Los egipcios etnógrafos del pasado:
las civilizaciones y su mirada del otro

THE EGYPTIAN ETHNOGRAPHERS OF THE PAST:
CIVILIZATIONS AND THEIR PERSPECTIVE OF THE OTHER

Arql. Martín Mac Kay Fulle

Universidad de Lima

amackay@ulima.edu.pe

Maite Olavarria Cedano

Diseñadora gráfica y empresarial

maiteolvarria20@gmail.com

Recibido: 24.6.22 / Aprobado: 2.10.22

doi: https://doi.org/10.26439/en.lineas.generales2022.n008.6162

Resumen

El material artístico de las grandes civilizaciones no solo es la expresión de sus prácticas culturales, sino que también ofrece una visión detallada de los distintos pueblos con quienes convivían y se enfrentaban, de modo que quedara de esta manera registrada su existencia.

PALABRAS CLAVE: civilización, Egipto, bárbaro, etnógrafos, arte, extranjero, romanos, griegos, persas, enemigos

Abstract

The art of the great civilizations of the past is not only the expression of their cultural practices, but also a detailed vision of the different peoples with whom they lived and were in conflict with. Art is thus also an ethnographic record of those peoples’ existence.

KEYWORDS: civilization Egypt, barbarian, ethnographers, art, foreigner, romans, greeks, persians, enemies.

Introducción

Para Mary Beard (2019), una de las grandes historiadoras del mundo clásico, la civilización ha estado definida equivocadamente por la distinción entre el “nosotros” y el “ellos”. Es decir, mientras entendemos como civilizado todo aquello que se hace a nuestra manera, usando nuestras formas culturales, tradiciones o costumbres, lo que realice el “otro”, además de ser diferente, adquiere una categorización negativa, dando lugar al surgimiento del denigrante término de “bárbaro”.

En la antigüedad, esta especie de frontera entre lo correcto (civilización) y lo incorrecto (barbarie) fue materializado de manera clara a través del arte. Puesto que, como también afirma la historiadora británica antes mencionada, “desde el comienzo, el arte ha sido siempre sobre nosotros” (Beard, 2019, p. 22), pero a su vez ha distinguido con claridad al extraño, al que vive de una manera diferente, y por lo tanto errada, más allá de nuestras fronteras.

Sin duda, es la cuenca del Mediterráneo el lugar donde, con más claridad, las primeras civilizaciones utilizaron el arte a manera de propaganda para sustentar lo antes afirmado. Culturas como la egipcia, persa, griega y romana nos han dejado en soberbios edificios y monumentos su visión de aquellos que no pertenecían territorialmente a sus fronteras políticas, pero también a aquellos que no pertenecían o no eran totalmente asimilados a sus maneras culturales. La visión del otro debió ser tan perfecta como la del yo, que dichos registros no solo terminan siendo para nosotros excelentes muestras del arte de la antigüedad, sino también una exquisita y detallada descripción de pueblos que, al ser parte de los “derrotados” y “civilizados”, no nos han dejado suficiente información sobre sus prácticas culturales.

De alguna manera, los artistas y sus informantes, al registrar tan vívidamente a aquellos individuos y pueblos discriminados, terminaron inmortalizando su existencia y su aparente barbarie. Aquellos artistas y sus informantes se transformaron en los etnógrafos del pasado.

1. EGIPTO. EL PRIMERO

1.1 El Antiguo Egipto: la mirada de los enemigos como hacedores del caos

Los antiguos habitantes del Nilo tenían una concepción dualista del universo, en donde la diosa Maat simbolizaba el orden cósmico y se enfrentaba constantemente al caos o Isfet. Al ser Maat hija de Ra, era por lo tanto hermana del faraón de turno (Wilkinson, 2003b, p. 150). Este, a su vez, representaba su apoyo al mantenimiento del orden haciéndose tallar en los grandes pilonos (portales) de los templos, en escenas en las que eliminaba, derrotaba o capturaba a los enemigos del país (Wilkinson, 2003a, p. 208). (Figura 1)

Figura 1

Polón o pílono de templo ptoloemaico en donde se aprecia al faraón somiendo a los pueblos vecinos de Egipto

Es interesante comentar que el jeroglífico egipcio que muestra un cautivo con las manos atadas a la espalda corresponde a la palabra sebi que, traducida a nuestro idioma, significa “enemigo” (Wilkinson, 2013, p. 31). Un enemigo no solo por ser un vecino belicoso, sino también por ser un desestabilizador del orden cósmico. Menciona José Miguel Parra que los egipcios concebían a los extranjeros como “(…) seres peligrosos, carentes de leyes y de extraño comportamiento, semejante al de los animales del desierto” (Parra, 2015, p. 83).

Según Donald P. Ryan, “los enemigos tradicionales de Egipto eran conocidos como los Nueve Arcos, los egipcios sentían poco aprecio por los habitantes de tierras extranjeras, y su sumisión y humillación se veían constantemente plasmadas en el arte real” (Ryan, 2019, p. 128).

Justamente en el arte, siempre representado de manera gigantesca, el faraón derrota a sus enemigos diminutos (Wilkinson, 2003a, p. 63), ya sean libios, nubios, sirios, hititas o los llamados “pueblos del mar”. Estos muertos o prisioneros derrotados fueron tallados en las pétreas paredes de los templos, con sus vestimentas típicas y sus facciones étnicas características (Figura 2). Este tipo de escenas, en donde se observa al faraón derrotando con una porra o capturando de los cabellos a los enemigos de Egipto, tiene sus orígenes en tiempos predinásticos, como se observa en la cueva de Hiercacómpolis (Dodson, 2021, pp. 4-5), y con el inicio del Reino Antiguo a partir del gobierno de Narmer (McDermott, 2006, pp. 23-27) y sus sucesores Djer y Den (Dodson, 2021, pp. 17-35). Hay

Figura 2

Detalle de vencidos nubios y "pueblos del mar", cada uno con sus atuendos típicos

que resaltar que estas escenas de combate o ejecución podían ser reales, en el sentido de que el faraón participó en ellas; o en todo caso, solo son un simbolismo de la función del monarca como el ser que mantiene el orden cósmico o Maat (Ikram, 2021, p. 224).

A partir del Reino Nuevo, el faraón aparecerá no solo con porras, sino también en carro de combate jalado por caballos y portando arco, aljaba y flechas para, de esta manera, arrollar o asaetear a los enemigos extranjeros (McDermott, 2006, pp. 160-161).

Ejemplo de esto se observa en el templo de Karnak, en donde podemos ver a los faraones Tutmosis III y Seti I derrotando a sirios, beduinos, libios e hititas (Dodson, 2019a, pp. 58-65); y a Ramsés II derrotando a los hititas en la famosa batalla de Qadesh. (Figura 3)

Ramsés II repetirá su propaganda sobre la polémica batalla de Qadesh (no queda claro quién obtuvo la victoria) en los templos de Luxor y Abu Simbel, donde además se muestra también a prisioneros sirios y nubios. Del mismo modo, Ramsés III muestra su trabajada victoria sobre los “pueblos del mar” y también sirios, nubios y libios, en dos ocasiones, en el colorido templo funerario de Medinet Habu (Dodson, 2019b, pp. 39-47).

Más adelante, los faraones ptolemaicos imitarán esta tradición en los pilones de sus templos a lo largo del Nilo, aunque ya de una manera más simbólica, refiriéndose al mantenimiento del orden cósmico más que al registro de victorias militares contra los enemigos tradicionales del país.

Figura 3

Ramsés II derrotando a los hititas en Qadesh

Tomados de los cabellos, aporreados o asaeteados y, en el mejor de los casos, suplicando piedad, los enemigos de Egipto nos muestran en los relieves de los templos un exquisito detalle de sus vestimentas y usanzas, cuyo registro arqueológico es sumamente escaso, si no inexistente.

Mientras los “pueblos de mar”, grupos heterogéneos provenientes del mar Egeo y el Cercano Oriente (Wood, 2013, pp. 265-272), llevan sombreros con plumas o cascos con cuernos, el torso lo llevan la mayoría de las veces desnudo y usan faldellín; los nubios, vecinos meridionales de los egipcios, son retratados con su característica piel oscura, plumas en la cabeza y grandes orejeras. Indistintamente se visten con pieles de animales salvajes o de manera similar a la egipcia. Los libios, pobladores del desierto occidental, se atan plumas en la cabeza, usan el cabello con dreads y en ocasiones usan ligeras barbas. Sus ropas están conformadas por pieles probablemente de animales domésticos. De la misma manera, el arte de los templos egipcios nos muestra detalles de la vestimenta de otros pueblos como los hititas de Anatolia, los sirios y cananeos del Medio Oriente y los beduinos del Sinaí.

En conclusión, tocado y cabello, el tipo de barba, color de piel y la vestimenta permitían a un egipcio identificar de inmediato de cuál de sus peligrosos vecinos se trataba en las representaciones artísticas ya mencionadas. El trabajo de los artistas egipcios por dejar en claro quién era el pueblo retratado llegó a tal precisión que, en el caso de los “pueblos del mar”, podemos ver una variedad de tocados y prendas que nos hacen recordar que, para los habitantes del valle del Nilo, estos invasores se “identificaron como grupos separados que actuaban de forma conjunta: los peleset, tjekker, shekelesh, sherden, daruna y weshesh” (Cline, 2015, p. 21).

Existe un caso más que hay que tocar: el de la representación de los habitantes del país de Punt, territorio que se encontraría en el “cuerno de África”, entre la actual Etiopía y Somalia, una zona que, desde “los reinados de Mentuhotep II, Sesostris I y Amenemes III”, fue explotada por sus riquezas, sobre todo en incienso, mirra y oro (Booth, 2010, p. 112). Pero es durante el gobierno de la faraona Hatshepsut (1513-1490 a. C.) que el comercio entre Egipto y esta exótica tierra se incrementa con el envío de una expedición importante a Punt (Dodson y Hilton, 2005, p. 130), la cual conocemos gracias a los grabados en el complejo funerario de Deir el-Bahari.

En dichos grabados se puede observar a los gobernantes de Punt, el rey Perahu y la reina Ati, así como algunos de sus sirvientes. El rey y sus sirvientes tienen piel oscura como los nubios, pero con barbas puntiagudas, algo que no es propio de los egipcios, además de cabello peinado, aparentemente ensortijado. Mientras la reina posee una evidente gordura : “Se debate (…) si sufría alguna enfermedad o si, tal vez, en esa zona del mundo en particular, la gordura se concebía como ideal de belleza” (Booth, 2010, p. 113). Hay algunos que piensan que podría tratarse de enanismo, dado que Punt no estaría lejos de las zonas de tribus pigmeas, propias del África Ecuatorial. (Figura 4)

Figura 4

La reina Atu del país de Punt

Vale la pena mencionar que existe un caso de pinturas funerarias en que se representan poblaciones asiáticas que viajan en un plan de comercio o en un proceso de migración hacia Egipto. Estas pinturas se hallan en el hipogeo de un poderoso monarca llamado Khnumhotep II, contemporáneo a la dinastía XII en tiempos del faraón Sesostris II, alrededor del año 1900 a. C. Algunos autores creen que estos viajeros son los famosos hicsos (Cline, 2015, pp. 40-41), otros postulan que son los hebreos bíblicos, pero lo cierto es que se les identifica como asiáticos o semitas (Kamrin, 2009, p. 26). (Figura 5)

Figura 5

Hicso o hebreo que comercia o migra con Egipto

De una manera similar, pero unos 450 años después, podemos observar en la tumba de Rejmire, gran visir de Tutmosis III durante la dinastía XVIII, a un grupo de delegados de pueblos egeos (¿minoicos o micénicos?) llevando vasijas reconocibles por su estilo diferente al egipcio (Cline, 2015, pp. 50-51) (Figura 6). Tanto el caso de la tumba de Khnumhotep como el de Rejmire nos ofrecen una mirada ya no del enemigo o bárbaro rechazado y vencido, sino más bien de pueblos que entablaban redes comerciales con el trono de los faraones. La llegada de comerciantes, o en todo caso migrantes, hacia Egipto se daba en “circunstancias (…) especialmente patentes durante épocas de hambruna, pues la agricultura de Egipto fue mucho más estable que en las regiones circundantes” (Ikram, 2021, p. 288).

Finalmente, hay que destacar que estas imágenes de enemigos derrotados o visitantes también podían aparecer en objetos funerarios dentro de los hipogeos de los faraones, nobles o grandes burócratas oficiales. Ejemplo de ello se observa en las sandalias, baúles y un escabel encontrado en la tumba del famoso Tutankamon (Ryan, 2019, p. 128).

Figura 6

Griegos o minoicos y micénicos que comercian bronce y cerámica con los egipcios a través del Mediterráneo


1.2 El panteón de dioses egipcios y la adopción de divinidades foráneas

Los egipcios tuvieron una religión que tenía como una de sus características principales contener un panteón enorme de divinidades, las cuales en su mayoría no son entidades individuales, sino sincréticas; es decir, se forman a partir de dos o más dioses que, al amalgamarse, adoptan los poderes del conjunto.

Este sincretismo no solo se dio entre las deidades oriundas del Nilo, sino también con otras provenientes de los vecinos de Egipto. Estos entes superiores eran tallados o pintados en los muros de los templos, mantenían ciertos elementos que los definían como extranjeros y eran relacionados con las poblaciones bárbaras que habitaban más allá de las fronteras del imperio.

De la rica Nubia llegaron dioses como Anukis, Arensnufis, Dedun, Mandulis y Apedemak. Desde Canaán y Siria se importaron a Baal, Hauron, Reshep, Anat, Astarté, Baalat y Qadesh, mientras desde la lejana tierra de Punt (costa de Etiopía o Somalia) llegó la diosa Shesmetet. Otro dios extranjero asimilado fue Sopdu, el cual provenía de las tribus beduinas de la península del Sinaí.

En el caso de las deidades propias de Nubia, de donde los egipcios extraían recursos como el oro, marfil, incienso, esclavos y mercenarios para sus ejércitos, estos dioses tenían elementos que compartían con los guerreros nubios derrotados y representados en los templos antes mencionados, como el tocado con plumas probablemente de avestruz, exhibido por Anukis, Arensnufis, Mandulis y Apedemak. También las divinidades pueden tener cabeza de león, animal que fue propio de Nubia (actual Sudán), como Arensnufis, Dedun, Menhit y Apedemak. De Libia, tierra de nómades bereberes, se importó a otra diosa leonina llamada Seret, muy popular en el bajo Egipto. (Figura 7)

Figura 7

Dioses importados desde Nubia (Sudán) al panteón egipcio


Existen algunas deidades nubias como Pursepmunis y Sruptichis que, salvo su asociación con Isis, se desconoce de su apariencia (Usón, 2021, p. 11).

Los dioses del Medio Oriente como Baal, Hauron y Reshep, al igual que los guerreros semitas, tenían cabellos largos y barbas, portaban una lanza en una de las manos y a veces un casco con cuerno. Las deidades femeninas Anat, Astarté y Baalat compartían el uso de lanzas y cascos con cuernos, y sus cuerpos casi siempre estaban desnudos. (Figura 8)

Figura 8

Dioses importados desde Siria o Canaán


Shesmetet , la deidad de Punt, tenía cabeza de leona como otras diosas guerreras del Egipto antiguo. Las leonas estaban asociadas a la guerra y a las regiones salvajes al sur del Nilo. (Figura 9)

Figura 9

Diosa del país Punt (¿Eritrea o Somalia?)

Finalmente, el dios Sopdu era representado como un guerrero beduino, población propia de la zona del desierto oriental del Sinaí, del cual era originario. (Figura 10)

Figura 10

Dios bebedor del desierto de Sinaí

Existió un caso más de deidades extranjeras: el dios Bes que, a diferencia de los casos antes mencionados, alcanzó una popularidad desmedida en todos los estratos sociales del país del Nilo desde tiempos predinásticos, gracias a la red comercial egipcia que se extendió a otras partes del Mediterráneo antiguo. Bes era un dios protector de la familia, en especial de las mujeres parturientas y de los sueños. Su origen es muy probable de las tierras africanas al sur de Egipto; se dice que era “señor de Opone y de Buhen y que ha venido de To-Seti”, también se indica que era “señor de Heken, Oponen y Kenset” (Padró, 2020, pp. 160-161). Mientras Opone se refiera a Somalia, Buhen se refiere a Nubia (Sudán). (Figura 11)

Figura 11

Deidad importada de la zona ecuatorial del África

La primera característica que resalta de este dios es su enanismo, muy probablemente un pigmeo (lo que nos hace recordar a la reina de Punt), el cual tiene una gran melena que lo asociaría a los leones, animales propios de su zona de origen. Además, Bes lleva un tocado de plumas de avestruz que, como ya mencionamos, se relaciona con los dioses nubios anteriores. En algunas ocasiones viste piel de leopardo, como algunos guerreros del sur de Egipto, o lleva una cola del mismo animal. El rostro del dios posee labios gruesos y nariz achatada, elementos que refuerzan aún más su origen africano (Padró, 2020, pp. 161-164). Es importante mencionar que, a diferencia de otras deidades, “se le retrataba de frente, una postura que muestra sus aterradores rasgos con todo su esplendor” (Ryan, 2019, p. 18).

En conclusión, pese a provenir de territorios en donde el caos primaba, estas deidades llegaron al panteón egipcio y trajeron sus buenos oficios como la lluvia, la fertilidad de las tierras y de los hombres. Pero, sobre todo, sus atributos demuestran la fuerza de deidades guerreras para potenciar la defensa del reino y del ya mencionado orden cósmico. Pese a su origen fuera del orden faraónico, estos dioses se popularizaron y mantuvieron claros elementos que los identificaban con los territorios y pueblos de donde provenían.

1.3 Los faraones extranjeros y su representación en el arte oficial

Por diversos eventos, tanto internos como externos, el reino egipcio tuvo dinastías de faraones de origen extranjero: la dinastía XIV (1786–1600 a. C.) fue encabezada por grupos sirios y cananeos que luego fueron derrotados o absorbidos por la dinastía XV (1644–1537 a. C.), conformada por los llamados “hicsos”, término que significa “reyes pastores”. Según las fuentes egipcias posteriores como Manetón o el judío Flavio Josefo, se trataría de grupos semitas provenientes de Palestina (Padró, 2020, p. 75). Ambas dinastías forman parte del llamado Segundo Periodo Intermedio.

Posteriormente, mucho tiempo después, la dinastía XXII (948–927 a. C.) y sus rivales y contemporáneas, las dinastías XXIII y XXIV, fueron conformadas por faraones provenientes de tribus bereberes de Libia. Tanto los faraones de origen asiático como bereber fueron representados en el arte oficial a la manera tradicional, como defensores de su linaje y relacionados con la ya milenaria monarquía del Nilo. El “hicso” Khamudy o el libio Sheshonq, y sus sucesores, se hicieron retratar como hijos de Ra, nacidos a orillas del Nilo. Más adelante, durante las dinastías XXVIII y XXXI, los persas y finalmente los gobernantes de origen macedonio harán lo mismo: vestirán y lucirán a la manera de los faraones autóctonos.

Son los faraones de la dinastía XXV (721–656 a. C.) originarios de Nubia, aquellos que marcaron una diferencia con sus antecesores y predecesores. Los faraones nubios, también conocidos como “faraones negros” o “faraones kushitas”, decidieron ser retratados en el arte oficial con sus rasgos negroides: labios gruesos, pómulos prominentes y cuerpos musculados (Figura 12). Así conocemos los rostros y el físico de faraones como Piye, el fundador de la dinastía; Shabaka, el que avasalló a las élites egipcias nativas; Shabataka, el que expandió su poder hasta Palestina; el gran constructor Taharqa y el último del linaje derrotado por los asirios: Tanutamón (Dodson y Hilton, 2005, pp. 234-235).

Figura 12

Esfinge que muestra al faraón nubio Taharqa

Son los faraones negros que, pese a sentirse la continuación legítima de la lista de gobernantes iniciada por Narmer hace más de 2500 años, no ocultaron su origen ante sus nuevos siervos. Lo cual se observa en las colosales estatuas a lo largo del país; muchas de ellas se exhiben en el Museo de Nubia de la ciudad de Asuán.

No hay que olvidar que, en muchas ocasiones, los faraones egipcios por temas de relaciones diplomáticas con sus vecinos tuvieron dentro de su harem a princesas de sangre extranjera; algunas de ellas inclusive pudieron llegar a ser esposas principales del gobernante (Ikram, 2021, p. 287). Probablemente, estas estén representadas en la estatuaria, pintura o talla de los palacios o templos, como fue el caso de la princesa Maathorneferura (Maat-Hor-Neferu-Ra), hija del rey hitita Hattusili III y esposa del gran Ramsés II, quien fuera parte clave del “Acuerdo Perpetuo firmado en 1529 a. C.”. Este tratado acabó con años de tensiones entre los soberanos de Hatussa y del Nilo (Bryce, 2021, p. 196).

OTROS CASOS POSTERIORES A EGIPTO

1.1. Los persas

El imperio persa aqueménida fue uno de los primeros estados multiétnicos del mundo. Desde su fundación con Ciro II el Grande, alrededor del año 550 a. C. hasta su expansión máxima con el gobierno de Darío I entre el 522 y el 468 a. C., los persas oriundos del actual Irán se expandieron desde el norte de Grecia, pasaron por las arenas de Libia y Egipto, hasta llegar a lo que hoy serían los actuales territorios de Pakistán y Afganistán en el Asia Central. Dominaron así a un importante número de diferentes grupos étnicos.

A partir del reinado de Darío I se construyó la capital ceremonial del imperio: Persépolis, un complejo de edificios donde se celebraban actos rituales para cíclicamente fortalecer el poder del monarca persa a lo largo de sus dominios.

Entre los edificios que formaron Persépolis, se encuentra uno muy especial denominado la Apadana. Es una sala de audiencias en donde se aprecia una serie de frisos que muestran veintitrés delegaciones de súbditos que vienen a rendirle honores y tributo al rey de reyes (Sahansah). En algunos de esos frisos, los cuales no tienen ningún tipo de escritura, se puede reconocer a las diferentes delegaciones gracias a sus atributos físicos, a su vestimenta e incluso por el tipo de obsequio que llevaban ante el monarca.

Existen diferentes versiones de este catálogo de delegaciones, las más interesantes son las publicadas en Werner Dutz y Sylvia Matheson (1998), Pierre Briant (2002) y Henri Stierlin (2006). En la mayoría de los casos, las tres propuestas coinciden en reconocer a las veintitrés delegaciones. Pero existe controversia en casos puntuales como cuando se describe a medos (centro de Irán), elamitas (sur de Irán), armenios, aracosios (sur de Afganistán), babilonios (centro de Iraq), capadocios (centro de Turquía), egipcios, escitas (sur del mar Caspio), partos (noreste de Irán), gandharienses (este de Afganistán y norte de Pakistán), bactrianos (norte de Afganistán), sagartios (norte de Iraq), sogdianos (los actuales Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán), indios (sur de Pakistán), árabes (Siria) y drangianianos (Turkmenistán). De los grupos que son difíciles de identificar se puede nombrar a nubios o etíopes, libios o somalíes, tracios o escitas, lidios o jonios, cilicios o asirios y asirios o fenicios. Tanto la indumentaria, las facciones, como los tributos que portan, hacen complicado aseverar la procedencia de estos personajes: nos muestran al Imperio Aqueménida como una real “empresa multinacional” (Kuhrt, 2014, p. 323) (Figura 13).

Lo importante es que todas las delegaciones muestran las bondades de sus naciones, así como su integración al imperio de los persas, un estado que, a diferencia del egipcio, debido a su zoroastrismo y a las leyes de su fundador, Ciro II, difundió entre sus súbditos una gran tolerancia religiosa y la participación en la burocracia estatal; aunque siempre concentró en el poder a la élite irania. Pero fue realmente la religión zoroastrista la que puso las bases de esta aparente sociedad armoniosa, pues “el gran dios Ahuramazda lo había puesto (al rey de Persia) al frente de los diversos países y pueblos de la tierra y había concedido a Persia la supremacía sobre todos ellos” (Kuhrt, 2014, p. 330).

De esta manera, los frisos de Persépolis, a diferencia de lo visto en Egipto, muestran una igualdad entre pueblos que, junto al persa, dependían de la habilidad de un gobernante absoluto, a cambio del tributo y la integración al ejército imperial.

Figura 13

Relieves de Persépolis, donde se observan a los distintos súbditos del imperio persa

Lo más cercano a la visión egipcia del extranjero como símil de lo negativo y peligroso del bárbaro está en las tumbas de los tres primeros gobernantes aqueménidas: Ciro II, Cambises y Darío I. A once kilómetros al sur de Persépolis, se encuentra el sitio conocido como Naqsh-i Rustam, donde se mandó a excavar en lo alto de una pared de roca las que serían sus últimas moradas.

En el frontis de cada mausoleo se encuentran esculpidas las imágenes de prisioneros de guerra extranjeros, junto a inscripciones persas que los identifican como armenio, yauna (jonio/ griego) y a otros pobladores de este vasto imperio tricontinental (Spawforth, 2019, p. 119). Ya en sus tumbas, los soberanos persas hacían notar, como los faraones en Egipto, que los pueblos del mundo, pese a vivir con libertades bajo su trono, eran pueblos sometidos y al servicio del rey de reyes. Como lo recuerda Amélie Kuhrt en una cita tomada de Magaret Cool Root de 1978: “Dicha iconografía presentaba al rey de Persia a la cabeza del país y respaldado por un imperio formado por numerosos pueblos, cuyo carácter individual era subrayado, aunque en conjunto constituían una unión armónica destinada a servir al monarca persa”.

1.2. Los griegos

En el mundo griego, al igual que en los dos casos previos, los helenos crearon una identidad propia: se diferenciaron de los pueblos vecinos y asumieron una superioridad; el término “bárbaro” fue acuñado por ellos. Como lo menciona Manuel García Sánchez: “Los griegos, quizás en mayor medida que otros pueblos, enhebraron un discurso sobre la alteridad etnocentrista, y para algunos protorracista (…) que fija siempre los orígenes de Grecia y gira la espalda a Oriente” (García Sánchez, 2007, p. 34).

Esta especie de xenofobia hacia sus vecinos los pueblos orientales, unida al traumático evento que significó para las polis de la Hélade el conflicto que conocemos como Guerras Médicas (493 a 459 a. C.), hizo que el arte griego fundiese una única imagen para el no-griego . Esta estaba relacionada con la vestimenta persa y sus armas de combate. Como menciona P. J. Rhodes: “Los griegos tendían a ver el mundo dividido entre Europa y Asia. Europa era su propio dominio, y Asia el de los persas” (Rhodes, 2016, p. 76).

Ya sean pueblos conocidos, como los tracios, ilirios o escitas, o pueblos míticos como el de las amazonas o los troyanos de la Ilíada, fueron representados por los artistas griegos como una unidad; crearon un estereotipo para identificar al no-griego y todos los conceptos que se asumían de él. Lo cierto es que “la generalización del desprecio por lo persa o por lo bárbaro sería, no obstante, ingenua, ya que una cosa es la mentalidad, y otra muy distinta, la necesidad” (García Sánchez, 2007, p. 44). Muchos griegos, entre ellos mercenarios, filósofos, médicos, maestros y científicos, buscaron un mejor futuro en reinos extranjeros, entre ellos el imperio de los persas aqueménidas.

Para complementar esta idea, habría que recordar lo que nos menciona Fermín Bocos en el quinto capítulo de su obra Zeus y familia. Dioses, héroes y templos: “Donde van los griegos van sus dioses” (Bocos, 2022, p. 41); y esto que empezó en las orillas del Mediterráneo posteriormente se extenderá a gran parte del mundo, conocido luego de la expedición macedónica de Alejandro Magno, en lo que hoy es la India y Pakistán.

La cerámica de figuras rojas, mosaicos, así como los frisos de los grandes edificios públicos posteriores a las Guerras Médicas mostraron esta iconografía que se extendió hasta el periodo helenístico e inclusive hasta llegar a la Roma imperial. Individuos vestidos con camisetas de mangas largas y cargadamente decorados, con gorros frigios (propios de los pueblos anatolios e iranios), así como hachas, escudos en forma de medialuna, arcos y flechas representaron lo no civilizado para el mundo grecorromano. Quizás el elemento más importante para determinar lo bárbaro era el uso del pantalón (Figura 14).

Figura 14

Guerrero persa combatiendo contra hoplita griego

Ejemplo claro de lo que hemos descrito se observa en los frontones del templo de Atenea Afaya, el cual fue construido alrededor del año 500 a. C. en la isla de Egina. En dichos frontones existen esculturas que muestran la guerra entre griegos y troyanos, estos últimos visten a la usanza persa y utilizan el arco como arma principal. Existen evidencias de que el Partenón de Atenas tuvo este tipo de esculturas, pero que representaban a los guerreros persas de las Guerras Médicas (¿batalla de Maratón?). Cabe recordar que tanto las esculturas en Egina como en Atenas estaban totalmente pintadas, mostraban lo multicolor de la indumentaria de los persas y aquellos pueblos asimilados al mundo bárbaro.

Finalmente, un caso muy interesante se observa en las esculturas del famoso sarcófago de Alejandro, pieza helenística que muestra el combate entre tropas grecomacedonias y sus rivales persas. Este sarcófago de mármol fue hallado en el Líbano y se sospecha que perteneció a Abdalómino, rey de Sidón, leal aliado de Alejandro III de Macedonia.

Es interesante mencionar que la división y el enfrentamiento entre lo civilizado y lo no civilizado se reflejan en la mitología con la constante lucha entre los épicos héroes griegos y las amazonas, llámese Hércules (contra Hipólita), Teseo (contra Antíope), Aquiles (contra Pentesilea) o Belerofonte. Según los mitos, estas bravas mujeres seguidoras del culto de Artemisa habitaban los territorios que rodeaban el mar Negro, es decir Tracia, el sur de lo que hoy son Ucrania y Rusia, así como el Cáucaso y el norte de Anatolia. A este pueblo mítico de mujeres-guerreras, los griegos siempre las retrataron a la usanza de los pueblos extranjeros antes mencionados, pues además eran el mejor ejemplo de la barbarie. Mujeres con las aptitudes de un hombre como son luchar, cabalgar e inclusive gobernar. Como lo recordaba Heródoto, las amazonas eran “matadoras de hombres” (Bocos 2022, p. 148) (Figura 15).

Figura 15

Imagen de guerreras amazonas con atuendo de los pueblos “asiáticos” en la visión grecorromana

Como ya se dijo líneas arriba, el pantalón sería una marca para identificar a las amazonas como un pueblo extranjero. Estaban “vestidas con pantalones (en griego, anaxyrídes), prendas que claramente se relacionaban con pueblos bárbaros, no griegos, como los persas, los escitas, los bactrianos o los celtas” (Durán Velasco, 2018, pp. 100-101).

Hoy sabemos que parte de ese mito es historia real, dado que en las zonas en que los mitos mencionan la existencia de las amazonas existieron pueblos como los escitas, los sármatas y los alanos que, a diferencia de los pueblos mediterráneos, permitieron el acceso de las mujeres a la guerra y al gobierno, tanto durante toda la antigüedad como durante gran parte de la Edad Media. Es Alejandro III el Grande que, estando muy cerca de Babilonia, registra un encuentro con dichas mujeres-jinetes-guerreras, las cuales habían sido reclutadas al oeste de Irán para engrosar las filas del ejército a su regreso de la India (Lane Fox, 2009, p. 243). Esas mujeres, muy probablemente escitas, hicieron revivir el mito de las amazonas como estereotipo de lo bárbaro en tiempos en que, para los griegos, lo civilizado era una mujer como dadora y criadora de hijos, mas no una guerrera y par del varón. Ya en un soporte artístico diferente —hablamos de la literatura—, los griegos mencionan a otras mujeres poderosas y por lo tanto bárbaras: las brujas. Ejemplo de ello son Medea y sus tías Circe y Pasífae; las tres, además de hechiceras, eran princesas de la Cólquida, la actual Georgia, que también —y no es casualidad— era considerado territorio de amazonas (Bocos, 2022, p. 176).

En el caso griego, y posteriormente el romano, adoptar deidades extranjeras fue algo muy común, sobre todo aquellas que provenían de una religión tan milenaria como la egipcia. Pero, a diferencia de la gente del Nilo, griegos y romanos fusionaron a esas deidades con las propias (Serapis o Hermanubis son claros ejemplos), o les dieron una imagen propia, como sucedió con Isis, que se fue transformando en una deidad clásica y solo mantuvo su sistro para recordar su pasado egipcio.

1.3. Los romanos

Los romanos, al igual que los griegos, asumieron a los que vivían más allá de sus fronteras como bárbaros y mostraron artísticamente a estos pueblos extranjeros en un contexto particular: la derrota militar frente al poder imperial. Ya sea en arcos triunfales o en columnas monumentales, los derrotados son exhibidos con sus atuendos y, sobre todo, con su armamento típico para diferenciarlos de las legiones romanas.

Además de esto, los grandes soportes artísticos-arquitectónicos muestran a otro tipo de personajes, uno intermedio entre el civilizado ciudadano romano y el bárbaro extranjero. Estos son los pueblos asimilados al imperio que sirven de auxiliares en los ejércitos romanos, debido a que eran especialistas en un tipo de combate. Arqueros sirios, jinetes númidas, mauritanos, tracios, sármatas o galos, honderos de Creta o las islas Baleares, entre otros, son mostrados con distintivos uniformes y armas para su fácil identificación (Figura 16). Hay que recordar que, al servir como auxiliar, el soldado “recibe la ciudadanía romana con todos los privilegios vinculados a ella”, de esta manera, mientras “la ciudad romanizaba, el ejercito asimilaba” (Teyssier, 2016, p. 187).

Figura 16

Detalles de la columna de Trajano en donde se observa a las tropas auxiliares del ejército romano: caballería mora y arqueros sirios

Los mejores ejemplos de estos registros los observamos en el Arco de Orange en Francia (26 d. C.), el Arco de Trajano de Benevento (114 d. C.), el Arco de Constantino en Roma (312-315 d. C.), el Arco de Septimio Severo, tanto en Roma (203 d. C.) como en Leptis Magna, en la actual Libia (146-211 d. C.), y el Arco de Galerio en Tesalónica (288-289 d. C.). En todos ellos, los germanos, dacios, partos y otros pueblos son vistos sometidos luego de su derrota en el campo militar y suplican por el perdón del emperador. Estas imágenes en los arcos se asocian a que estas estructuras se construían para celebrar los triunfos; representaban los “desfiles que conmemoraban las victorias más importantes que el Estado obtenía sobre sus enemigos” (Beard, 2009, p. 7). También servían para que el ciudadano romano común pudiera observar objetos y a personas de los cuatro rincones del globo, una oportunidad que quizás solo podría repetirse al ver el arte del que este texto trata.

En estos desfiles, emperadores y generales marchaban para ser vitoreados por el pueblo, acompañados por carrozas llenas del botín de guerra. Pero, sin duda, la parte más atractiva de este tipo de ritual era el paso de los vencidos, prisioneros de guerra encabezados por sus líderes; si estos habían fallecido durante la lucha, eran suplantados por imágenes (eikones), ya sean pinturas o modelos tridimensionales (Beard, 2009, p. 23).

Otra forma de conmemorar las victorias y mostrar a los vencidos fue mediante el uso de columnas monumentales. Lamentablemente, solo dos han llegado intactas a nuestros días, ambas ubicadas en la capital del imperio. La primera y más impresionante es, sin duda, la Columna de Trajano, la cual muestra a los dacios y sármatas (de la tribu de los roxolanos) (Figura 17) , derrotados en las dos campañas que organizó el emperador Trajano entre el 101 y el 102 y del 105 al 106 d. C. El otro caso es el de la Columna de Marco Aurelio, la cual, mediante la misma técnica del friso, muestra la victoria del emperador frente a las tribus germanas de los marcomanos, victúfalos y cuados, así como a sus aliados sármatas (de la tribu de los yázigas) (Figura 18). Todo esto ocurrió en una larga campaña que empezó alrededor del 168 y acabó a inicios del 175.

Figura 17

Detalles de la columna de Trajano en donde se observa caballería sármata (enemiga)

Figura 18

Tropas auxiliares “asiáticas” representadas en la columna de Marco Aurelio

En ambas columnas, mejor conservadas que los arcos antes mencionados, los detalles, tanto de los pueblos derrotados como de los soldados auxiliares, son tan específicos no solo en el armamento (escudos, espadas, yelmos, corazas, estandartes) que los marca étnicamente, sino también en lo que se refiere al aspecto físico y a la vestimenta. Esto nuevamente nos da información muy valiosa de pueblos que, al ser parte de los derrotados de la historia, nos brindan menos información tanto literaria como arqueológica que nos haga conocer su herencia cultural.

Existe un tercer soporte no tan estudiado como los ya mencionados; este es el caso de algunos sarcófagos de mármol en los que el escultor ha desarrollado una escena de batalla en donde las tropas romanas empezaron la fase final de alguna batalla contra pueblos bárbaros. En un estilo muy similar al de los arcos triunfales y columnas monumentales, estos bellos sarcófagos nos presentan la idealización del bárbaro por parte del imperio.

El primer ejemplo es el Sarcófago Portonaccio, el cual nos muestra la derrota de la tribu germánica de los marcomanos y la tribu sármata de los yázigas, por parte de las legiones de Marco Aurelio. Esta es una versión corta de lo antes descrito en la Columna de Trajano. El siguiente caso es el del Sarcófago Ludovisi. En este caso es muy probable que se esté mostrando al joven emperador Hostiliano venciendo a los invasores godos que previamente habían derrotado y asesinado a su padre, el emperador Decio. El tercer y último ejemplo es el Sarcófago de Helena, un féretro muy especial, dado que, a diferencia de los demás, no se trata de una talla en mármol blanco, sino en mármol pórfido (púrpura) propio de canteras egipcias. Dicho ataúd perteneció a Helena, madre del emperador Constantino I y una de las promotoras del cristianismo dentro del estado romano tardío. En este sarcófago encontramos escenas de caballería romana atacando a un grupo de bárbaros germánicos, muy probablemente francos, pueblo que fuera derrotado tanto por Constantino como por su padre, Constancio I.

2. Conclusión

Pese a que egipcios y otras civilizaciones posteriores vieron a los extranjeros como bárbaros y peligrosos, también tuvieron con estos relaciones diplomáticas, comerciales y en general más cordiales, lo que nos lleva a pensar en una interconexión que esboza unos primeros intentos de globalización entre Europa, África y Asia en la antigüedad. Esa relación quedó registrada en el arte oficial, ya sea en templos, tumbas y otros tipos de monumentos que dejaban en claro quién poseía el poder hegemónico y civilizatorio, y quién era el vencido y bárbaro. Lo que no previeron los artistas que construyeron esta serie de monumentos y, menos aún, los líderes que ordenaron su construcción, es que su obsesión por mostrar con claridad a los pueblos subordinados salvó a estos del olvido. Por el contrario, nos entregaron información valiosísima sobre sus costumbres, creencias y parte de su cultural material, así como las características físicas más saltantes a ojos de quienes hicieron su registro.

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