad suele ser “un error de perspectiva”. Ayudar a comprender la relatividad de la propia perspectiva sería una muy buena contribución de la filosofía.

2.- ¿Podría la filosofía facilitar una convivencia más armoniosa entre individuos de diferentes grupos culturales al abordar problemas como el racismo, la marginación y la xenofobia?

El racismo, la marginación o la xenofobia son actitudes primarias, propias de quien se siente identificado con una posición cultural o de clase que considera “natural”. La filosofía surge precisamente como un cuestionamiento de cualquiera de esas actitudes naturales. Mejor dicho: desnaturaliza o problematiza la evidencia de esas actitudes y plantea la cuestión de su legitimidad. Es obvio que la filosofía debería ser facilitadora de la convivencia entre los grupos culturales, pero no lo es pues no es admitida por los miembros de aquellos grupos. Porque, como bien dice Kant, la filosofía, o la ilustración, es una aspiración de libertad que no suele ser escuchada por la mayoría de las personas.

3.- ¿Cómo podríamos incentivar a las personas, funcionarios públicos y gobiernos a incorporar las ideas filosóficas en sus vidas para mejorar el funcionamiento de la sociedad?

Es una ilusión imaginar que la filosofía podría incentivar a los funcionarios de un gobierno, más aún de un gobierno como el del Perú, a mejorar el funcionamiento de la sociedad. En nuestro país, los políticos actúan sobre todo por intereses privados, cuando no delincuenciales. Más realista sería imaginar que la ciudadanía pudiera reaccionar, por motivos “filosóficos”, para denunciar los intereses ideológicos o corruptos de los políticos y para generar algún tipo de interés común que promueva soluciones más democráticas, equitativas o cívicas en la sociedad.

4.- ¿Podría la filosofía contribuir a resolver la actual crisis medioambiental? De ser así, ¿cómo podría hacerlo?

La crisis medioambiental tiene sus orígenes en una concepción instrumentalista o utilitaria de la naturaleza, promovida por la cultura del liberalismo, que ha sido identificada y denunciada desde hace décadas por los principales filósofos de la historia. Pero eso no le ha importado mucho al liberalismo, para el cual la filosofía es irrelevante. En todos los debates sobre la crisis ecológica, la filosofía tiene mucho que decir o lo dice ya, aunque ello no tenga consecuencias. Las tendrá pronto, sin duda, y entonces se percibirá que su mensaje había sido largamente una advertencia.

5.- ¿Pueden el mundo virtual y las redes sociales servir como plataformas para difundir la filosofía?, ¿o más bien actúan como distractores que inhiben el pensamiento crítico?

La virtualidad es un gran invento tecnológico que, como decía Platón, es al mismo tiempo un “remedio” y un “veneno”. La palabra que él usa, en los dos sentidos, es “fármaco” (en griego: fármakon), que ya se admite también en castellano. De allí viene la palabra “farmacia”. Platón quería decir, con mucha lucidez, que los inventos tecnológicos pueden servir a fines positivos o negativos, que pueden sernos de gran ayuda para resolver de mejor manera los problemas de nuestra sociedad, pero que pueden también aturdirnos más o impedirnos resolverlos. Eso ocurre hoy con la virtualidad. Es el fármaco de nuestra época. Un remedio y un veneno a la vez.