Representaciones comunicacionales
de las prácticas de sobrevivencia
en el contexto de la pandemia: el caso
de las gestoras de las ollas comunes
en la ciudad de Lima*

Rodolfo Herrera Santamaría**

Universidad de Lima

Rolando Pérez Vela***

Universidad de Lima

Recibido: 20 de junio del 2023 / Aceptado: 4 de julio del 2023

doi: https://doi.org/10.26439/comunica360.2023.n1.6452

RESUMEN. El presente artículo analiza los hallazgos del estudio sobre las representaciones comunicacionales alrededor de las prácticas de sobrevivencia de las poblaciones excluidas y vulnerables durante la crisis generada por la pandemia del COVID-19. Para ello, a partir del análisis del discurso de actores sociales claves involucrados en la experiencia, planteamos una discusión sobre el papel de las actorías de la sociedad civil en la construcción de las nuevas ciudadanías y la configuración del capital social en contextos de crisis, en el que los medios de comunicación juegan un rol muy relevante. Entre los principales resultados, se puede observar que alrededor de la experiencia de las llamadas ollas comunes es posible observar el modo como se reconstruye la representación contemporánea de actores sociales desde los márgenes, el sentido social y cultural de las demandas colectivas (más allá de la alimentación), el reconocimiento de las capacidades colectivas para enfrentar las crisis, la reactivación de prácticas culturales

* Este artículo fue parte de un proyecto del Laboratorio de Comunicación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Anteriormente fue publicado en el Repositorio de la Universidad de Lima (https://hdl.handle.net/20.500.12724/15512).

** Magíster en Gerencia Social. Código ORCID: http:/orcid.org/0000-0003-0173-2062. Correo electrónico: rherrera@ulima.edu.pe

*** Doctor en Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Código ORCID: http:/orcid.org/0000-0003-2358-8057. Correo electrónico: rperezv@ulima.edu.pe.

construidas antes de la pandemia que se constituyeron en un soporte importante para gestionar la crisis. Asimismo, se aprecia el rol clave de los medios de comunicación como un factor de mediación para la visibilidad de las prácticas de los actores sociales en el contexto de la crisis.

PALABRAS CLAVE: ollas comunes / seguridad alimentaria / capital social / resiliencia

Communicational Representations of Survival Practices in the Context of the Pandemic: The Case of the Ollas Comunes Managers in the City of Lima

ABSTRACT. This article analyzes the findings of a study on the communicational representations of marginalized and vulnerable populations’ survival practices during the COVID-19 pandemic crisis. To this end, based on the analysis of the key social actors’ discourse involved in this experience, we propose to discuss the role of civil society actors in the construction of new citizenships and the configuration of social capital in crisis contexts, in which the media plays a major role. Among the main results of the experience with the ollas comunes (community pots), it is possible to observe the way in which the contemporary representation of social actors is reconstructed from the margins, the social and cultural meaning of collective demands (beyond food), the recognition of collective capacities to face crises, and the reactivation of cultural practices that were developed prior to the pandemic and became an important support to manage the crisis. Likewise, the key role of the media as a mediating factor for the visibility of social actors’ practices in the context of the crisis can be appreciated.

KEYWORDS: community pots / food security / social capital / resilience

Representações comunicacionais das práticas
de sobrevivência no contexto da pandemia: o caso dos gestores das “ollas comunes” na cidade de Lima

RESUMO. Este artigo analisa os resultados do estudo sobre as representações comunicacionais acerca das práticas de sobrevivência das populações excluídas e vulneráveis durante a crise gerada pela pandemia da COVID-19. Para tanto, a partir da análise do discurso dos principais atores sociais envolvidos na experiência, propomos a discussão do papel da sociedade civil na construção de novas cidadanias e na configuração do capital social em contextos de crise, nos quais a mídia desempenha um papel relevante. Entre os principais resultados, é possível observar a maneira pela qual a representação contemporânea dos atores sociais é reconstruída desde as margens, o significado social e cultural das demandas coletivas (para além da alimentação), o reconhecimento das capacidades coletivas para enfrentar a crise, a reativação de práticas culturais construídas antes da pandemia que se tornaram um apoio importante para gerenciar a crise. Também é possível observar o papel fundamental da mídia como fator de mediação para a visibilidade de práticas dos atores sociais no contexto da crise.

PALAVRAS-CHAVE: ollas comunes / segurança alimentar / capital social / resiliência

1. INTRODUCCIÓN

En el Perú, la crisis por el COVID-19 tuvo un severo impacto en las familias. Según cifras oficiales la pobreza monetaria se incrementó en 9,9 % entre el año 2019 y 2020. En cifras absolutas, 3 millones 330 mil personas adquirieron esta condición durante el periodo de la pandemia (Instituto Nacional de Estadística e Informática [INEI], 2021). Esto implica necesariamente un menor número de recursos para acceder a alimentos.

Una encuesta realizada en América Latina y el Caribe por el Programa Mundial de Alimentos, en mayo del 2020, reveló que el 78 % de encuestados tuvo dificultades para conseguir alimentos, el 50 % manifestó que la comida siempre estuvo disponible en los mercados, un 20 % indicó que en el día previo a la encuesta solo había tenido una comida y un 13 % no había tenido ninguna (World Food Programme, 2021).

Como se puede ver, la crisis afectó directamente a las familias en su seguridad alimentaria. Este término se define como la situación en la que “todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana” (FAO, 2011). En los últimos meses del 2020, el 42,3 % de hogares en Lima Metropolitana se encontraba en una situación de inseguridad alimentaria severa, mientras que un 31,1 % se encontraba en el nivel moderado (Universidad Peruana Cayetano Heredia & Acción Contra el Hambre, 2020).

Reducir la inseguridad alimentaria es uno de los retos que enfrenta la humanidad. Por ello, entre los objetivos de desarrollo sostenible se incluye el denominado hambre cero (Organización de las Naciones Unidas [ONU], 2021). Sin embargo, las metas a las que se comprometieron los países, incluido el Perú, están en riesgo de no alcanzarse a causa de la pandemia por el COVID-19. En esta situación, la FAO recomienda, entre otras medidas, la estimulación de programas de protección social que garanticen la alimentación de los más vulnerables (ONU, 2021).

Una de las respuestas a este difícil contexto son las ollas comunes, que pueden definirse como

espacios autoorganizados por grupos de vecinas y vecinos que no pueden enfrentar por sí solos el acceso y la preparación de sus alimentos, y que ven, en la acción colectiva, una respuesta solidaria para sí mismos, sus familias y sus comunidades. (Fundación Friedrich Ebert Stiftung, 2021, p. 20)

Como fenómeno social, las ollas comunes surgen en América Latina en periodos de crisis política, cuando las manifestaciones de protesta y huelgas exigen el desarrollo de estrategias para asegurar la alimentación de quienes participan en estas. Su origen se remonta a los años finales de la década del setenta, periodo en que las impulsan los movimientos de mujeres como una respuesta a la crisis económica. En el ámbito político, los paros y huelgas de esa misma etapa dieron lugar a esta forma de apoyo alimentario (Bebbington et al., 2008).

Esta respuesta comunitaria y social constituye el germen de espacios solidarios de carácter orgánico como los comedores populares y los comités del vaso de leche, que se consolidan en la década de los ochenta. Estos se forman generalmente en zonas urbano-marginales de grandes ciudades como Lima o capitales de los departamentos del Perú, y tienen como característica importante que se gestionan a partir de organizaciones de mujeres.

La Mesa de Concertación para la Lucha contra la Pobreza, en una alerta publicada en octubre del 2020, señala respecto a esta experiencia y su vínculo con la crisis generada por el COVID-19:

Hoy la situación de pobreza y hambre se agrava por efecto de las medidas de confinamiento adoptadas para combatir la pandemia y surgen nuevamente las “ollas comunes”, resultado del trabajo colectivo que gestiona y administra, de manera temporal, los escasos recursos que obtienen de las donaciones, y colectas, que cada vez disminuyen, a fin de garantizar la alimentación y salubridad de sus familias. (Mesa de Concertación para la Lucha contra la Pobreza, 2020)

En el mes de agosto del 2021, la Municipalidad de Lima Metropolitana contaba con un registro de 1912 ollas comunes (Municipalidad de Lima, 2020). Por su parte, la Red de Ollas Comunes de Lima contaba con un registro de 2219 iniciativas de este tipo, las que atendían en ese periodo a un total de 240 000 familias (Agencia EFE, 2021). Según la Mesa de Trabajo de Seguridad Alimentaria, los beneficiarios de esta propuesta, generalmente liderada por mujeres, “son los niños con un 25.5% (33,057). El segundo grupo poblacional son los adultos mayores de sesenta años que representan el 9.7% (12,582). Completan la lista aquellos con enfermedades crónicas (2.5%), discapacitados (2.5%), mujeres embarazadas (2.1%) y migrantes (0.9%)” (Sobrevivir, 2021).

2. APROXIMACIONES TEÓRICAS

2.1 Identidades y construcción del capital social

Alrededor de la construcción de las identidades colectivas podemos reconocer un conjunto de creencias compartidas por una sociedad que implican una visión de sí misma como “nosotros”, es decir, una autorrepresentación de “nosotros mismos” como estos y no “otros” (Cabrera, 2004). Ello requiere establecer un conjunto de convenciones o significaciones sociales aceptadas por el grupo, que, a pesar de la flexibilidad de las dinámicas sociales, en un estadio son incuestionables. Además, “las ‘significaciones sociales’ son, a la vez, el espacio y el modelo en el que y según el cual se conciben y alimentan nuevas significaciones y simbolizaciones” (Cabrera, 2004, p. 3).

Estos procesos de construcción identitaria constituyen un modo de representación social de la vida cotidiana, la cual se caracteriza por lo siguiente:

a) [es] socialmente elaborada y compartida y producto de los intercambios sociales;

b) tiene un fin práctico de organización del mundo (material, social e ideal) y de orientación de la acción y de la comunicación;

c) participa en el establecimiento de una visión de la realidad común a un grupo social o cultural determinado. (Calonge, 2006)

En este sentido, una mirada de la construcción de las identidades colectivas desde lo local nos permite observar el modo como se construyen los sentidos de pertenencia a la comunidad política desde el ámbito local y la constitución de las redes sociales. De este modo, es pertinente identificar las diferencias entre el capital social individual, el grupal y el comunitario. El primero se refiere a los intercambios de confianza y reciprocidad, y beneficia a quien lo posee. El segundo es una forma de capital social de tamaño intermedio entre el capital social individual y el comunitario (Durston, 2000). En cuanto al tercero, por la naturaleza de nuestro estudio, es en el que nos interesa enfocarnos. A este respecto, Durston sostiene que el capital social comunitario “consta de las normas y estructuras que conforman las instituciones de cooperación grupal. Reside, no en las relaciones interpersonales diádicas, sino en sistemas complejos, en sus estructuras normativas, gestionadoras y sancionadas” (Durston, 2000, p. 25).

La cultura de la solidaridad social y comunitaria se asocia a los planteamientos clásicos de Emile Durkheim, quien, a fines del siglo xix, planteaba la importancia de las relaciones sociales en los procesos de cooperación como fuente fundamental de solidaridad en las sociedades modernas. Desde este acercamiento, “un cuerpo social saludable era aquel en el que los individuos mantenían múltiples y variadas relaciones entre sí y compartían simultáneamente valores y sentimientos comunes hacia la sociedad como un todo” (Forni et al., 2004, p. 2).

En esta línea, James Coleman plantea una perspectiva del capital social asociado a la construcción del bien común, en el sentido de que en los procesos de construcción de las redes sociales se instituyen como obligaciones compartidas:

Para Coleman el capital social es un medio o un recurso que: facilita a los individuos la consecución de sus propios intereses; es inherente a la estructura de las relaciones sociales; a partir de la realización de favores, el capital social adopta la forma de obligación y es a través de ella que el individuo alcanza sus propios objetivos, procurando que la retribución se produzca en el momento más conveniente para él. (Capdevielle, 2014, p. 6)

De este modo, las redes sociales tienen su soporte en las interacciones concretas y reales entre los individuos. En la línea de las ideas planteadas por Coleman, Capdevielle (2014) sostiene que es precisamente

la interacción la que, en un primer momento, dispone un vínculo y, por lo tanto, es la estructura de esa interacción la que, en principio, contiene elementos que pueden constituir al capital social, porque presupone cooperación y coordinación. La acción de los individuos ocurre en contextos institucionalizados que regulan y dan permanencia a las interacciones. Cuando los individuos se apropian de estos elementos, se constituye el capital social. (p. 6)

Coleman añade que el capital social se construye desde la estructura de las relaciones sociales, que ayuda a lograr objetivos personales. Para el autor,

la existencia de redes densas es una condición necesaria para la emergencia del capital social, en tanto el aumento de escala en las relaciones sociales estables pasa de un contrato diádico entre dos individuos a redes ego–centradas, de las cuales pueden emerger instituciones comunitarias de capital social. (Coleman, como se citó en Forni et al., 2004, p. 5)

Desde este marco, las redes constituyen una de las modalidades importantes de construcción del capital social en tanto que alimentan procesos de interacción horizontal que permiten que los ciudadanos satisfagan determinadas necesidades y demandas para su sobrevivencia y convivencia en la comunidad. A este respecto, Ostrom y Ahn (2003) encuentran tres formas de capital social asociadas al análisis de la acción colectiva: la confianza y las normas de reciprocidad; las redes; y las reglas o instituciones formales e informales.

2.2 El capital social, la acción colectiva y el movimiento social

Respecto de la acción colectiva, consideramos los aportes de Cohen y Arato (2002), así como Habermas (2006), que colocan el concepto en el ámbito de participación política, de inclusividad y, fundamentalmente, de orientación al entendimiento y al consenso (Gascón, 2016).

Habermas (2006) considera que en las estructuras de comunicación de la esfera pública la acción colectiva se hace concreta. El autor enfatiza que estas incluyen a los agentes de la sociedad civil: agrupaciones, movimientos sociales, organizaciones y asociaciones de carácter voluntario y de naturaleza no estatal ni económica. En palabras de Habermas,

la sociedad civil constituye un ámbito público que, desprendiéndose del “mundo de la vida”, emerge en la “juntura” entre este y los sistemas (político y económico). Es aquí donde encuentra la sede de la “acción comunicativa”, que en una sociedad no reificada debiera limitar la colonización sistémica al mundo de la vida. En esta acción comunicativa es donde reside lo que para el autor es la verdadera solución estabilizadora y emancipadora de la sociedad. (Como se citó en Gascón, 2016, p. 45).

Habermas considera que la sociedad civil

está constituida por aquellas asociaciones y organizaciones voluntarias, más o menos espontáneas, que no son ni económicas ni estatales y recogen los problemas en los ámbitos de la vida privada, los tematizan y elevan al espacio de la opinión pública política. (Fascioli, 2009, p. 46)

Es importante resaltar que la acción colectiva genera que se resignifiquen las identidades de los grupos o actores que la impulsan. Tejerina (2005) identifica tres tipos de elementos que deben considerarse en este marco. En primer lugar, toma en cuenta aspectos cognitivos que están presentes

en una serie de rituales, prácticas y producciones culturales que en ocasiones muestran una gran coherencia (cuando son ampliamente compartidos por los participantes en la acción colectiva o, incluso, en el conjunto de una determinada sociedad), y en otras circunstancias presenta una amplia variedad de visiones divergentes o conflictivas. (Tejerina, 2005, p. 80)

En segundo lugar, las identidades que se construyen a nivel de la acción colectiva se enmarcan en una red de relaciones entre actores que se influencian, interactúan, negocian entre sí y adoptan decisiones: “Este entramado de relaciones puede presentar una gran versatilidad en cuanto a formas de organización, modelos de liderazgo, canales y tecnologías de comunicación” (Tejerina, 2005, p. 81). Desde esta perspectiva, el capital social se construye desde el marco de las relaciones de confianza y reciprocidad, lo cual implica que no se trata de una relación entre individuos atomizados, sino entre individuos socializados que se identifican con una colectividad (Márquez, 2009, p. 2).

En tercer lugar, para Tejerina (2009), las identidades construidas alrededor de la acción colectiva están marcadas por una alta carga emocional que posibilita la construcción del “nosotros”. Sin embargo, es importante mencionar que este aspecto “no puede ser enteramente reducida a un cálculo de costes y beneficios, y este aspecto es especialmente relevante en aquellas manifestaciones menos institucionalizadas de la vida social” (p. 81).

Otro aspecto importante tiene que ver con los marcos interpretativos en los procesos de construcción del capital social. A este respecto, William Gamson (1992) plantea que los grupos que construyen una acción colectiva desarrollan marcos interpretativos que son el resultado de la suma de recursos públicos y personales. Un marco de interpretación es efectivo si se articulan estos recursos. Según Gamson, además de la existencia de los recursos simbólicos o materiales y oportunidades políticas, los marcos interpretativos incluyen la capacidad de los involucrados en la movilización para definir e interpretar la situación social o política que genera la acción colectiva (Paredes, 2013).

2.3 El capital social como factor de reconocimiento

Otra de las contribuciones con respecto a esta perspectiva del capital social la encontramos en el planteamiento de Pierre Bourdieu (2001), quien lo vincula con la totalidad de los recursos potenciales o actuales asociados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos. Los componentes del capital social constituyen la relación social que permite a los individuos reclamar acceso a los recursos poseídos por sus asociados, y la cantidad y calidad de estos (Bourdieu, 2001).

Como plantean Forni et al. (2013), el capital social construido desde las redes sociales locales es fundamental para la sostenibilidad de las comunidades. En ese sentido,

las comunidades se conforman a partir de entretejidos complejos de redes de relaciones sociales en los que están involucrados diversos actores. Las formas informales de sociabilidad se vuelven cruciales para el sostenimiento del nivel del capital social en una comunidad. Las organizaciones dentro de un mismo territorio establecen relaciones de diversas intensidades con diferentes tipos de actores sociales. De este modo, a partir de la intensidad de sus conexiones generan y se vuelven portadoras de distintos tipos de capital social. (Forni et al., 2013, p. 14)

Forni y sus colegas añaden que las organizaciones, al vincularse, con el objeto de ayudarse mutuamente y establecer relaciones recíprocas de solidaridad, conforman redes que hacen posibles la generación y acumulación de capital social de unión o capital social de vinculación. Desde este marco, el análisis del capital social que se construye en el contexto de las relaciones interorganizacionales entabladas en el entorno comunitario, es fundamental indagar cuestiones como “la participación en las organizaciones de la sociedad civil, las motivaciones para hacerlo, cómo se conformaron las organizaciones locales, la historia de las redes interorganizacionales y los vínculos que establecen fuera de la comunidad, etc.” (Forni et al., 2013, p. 14).

Durston (2002, pp. 40-42) plantea una tipología del capital social que nos permite considerar un marco de análisis para procesos y prácticas que se construyen desde los ámbitos comunitarios. Este autor plantea las siguientes formas:

2.4 La resiliencia comunitaria

Las iniciativas sociales que se construyen como respuesta a las crisis, como es el caso de nuestro objeto de estudio, ponen en evidencia las capacidades de resiliencia que desarrollan los actores que son parte de estos procesos. Por ello, resulta importante tener un marco de comprensión de esta categoría. En ese sentido, tomamos la definición acuñada por Alzugaray (2019), quien sostiene que la resiliencia se podría reconocer como un proceso a través del cual un grupo o comunidad se sobrepone a eventos o condiciones de adversidad tanto naturales como sociopolíticas, a través del uso de estrategias colectivas eficaces que implican lo siguiente: la regulación de emociones compartidas (regulación emocional), la disposición y uso de recursos tanto materiales como humanos de la comunidad (bienestar y capital social), y la percepción de la competencia y capacidad de la comunidad para afrontar los desafíos y obtener determinados logros (eficacia colectiva) (p. 184).

Alzugaray (2019) plantea dos miradas. La primera tiene que ver con la concepción de la resiliencia como estado, que pone en juego los atributos de carácter individual que destacan las capacidades de los individuos para resistir a las adversidades. La segunda se basa en la noción de la resiliencia como un proceso; es decir, que “se puede desarrollar y que requeriría de la presencia de otros, así como de contextos favorecedores para que las personas puedan hacer frente de mejor manera a las adversidades” (p. 68). De este modo,

la resiliencia como estado se asocia al desarrollo psicosocial y a factores favorecedores de índole individual. La otra concepción de resiliencia como proceso se asocia a consecuencias de adversidad de índole más colectivo lo mismo que con los factores favorecedores: de índole relacional y social. (Alzugaray, 2019, p. 68)

Esta autora, además, plantea que la resiliencia comunitaria pone énfasis en la importancia del capital social, en tanto que este se concibe como “una forma de construcción compartida con los otros, de manera activa (con los otros actores), y donde el grupo se organiza para buscar soluciones y capacitar en ese proceso a la comunidad” (Alzugaray, 2019, p. 69).

Este proceso, según López y Limón (2017), se logra gracias a las interrelaciones e interacciones que se establecen a nivel comunitario, las cuales se traducen en acciones compartidas y organizadas de reconstrucción. Estas prácticas de intercambio están orientadas a la búsqueda del bienestar compartido, el cual se logra mediante la cohesión social y acciones de solidaridad por el bien común, involucrando “relaciones humanas materiales e inmateriales con distinto grado de conformidad y de conflicto permeadas por mecanismos de construcción social” (López & Limón, 2017, p. 4).

De este modo, se puede decir que las prácticas de resiliencia comunitaria se construyen en los procesos previos de la resistencia social frente a contingencias que requieren soportes sostenibles para enfrentar las crisis. En ese sentido, es importante señalar que las situaciones de crisis económica, política o social generan la construcción de un tipo de conocimiento cultural, en el que el grupo o la comunidad de referencia local juega un papel fundamental, en tanto matriz cultural.

Precisamente, las redes sociales, que son parte de los procesos de socialización y sobrevivencia de las comunidades emergentes, constituyen una fuente social y cultural importante no solo en la motivación de los actores para resistir, sobreponerse y reconstruirse frente a la adversidad, sino también para crear recursos y herramientas cognitivas compartidas, que contribuyan a lograr lo anterior.

A este respecto, López y Limón (2017) plantean dos capacidades sociales claves que los grupos sociales desarrollan en torno a los procesos de resiliencia comunitaria. La primera es la cohesión social, que se refiere a los sentidos de pertenencia a los grupos sociales locales. En este punto, los autores mencionados señalan dos cuestiones importantes: a) la cohesión colectiva fortalecida por vínculos identitarios, contribuye a mantener una proyección de futuro compartida que fomenta la esperanza de trascendencia, al mismo tiempo que posibilita la articulación de acciones organizadas desde y para los intereses comunes al grupo de pertenencia (Grueso & Castellanos, 2010); b) cumplen un papel psicosocial importante al proporcionar puntos de referencia al interior del grupo con el que se comparten sentidos de existencia, que sirven de diferenciación con otros ... La aprehensión inmaterial de pertenecer a un grupo permite compartir la forma de comprender y estar en el mundo, desencadenando procesos sociales colectivos y comunitarios de características culturales diferenciadas y originales.

La segunda capacidad social consiste en lo que los autores llaman el pensamiento crítico colectivo. Esta capacidad, resaltada desde los estudios de descolonización del pensamiento, involucra aspectos psicosociales y sociopolíticos, y se opone a la concepción del statu quo social como un destino inexorable (Estermann, 2009; Melillo, 2006). Por el contrario, su desarrollo permite resignificar los acontecimientos violentos sufridos, al analizar los contextos en que surgieron, redimensionando las causas y las consecuencias, así como las responsabilidades de los participantes. De este modo, las capacidades sociales y los conocimientos culturales mantienen un carácter dinámico, pues se relacionan estrechamente con el contexto, sus logros, las tensiones y las formas de enfrentarlas y superarlas. Debido a que esta capacidad se muestra en un momento específico, puede desaparecer luego; no obstante, desde la psicología social se afirma que, cuando el grupo conserva en la memoria colectiva bagajes de ciertas capacidades desplegadas, en el proceso de (re)aprendizaje retoma los conocimientos asociados a estas (López & Limón, 2017, p. 7).

Uriarte (2013) plantea tres pilares que sostienen las resiliencias a nivel comunitario. En primer lugar, la estructura social cohesionada, que se refiere al modo como las acciones de colaboración y solidaridad construidas previamente en la comunidad se convierten en un pilar importante para construir procesos de resiliencia comunitaria. Como afirma el autor, las comunidades que han desarrollado una mayor eficacia colectiva, es decir, que han logrado actuar de manera mancomunada, son aquellas que construyen soportes más sólidos de resiliencia:

La eficacia colectiva, entendida como la creencia de poder actuar conjuntamente y lograr el efecto esperado, se ha ido configurando en la historia de cada comunidad y tiene la virtud de dar un sentido de compromiso activo del individuo con su grupo de pertenencia. Las actividades de colaboración, solidarias y humanitarias, tanto para con sus conciudadanos como las experiencias de ayuda extracomunitaria, son el punto de apoyo para actuar de la misma manera ante situaciones excepcionales y de emergencia social. (Uriarte, 2013, p. 12)

En esta línea, Alzugaray (2019) sostiene que en este proceso se construye lo que ella llama una cultura de la eficacia colectiva compartida, que es posible observar en situaciones de violencia y adversidades. En estos contextos, “las comunidades reconstruyen la confianza y la identidad colectiva para lo que se requiere un liderazgo comunitario, contar con espacios colectivos y realizar acciones colectivas” (p. 69).

Alzugaray pone atención al hecho de que los espacios y rituales colectivos, como es el caso de las ritualidades religiosas, así como las acciones de política social desde la comunidad, pueden actuar como facilitadores, si ayudan a dar significado a lo vivido, o como herramientas de cohesión.

En segundo término, la identidad cultural es otro elemento que contribuye a la resiliencia comunitaria. Se elabora en torno al conjunto de elementos que conforman la cosmovisión y la practicas propias de una comunidad, como los valores, creencias, ritos, gustos musicales, costumbres, etcétera. Es decir, los referentes culturales a partir de los cuales se construyen los sentidos de pertenencia a la colectividad. Precisamente, “la identidad cultural refuerza los lazos de solidaridad en casos de emergencia más allá que al núcleo familiar cercano” (Uriarte, 2013, p. 13).

Un tercer pilar es la autoestima colectiva, que se puede definir como la actitud y sentimiento de orgullo por el lugar en el que las personas viven y que está conectada a la identificación con determinadas costumbres, prácticas sociales, representaciones culturales significativas. A este respecto, Uriarte añade que “el ambiente no es una condición dada y digna de ser contemplada pasivamente. Es también una creación humana. Las personas y las sociedades que tienen una autoestima colectiva alta se recuperarían antes de las adversidades” (Uriarte, 2013, p. 14).

Cabe añadir sobre la resiliencia comunitaria que sus implicancias en determinadas coyunturas sociopolíticas se vinculan con el modo como determinadas condiciones externas (sociales o políticas) ponen en juego la capacidad de la comunidad para gestionar el cambio frente a situaciones de crisis (Menanteux, 2015).

3. APUNTES METODOLÓGICOS

A partir del reconocimiento de la relevancia del fenómeno de las ollas comunes en Lima Metropolitana para el análisis de aspectos como la representación, el capital social y la resiliencia, este estudio se propuso como objetivo general analizar las representaciones sobre poblaciones vulnerables durante la crisis generada por la pandemia del COVID-19, y como objetivos específicos los enumerados a continuación: I. describir las representaciones (construcción) de las estrategias de supervivencia de poblaciones vulnerables en los medios de comunicación; II. analizar los espacios/canales para la construcción de redes de comunicación para la supervivencia; III. analizar los discursos desde y para los actores sociales involucrados en las estrategias de supervivencia; y IV. describir la actuación de los grupos de interés en la puesta en escena de las estrategias de supervivencia.

En este marco, el estudio se realizó bajo un enfoque cualitativo de tipo explicativo, usando el método de estudio de caso. En específico, este método resulta útil para el abordaje de la investigación porque “estudia un fenómeno contemporáneo dentro de su contexto de la vida real, especialmente cuando los límites entre el fenómeno y su contexto no son claramente evidentes” (Jiménez Chaves & Comet Weiter, 2016, p. 2), y hace posible una exploración más profunda de un fenómeno y, a su vez, permite la ampliación del conocimiento sobre este (Martínez Carazo, 2006).

Es importante recordar que en estudios de esta naturaleza los resultados no son generalizables, sino más bien transferibles, pues la finalidad de un estudio cualitativo, en el que se inscribe este estudio de caso, es que los resultados puedan aplicarse a otros contextos, en el sentido de que ofrecen la posibilidad de utilizar algunos resultados para vincularlos o aplicarlos a otras realidades. Dicha “transferibilidad” es una cualidad o condición que no define el investigador, sino, más bien, es decidida por los lectores y usuarios que identifican los resultados del estudio que consideran pertinentes y aplicables a una realidad distinta del estudio (Hernández Sampieri et al., 2014).

Para el presente estudio se utilizaron un conjunto de técnicas de recojo de información que incluyeron el análisis de fuentes periodísticas, entrevistas en profundidad y una revisión teórica de conceptos y estudios efectuados en otros contextos asociados al fenómeno. La unidad de análisis fue el discurso y los relatos de las gestoras y usuarias de las ollas comunes. Para ello, sumamos a las entrevistas en profundidad la revisión de publicaciones periodísticas (entrevistas, testimonios y reportajes).

El criterio de selección empleado fue que estas incluyesen declaraciones de la población perteneciente o vinculada al caso estudiado y que vivan en zonas urbano-marginales de Lima Metropolitana. Se eligió esta técnica debido a las limitaciones tecnológicas en el sector y las condiciones de aislamiento social por el contexto del COVID-19, que impidieron el contacto directo con la población. Sin embargo, se logró establecer contacto presencial con dos gestores de las ollas comunes, el cual resultó útil para consolidar la información.

4. LECTURA DE LOS HALLAZGOS

Durante el segundo trimestre del 2020, luego de declarada la emergencia sanitaria por el COVID-19, seis millones de peruanos perdieron el empleo (Organización Internacional del Trabajo [OIT], 2020) y, consecuentemente, sus medios para sobrevivir y alimentarse. En medio de esta crisis, las comunidades más vulnerables del Perú, y especialmente de Lima, se organizaron en un sistema de autogestión solidaria para enfrentar el hambre. Así lo manifiestan las dirigentes Fortunata Palomino y Flor Mautino en las dos primeras citas, y la usuaria Patricia de la Cruz en la última, del asentamiento Villa Torre Blanca, en Carabayllo:

Las ollas comunes se organizan como un apoyo de emergencia alimentaria, porque a la gente durante la pandemia y el confinamiento se le terminaron los ahorros. (Agencia AFP, 2021)

Llega un momento con la cuarentena que no se trabaja, no hay de dónde agarrar [dinero], no hay de dónde comer, es difícil. (Agencia AFP, 2021)

Mi esposo está trabajando, yo ahorita no estoy trabajando y solamente nos apoyamos con la olla común, y necesitamos porque ya que, usted ve, estamos en una zona de extrema pobreza. (Agencia AFP, 2021)

Esta es también una respuesta desde la propia comunidad ante la ausencia del Estado, pues es un mecanismo de autogestión liderado principalmente por mujeres que sobreviven en situación de pobreza y que ha generado el (re)surgimiento de un tipo de actoría ciudadana, que —en el proceso de resolución de la necesidad de alimentación en su comunidad— logran configurar un liderazgo que asume la gestión de otros problemas ciudadanos cuya responsabilidad correspondería al Estado local. Precisamente, el fenómeno de las ollas comunes devela no solo la falta de una política de atención a las necesidades primarias de la población, sino la propia ausencia del Estado en las zonas más empobrecidas del país. Como afirma Fortunata Palomino,

Las “ollas comunes” resistimos con autogestión de las madres de familia que siempre han trabajado, y no saben quedarse en sus casas esperando que la situación mejore. Las donaciones de Qali Warma solo nos ayudan para un par de días. Por eso, vamos a pedir alimentos a los mercados mayoristas. (El Estado ni siquiera, 2021)

El espacio de las ollas comunes permite retomar un aspecto central en la vida de la población que reside en estas localidades: la construcción del “nosotros”. Precisamente, el largo confinamiento producto de la pandemia puso en paréntesis y afectó este aspecto de la vida colectiva en estas comunidades. Es interesante conocer a través de las entrevistas a las gestoras el modo como alrededor de cada olla común se reactivan los vínculos de cooperación entre los vecinos y se generan nuevas redes de apoyo, en los que las organizaciones naturales de la localidad, como las iglesias, las asociaciones de vecinos y otras colectividades juegan roles importantes de soporte.

El esfuerzo que despliegan los gestores y las gestoras de las ollas comunes se convierte en una acción ciudadana que se conecta con los esfuerzos y reclamos de las comunidades y grupos excluidos por el reconocimiento no solo de sus demandas sociales, sino también de sus derechos como ciudadanos. En ese sentido, el espacio de la olla común, que se convierte en lugar de interacción e intercambio cotidiano, “transforma los objetos intercambiados en signos de reconocimiento y, a través del reconocimiento mutuo de los agentes y el reconocimiento de pertenencia al grupo, delimita el espacio más allá del cual el intercambio no puede tener lugar" (Gutiérrez, como se citó en Capdevielle, 2014, p. 9).

Esto se puede notar en el hecho de que muchas de las presidentas de las ollas comunes se han convertido en referentes para el abordaje de otros problemas sociales de la comunidad. Este es el caso de Rosalvina Rojas, coordinadora de la olla común “Familia Unida” de Flor de Amancaes en el Rímac. Ella fue convocada por la UGEL del distrito para ser parte de una comisión de apoyo a los estudiantes de dicha circunscripción:

Me sorprendió que me buscaran los de la UGEL, porque ellos decían que nosotros conocíamos más la realidad de los chicos. Es cierto, nosotros sabíamos quienes estudiaban y quienes no, y podríamos apoyarles. Nosotros les ofrecimos ayudar a los niños a hacer sus tareas en las horas que no estábamos cocinando.

Por otra parte, las ollas comunes se han convertido en un lugar desde el que se construye un nuevo rostro de lo público, que trae consigo la visibilidad y el empoderamiento del “otro excluido”. Esto emerge en el discurso de los gestores de las ollas comunes, especialmente en su planteamiento de una agenda pública que incluye otros problemas sociales que interpelan a los actores de la esfera pública oficial.

Varios de los entrevistados señalan que los beneficiarios de las ollas comunes les demandan la atención de otros problemas, como el cuidado de personas de la tercera edad, el apoyo a los niños en su proceso escolar en el contexto de la pandemia, la asistencia a los vecinos indigentes, etcétera. Jano Rodríguez, coordinador del comedor de la Parroquia San José Obrero de Barranco, señala que cuando abrieron el comedor no imaginaban que también atenderían casos sociales, especialmente el apoyo a los vecinos de la tercera edad: “Esto lo hemos mencionado cuando nos han entrevistado en la radio, para que las autoridades pueden conocer estos problemas que deben ser atendidos. Nosotros les brindamos el apoyo que podemos”.

En esta misma línea, podemos advertir, en el discurso de las dirigentes de la Red de Ollas Comunes de Lima, la construcción de una agenda que exige a las autoridades la atención de otras demandas de los sectores que atraviesan situaciones económicas y sociales muy críticas. Se puede evidenciar en el discurso de las entrevistadas, además del reclamo por la ausencia de las autoridades en sus distritos, las fragilidades de la gestión política respecto a la atención de los más vulnerables. De este modo, la esfera pública que las ollas comunes han construido se convierte en un espacio para la visibilidad no solo de los actores que impulsan esta iniciativa ciudadana y de los propios beneficiarios, sino también de las fisuras y debilidades estructurales del sistema.

Si bien las ollas comunes surgen como organizaciones construidas en el contexto coyuntural de una crisis, debido a lo cual emergen sin un proceso de formalización propio de los colectivos ciudadanos tradicionales, constituyen iniciativas que son parte del rostro diverso de la sociedad civil. En este caso, estamos ante un sector de la sociedad civil que se construye desde los márgenes, desde la frontera de la exclusión, y es la crisis coyuntural la que genera su visibilidad. En otras palabras, la emergencia los emerge y los pone en la agenda a la manera de una irrupción, pero al mismo tiempo les permite reconocerse como agentes políticos.

La mayoría de los entrevistados hacen referencia al hecho de haber construido una red de ollas comunes que les permite sumar voces y hacerse escuchar ante las autoridades. Precisamente, las acciones de incidencia política y mediática que desplegaron las lideresas de la Red de Ollas Comunes de Lima han generado no solo un nivel de empoderamiento en la agenda pública, sino también un imaginario de reconocimiento simbólico.

De esta forma, las ollas comunes han logrado su reconocimiento simbólico y se han fortalecido como mecanismo de resistencia ante las crisis, por su rol histórico y un largo recorrido iniciado en crisis económicas previas. Si bien es cierto el Estado ha implementado mecanismos de apoyo alimentario, estos no lograron atender la demanda de las comunidades vulnerables durante la pandemia.

Como se sabe, las ollas comunes surgieron a raíz de la crisis económica agravada por la pandemia. Estas agrupaciones vecinales se forjaron como respuesta a esta situación que afectó el derecho a la alimentación de miles de familias en situación de vulnerabilidad. Hasta la fecha, solo en Lima se han logrado registrar 2 mil 447 ollas comunes, que son la única fuente de alimento de más de 247 mil personas (Ollas comunes denuncian, 2021).

4.1 El rol del Estado

Entidades del Estado como el Ministerio de Salud, con su normativa para asegurar la sanidad de los alimentos; el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, en su labor de articular y fortalecer la institucionalidad de las ollas comunes; y las municipalidades, al organizar la distribución de alimentos, buscan cumplir con un rol para garantizar la seguridad alimentaria. No obstante, no logran ser reconocidos como actores eficaces en esta tarea. La burocratización, la debilidad institucional, la lejanía (física y emocional) con que se percibe al Estado lo presentan como un actor distante al que solo se le pueden formular reclamos, mayor transparencia y celeridad.

Han sido las organizaciones de mujeres las que han configurado un mecanismo autogestionario de sobrevivencia. Ello significa en sí mismo un cuestionamiento a la eficacia del Estado en tanto garante de derechos, pues, como reconocen dirigentes de estas ollas, las entidades gubernamentales no tienen presencia ni ayudan a sostener esta estrategia para combatir el hambre. Según las declaraciones de Abilia Ramos, coordinadora de la olla común “Esperanza del Perú”, de San Juan de Lurigancho:

Muchas ollas van a cumplir un año sin la presencia de nuestras municipalidades ni ayuda del Estado. Nosotras mismas, desde nuestras organizaciones, hemos gestionado la ayuda. (Ollas comunes para combatir, 2021)

Desde San Juan de Lurigancho hemos hecho una denuncia para que la municipalidad nos entregue el registro total para hacer un trabajo en conjunto con el MIDIS y la misma municipalidad, pero no nos han dado una respuesta clara. En reunión con la ministra nosotras hemos pedido que nos hagan partícipes de la repartición de alimentos para poder fiscalizar y que estos lleguen a ollas que realmente lo necesitan. (Ollas comunes para combatir, 2021)

Una estrategia de sobrevivencia que ha logrado paliar los efectos de anteriores crisis económicas, desempleo masivo e incluso enfrentar los efectos de desastres, puede muy bien ser ahora una articuladora de las intervenciones mucho más integrales del Estado para rebajar los efectos de la pandemia y contribuir a la recuperación paulatina de los más pobres al aparato productivo, porque siguen estando más propensos a sufrir los efectos del hambre y la desnutrición. (Olla común, 2021).

El Estado debería hacerse cargo de nosotros, ¿pero ¿cómo podría si ni siquiera saben que existimos? El otro día nos dijeron que la municipalidad iba a pasar por aquí para darnos unas donaciones. Nos quedamos haciendo guardia, esperamos como hasta las tres de la mañana. Nadie apareció. A finales de octubre, varias “ollas comunes” de todo Lima realizamos un banderazo para que nos vean, para que sepan que estamos aquí. Si no nos hacen caso, saldremos a las calles a marchar. (El Estado ni siquiera, 2021)

4.2 Las estrategias comunicativas de la solidaridad

Otro aspecto importante es el modo como las ollas comunes han resignificado sus estrategias de solidaridad. A propósito, es importante mencionar que el entorno desde el que emergen estas iniciativas ciudadanas se caracteriza por una cultura cotidiana de la solidaridad en el marco del sentido de vivir en comunidad. Sin embargo, es interesante notar que el contexto y el sentido de la emergencia hacen que los actores redimensionen sus estrategias de solidaridad incluyendo a otros y colocándose en un escenario que trasciende lo local.

En ese sentido, podemos señalar los siguientes elementos de las prácticas de solidaridad construidas desde las “ollas comunes”.

4.2.1 La conexión con las demandas e implicancias políticas

En el discurso de las lideresas, se puede observar una constante referencia no solo a la necesidad de atender a los beneficiarios, sino también al hecho de que las autoridades y las instancias del Estado no hayan asumido su responsabilidad frente a la crisis. Esta lectura que ellas hacen está alimentada por el escenario construido desde la instancia de la Red de Ollas Comunes de Lima, la cual colocó en la agenda política la necesidad de crear una política pública en relación con la emergencia alimentaria. Para ello esta organización utilizó la red social Twitter:

Ayer la Comisión de inclusión del @congresoperu escuchó a representantes de la Red de “ollas comunes” de Lima, en el marco de la elaboración del PL de #OllasComunes. (Red de Ollas Comunes, 2021b)

¿Quién logró que la Emergencia Alimentaria sea una realidad? Lo hizo el pueblo organizado, desde la Red de “ollas comunes” de Lima, junto a nuestro equipo técnico y aliadas políticas que estuvieron con nosotras desde el inicio. Y te lo contamos a través de este hilo. … Por ello comenzamos a buscar aliados en los Congresistas electos en el 2021, y tuvimos un acercamiento a diversas congresistas de diferentes partidos políticos. Quienes [sic] hicieron presente su compromiso con las “ollas comunes” de nuestro país”. (Red de Ollas Comunes, 2021a)

4.2.2 La incorporación de la narrativa religiosa de la solidaridad

El factor religioso emerge en la narrativa de las usuarias de las ollas comunes. Sin dejar de lado la presencia institucional de la Iglesia católica, este factor se hace más visible en la práctica de valores culturales del catolicismo. La presencia de “Dios” en la resolución de la crisis es recurrente en el discurso de las usuarias, a lo que se añade un conjunto de prácticas propias de grupos religiosos, entre ellas la solidaridad y la compasión. Además de ello, se incorpora un conjunto de rituales propios del catolicismo. En palabras de Roxana, coordinadora de la olla común del asentamiento humano de Villa Hermoso de Collique, entrevistada el 22 de agosto del 2021:

Aquí sucede el milagro, por eso rezamos por la comida, damos primeramente gracias a Dios porque nos está bendiciendo día a día, y vemos como se multiplica [sic]. De dos ollitas, la sopa se multiplica para 100, 120 platos. El ingrediente más importante de esta comida es el amor.

Como podemos ver, la olla común se ha convertido en un espacio desde el que se construyen puentes diversos de solidaridad. Si bien estas iniciativas nacieron para responder a la crisis económica que generó el confinamiento pandémico, luego se constituyeron en espacios de generación de otras formas de solidaridad, como la atención de las personas de tercera edad, el acompañamiento a los estudiantes escolares en sus tareas educativas y en la gestión del acceso al internet. En ese sentido, la olla común visibiliza el rostro de aquellos vecinos que viven en situación de vulnerabilidad y genera nuevas formas de solidaridad con ellos. Por otro lado, reactiva las prácticas cotidianas de solidaridad sobre las cuales se construyeron las comunidades en las que se encuentran ubicadas.

4.3 La representación mediática

Un aspecto importante del proceso de desarrollo de las ollas comunes en Lima es la construcción de una determinada narrativa y representación en los medios. En ese sentido, encontramos cuatro tendencias respecto al modo como los actores de las ollas comunes son representados.

4.3.1 Excluidos y emergentes

Las comunidades urbanas en grandes metrópolis suelen estar conectadas a partir de encuentros funcionales. Se trata en realidad de una amalgama de comunidades disímiles que coexisten y comparten un territorio, pero no necesariamente un imaginario común. El espacio público es un escenario en el que los actores establecen un conjunto de vínculos, se reconocen y construyen significados, mientras que los medios son las herramientas necesarias para establecer estos vínculos y para construir significados.

La crisis empuja a la escena, especialmente mediática, a quienes no tienen empleo o recursos para sobrevivir. Se hacen llamados públicos como el que hizo Elizabeth Huacchillo, una voluntaria que apoya en una olla común, en una entrevista para una agencia de noticias: “Yo lo que quisiera es que nos apoyen con víveres. Nos falta lo que es carnes, para así poder apoyar a la gente” (Agencia AFP, 2021).

Los medios de comunicación masiva, por su parte, construyen una narrativa de emergencia, median entre donantes solidarios y aquellos que padecen de hambre, hacen visibles las carencias y la fortaleza de las organizaciones. El discurso de la carencia es central en la puesta en escena mediática, como podemos evidenciar en las declaraciones a continuación. En primer lugar, Aurora, de la olla común La Milagrosa, de Villa María del Triunfo: “No hay gas, no hay sal, no hay leña. No tenemos el apoyo de nadie. Somos los olvidados aquí” (Sobrevivir, 2021). En el caso de Vilma Arónes Taype, de la Agrupación de Familias Nueva Vista, Villa María del Triunfo: “Ayer se acabó el arroz. Nosotros preparamos 20 kilos diarios y con lo que cobramos (S/1 por ración) no alcanza para cubrir nuestras necesidades. Estamos con miedo y preocupación” (Rosas, 2021). Para Diana Mellado, miembro de una olla común, entrevistada en el año 2020, “Nosotros los adultos podemos aguantar el hambre, pero los chiquitos no, ya mi bebé no se abastece con mi leche y necesita alimentarse con frutas y huevos” (Rosas, 2021).

4.3.2 El discurso de la magia de los pobres para sobrevivir a la crisis

Las notas periodísticas televisivas revaloran de manera espectacular el hecho de que los usuarios, y especialmente las mujeres, que se mueven alrededor de las ollas comunes se conviertan en agentes extraordinarios porque se los percibe con una capacidad casi sobrehumana para resolver el problema de la alimentación en medio de la emergencia. Al representar este rostro de la crisis, los medios obvian en su discurso las causas estructurales de esta. Las notas se enfocan en el relato del milagro de “la multiplicación de los panes” y la acción solidaria emergida desde la propia comunidad, incidiendo en menor medida en las responsabilidades de los agentes del Estado y los operadores políticos:

Rossi Acosta Mallqui, olla común Con la Unión Todo se Puede, Asentamiento Humano Halcón Sagrado, Pamplona Alta, San Juan de Miraflores: “De ahí en adelante, se colaboraba con lo que había en casa y recogíamos una zanahoria, un apio o una lechuga. Luego, recibimos más apoyo de organizaciones y colectivos”. (Rosas, 2021)

Lourdes Sosa, miembro de una olla común en Villa María del Triunfo: “Aquí nos ayudamos entre todos porque esto es para todos. Podemos sentirnos desganados cuando no hay alimento, pero igual seguimos. Si hoy no hay, habrá mañana”. (Moreno, 2020)

4.3.3 La representación del mesianismo mediático

Ante la ausencia del Estado en estas comunidades, los actores de los medios aparecen no solo como visibilizadores de la crisis y sus actores, sino también como agentes salvadores y compasivos frente a la emergencia. Al referirse a un conductor de televisión que brinda apoyo alimentario a varios asentamientos humanos, un diario de Lima señala en una nota:

…conmovido por la extrema situación que vivían miles habitantes de asentamientos humanos, dio vida a este proyecto con el compromiso de brindar un plato de comida diario a las personas que se vieron más afectadas por estas circunstancias y hacerles sentir que no están solos. (Vigo, 2020)

Esta representación construye la cultura de la solidaridad asistencialista y paternalista en la solución de la crisis. En el caso de la televisión, se añade la representación de los pobres alimentada por el espectáculo y la dramatización del hecho, en la que se confunde la solidaridad con el altruismo o las benevolencias filantrópicas, y se obvia la afirmación de determinados derechos que les asisten a estas personas como ciudadanos.

Este es el caso del programa televisivo La banda del chino, que dedicó varias de sus ediciones a emitir reportajes sobre la entrega de alimentos a varias ollas comunes de las zonas más pobres de Lima. En uno de estos reportajes se muestra a una de las dirigentes de la olla común del asentamiento Valle Hermoso, del distrito de Comas, quien, con mucha emoción, agradece al director de dicho programa: “Dios te bendiga, Dios te bendiga, chino… Hemos visto tu programa y soñábamos que llegues hasta aquí para ayudarnos, queríamos que nos ayudes, porque somos pobres”. Enseguida, todas las mujeres que acompañan a la dirigente vitorean: “Bravo chino… ¡Tres hurras para el chino, hip hip hurra, hip hip hurra, hip hip hurra!”. En el mismo sentido, el programa televisivo de entretenimiento América hoy muestra imágenes de la popular conductora peruana Gisela Valcárcel, a quien se le ve ayudando a las mujeres de la olla común “Madres emprendedoras” en el asentamiento humano El Paraíso, en San Juan de Lurigancho. Ella llegó a dicho lugar con un camión lleno de alimentos para obsequiar a esta olla común.

4.3.4 La construcción de las actorías ciudadanas desde el margen

Varios medios de comunicación, especialmente los impresos y los de las redes sociales, han construido una narrativa en la que se revalora la agencia política de los actores que surgieron alrededor de las ollas comunes. Varios de estos medios destacaron el hecho de que estas iniciativas de emergencia ante la crisis colocaron en agenda la necesidad de políticas públicas en relación a la emergencia alimentaria. Esto se pudo apreciar con más claridad en el abordaje periodístico de la campaña emprendida por la Red de Ollas Comunes de Lima sobre la seguridad alimentaria. Aquí algunas notas que reflejan esta perspectiva:

Como se sabe, las “ollas comunes” surgieron a raíz de la crisis económica agravada por la pandemia. Estas agrupaciones vecinales se forjaron como respuesta a esta situación que afectó el derecho a la alimentación de miles de familias en situación de vulnerabilidad. Hasta la fecha, solo en Lima se han logrado registrar 2 mil 447 “ollas comunes” que son la única fuente de alimento de más de 247 mil personas. (Ollas comunes denuncian, 2021)

… una estrategia de sobrevivencia que ha logrado paliar los efectos de anteriores crisis económicas, desempleo masivo e incluso enfrentar los efectos de desastres, puede muy bien ser ahora una articuladora de las intervenciones mucho más integrales del Estado para rebajar los efectos de la pandemia y contribuir a la recuperación paulatina de los más pobres al aparato productivo, porque siguen estando más propensos a sufrir los efectos del hambre y la desnutrición. (Olla común, 2021)

Sin embargo, el margen es aún más dramático para quienes viven en condiciones más profundas de exclusión. La difusión de los espacios en donde se comparten los alimentos, los horarios de distribución de estos, el empadronamiento de beneficiarios o el solo conocimiento de que existe una olla común dependen del acceso a información o de la cercanía de los actores a los centros de provisión de alimentos. Pero para muchas familias esto no es posible por falta de acceso a tecnologías, de competencias lingüísticas o condiciones estructurales. Como expresa Abilia Ramos, coordinadora de ollas comunes de San Juan de Lurigancho:

En algunas ollas las mujeres no saben leer ni escribir, ni usan WhatsApp, no están enteradas ni del registro ni del apoyo de la municipalidad. Muchas ollas están ubicadas en zonas altas donde no llega agua, luz, ni internet. Esas señoras no tienen conocimiento de los apoyos que existen. (Ollas comunes para combatir, 2021)

5. DISCUSIÓN

5.1 El capital social: la reconfiguración de las actorías ciudadanas

Durante el contexto de emergencia, en una metrópoli como Lima, se reactivaron mecanismos de solidaridad, los cuales tienen un doble estatus: entre los miembros de la comunidad (endógenos) y entre grupos distintos de la sociedad (exógenos). Dichos mecanismos son posibles al interior de los propios grupos sociales por las creencias compartidas que les permiten construir un “nosotros” (Cabrera, 2004). Con esta base desarrollan una identidad que implica, a su vez, una representación social. Desde una visión compartida, esta representación les permite enfrentar necesidades materiales, sociales y comunicativas (Calonge, 2006).

A partir de esta mirada, los usuarios de las ollas comunes fortalecen sus lazos de colaboración y solidaridad. Desde otros grupos sociales, la solidaridad establece dos escenarios de representación distintos: el “nosotros” de las ollas comunes y los “otros” que brindan apoyo, asistencia y dan muestras de solidaridad al grupo vulnerable. Es desde este proceso como se va configurando el capital social.

El caso estudiado representa un ejemplo de lo que Durston (2000) denomina capital social comunitario, en tanto las ollas comunes conforman una institución de cooperación grupal que cuenta con “estructuras normativas y gestionadoras” construidas desde las prácticas sociales cotidianas. El capital social comunitario facilita a la población usuaria la obtención de alimentos, a través de mecanismos de retribución oportuna, teniendo como base un contexto institucionalizado de carácter comunitario (Capdevielle, 2014), sin el cual la eficacia de las ollas comunes no sería posible.

La importancia de las redes y su densidad, una condición necesaria para el capital social, juegan un rol fundamental en la constitución de las ollas comunes, pues permiten su emergencia como institución comunitaria (Forni et al., 2004). En esta misma línea, el caso de las ollas comunes construidas en las comunidades pobres de Lima ha generado el (re)surgimiento de un tipo de actoría ciudadana que tiene entre sus rostros principales a las mujeres. Estas, en el proceso de activar las acciones para resolver la necesidad de alimentación en su comunidad, logran configurar un tipo de actoría pública que asume la gestión de otros problemas ciudadanos cuya responsabilidad correspondería al Estado local. Precisamente, el fenómeno de las ollas comunes devela no solo la falta de una política de atención a las necesidades primarias de la población, sino la propia ausencia del Estado en las zonas más empobrecidas del país.

En este contexto, las gestoras de las ollas comunes se convierten en referentes de otras problemáticas sociales, lo que les permite desarrollar un nivel de liderazgo político en el espacio público local. Desde la perspectiva habermasiana, el espacio de las ollas comunes configura un tipo de acción comunicativa cotidiana con la que se logra colocar en la agenda pública sus percepciones, demandas y juicios. En las ollas comunes, las mujeres asumen un papel protagónico, que va más allá de la resolución de un problema social, que hace visible “el rol y potencial de las mujeres como actores sociales y comunitarios más allá de la sola cocina” (Raffo, 2021).

Más precisamente, podemos decir que, alrededor de la configuración de la actoría pública de las gestoras de las ollas comunes, es posible observar la construcción de un tipo de capital social que se caracteriza por los siguientes rasgos:

Estos rasgos configuran el capital social de unión o de vinculación, en el que las redes sociales que son parte de los procesos de socialización y sobrevivencia de las comunidades emergentes se convierten en factores clave para subrayar la resiliencia de los actores sociales al momento de lidiar con la adversidad y, así, diseñar contenidos compartidos, orientados a sobreponerse ante la crisis y a la reconstrucción social (López & Limón, 2017; Forni et al., 2013).

Es interesante, además, observar que las ollas comunes han reactivado las redes preexistentes en estas localidades, que emergen en un contexto de crisis y se fortalecen, desde la lógica de la acción colectiva, como un tipo de actoría demandante y referente frente a la acción de un tipo de Estado que alimenta la vulneración de los derechos de la ciudadanía e incrementa las brechas de desigualdad.

5.2 La construcción de la otredad desde el espacio público

La condición de exclusión y la construcción de una agencia propia frente a lo que las políticas públicas y sus agentes proponen, hacen que estos actores se constituyan en un tipo de “contrapúblicos” (Fraser, 1991), en tanto que empiezan a asumir un rol de liderazgo desde la base social, individual y colectiva. En este proceso forman parte de un público más amplio, poniendo en juego su rol de mediadores entre las demandas de los de abajo y los que tienen el poder. Este concepto resulta útil para reflexionar sobre el rol de los contrapúblicos emergentes, en una sociedad marcada por los discursos hegemónicos, la estratificación social y la legitimación o deslegitimación de los públicos.

En el contexto limeño, los vínculos entre actores sociales y su mutuo reconocimiento suele ser difuso, mediado y conflictivo: difuso, en tanto las comunidades no logran conocerse lo suficiente entre sí por el cruce de categorías simbólicas de carácter generacional, étnico, social, laboral o territorial; mediatizado, porque las imágenes de “los otros” o incluso del “nosotros” son construidas desde los medios o a través de plataformas electrónicas; y conflictivos porque el “nosotros” puede ver en “los otros” una amenaza al orden propio. Alguien que vive de “manera distinta” y no se adapta al orden puede alterarlo.

Las personas que viven en situación de exclusión, especialmente en la que “emergen en la emergencia”, construyen su actoría desde un escenario difuso. En el caso del encierro durante la pandemia, se observó el modo como la situación difusa se iba aclarando lentamente, principalmente porque la búsqueda de alimentos o el acceso a los mismos se constituyó en una dificultad compartida.

5.3 Narrativas de la solidaridad desde las ollas comunes

En el discurso de las lideresas se plantean demandas a la seguridad alimentaria y un cuestionamiento permanente al rol de diversas instancias del Estado peruano. Las carencias y adversidades, con un Estado percibido como distante y poco eficaz, se resuelven desde estrategias colectivas, a través de vínculos internos, entre los miembros del grupo, y externos, con otros actores sociales: iglesias, voluntarios, organismos no gubernamentales, medios de comunicación, entre otros.

A ello se añade la “percepción de competencia y capacidad de la comunidad para afrontar desafíos y obtener logros” (Alzugaray, 2019), lo que hace que los grupos sociales gestores de las ollas comunes puedan ser una muestra concreta de resiliencia comunitaria, la cual reúne dos capacidades sociales: la cohesión social (alrededor de los mecanismos de cooperación) y el pensamiento crítico colectivo (la identificación de necesidades, la atribución de responsabilidades y la propuesta de soluciones viables y pertinentes en su contexto) (López y Limón, 2017).

Es importante notar el modo como el factor religioso constituye un componente importante en la narrativa de las ollas comunes. Lo religioso se puede observar no solo a partir de la presencia institucional de la Iglesia católica, a través de las parroquias locales, sino mediante los valores que imprime el catolicismo cultural y una determinada cosmovisión evangélica, con relación a la solidaridad y compasión con el prójimo. Esto se puede notar en el título que llevan las propias ollas comunes, como “Los Huertos de Santa Rosa”, “Bendiciones de Jesús”, “Jehová es mi fortaleza”, “Mi Dios es fiel”, “Dios es Amor”, “Dios es nuestro proveedor”, etcétera. Asimismo, se han incorporado rituales aprendidos en las comunidades parroquiales, como los rezos para agradecer a Dios por los alimentos.

5.4 La reactivación de prácticas cotidianas de solidaridad en la comunidad

Las ollas comunes se han convertido en espacios que posibilitaron la reactivación de prácticas de solidaridad preexistentes en los sectores más afectados por la pandemia. Estas se han configurado en espacios donde se despliegan prácticas solidarias en los sectores más golpeados por la pandemia (personas de tercera edad, discapacitados, escolares) y también se vela por el acceso al internet. De esta manera, la olla común, en tanto espacio de (re)construcción de comunidad y establecimiento de puentes de solidaridad, subraya el afán de cooperación entre los vecinos, fortaleciendo el bienestar de sus comunidades.

5.5 Narrativa y representación de las ollas comunes

Un aspecto importante del proceso de las ollas comunes en Lima es el modo como se construyó una determinada narrativa y representación en los medios. En ese sentido, encontramos tres tendencias respecto al modo como los actores de las ollas comunes son representados:

5.5.1 Las ollas comunes desde una perspectiva “mesianista”

Las crisis, como la generada por la pandemia del COVID-19, hacen visibles a los protagonistas más vulnerables, usualmente ausentes en la agenda mediática. La televisión abierta, en el contexto peruano, permite que actores sociales se expresen y se hagan presentes. Este hecho, que podría considerarse una oportunidad para el ejercicio de la ciudadanía y la expresión de la necesidad de garantizar los derechos, se torna en la reafirmación de las diferencias y acentúa las brechas. Esto debido a que el vínculo que se establece con la población es de carácter paternal y filantrópico. En los extremos se hace visible un actor que ejerce poder y cuenta con recursos, y otro actor desprovisto de poder y con escasez de recursos para resolver la crisis. Esta asimetría no hace sino reflejar la forma en la que se manejan las crisis: sin reconocer las capacidades y posibilidades de los actores sociales para ser sujetos activos de la solución, además de invisibilizar las causas de carácter estructural que, en contextos críticos, vuelven más profundas las vulnerabilidades.

5.5.2 El componente mágico en la resolución de las crisis

Otra tendencia es aquella que empodera simbólicamente a las usuarias de las ollas comunes. Simbólicamente, porque se las representa con capacidades extraordinarias para enfrenta la crisis, sin mayor herramienta que su propia voluntad. Las mujeres son presentadas, especialmente en reportajes televisivos, como hacedoras de “milagros” para contener la crisis. Sin embargo, esta representación “heroica” no hace visibles las carencias y dificultades que las familias enfrentan en lo cotidiano. La resolución excepcional del problema no contribuye a la formulación de políticas que empoderen a las comunidades para resolver la crisis y alcanzar el pleno ejercicio de derechos de forma sostenible, además de minimizar la visibilidad del Estado como responsable de la escasez alimentaria.

5.5.3 La marginalidad mediática de la ciudadanía

Puede distinguirse un escenario distinto al de la televisión en los medios impresos y electrónicos. En estos últimos, las usuarias de las ollas comunes son presentadas en su condición de ciudadanas, de sujetos de derecho, a las que además se les otorga la posibilidad de presentar una visión crítica de la situación, profundizar en el análisis de los factores que contribuyen al agravamiento de la crisis alimentaria y la valoración de la organización comunitaria para hacerle frente. Dos conceptos emergen, así, como fundamentales: el capital social y la cultura comunitaria de resiliencia. En este contexto, el poder es ejercido no solo en el ámbito comunitario, sino también en la posibilidad de generar espacios y canales de comunicación propios.

Al poner en la agenda pública sus propias percepciones y juicios sobre el problema, se convierten en actores comunicacionalmente proactivos y eficaces (Raffo, 2021). De este modo, se construye un tipo de vocería local que se afirma desde la gestión de la comunicación comunitaria (Ostrom & Ahn, 2003), la cual les otorga representatividad en el contexto de la necesidad de construir la representación del “nosotros” y luchar por el reconocimiento (Capdevielle, 2014), en medio del confinamiento (Márquez, 2009). En ese sentido, el espacio de la olla común, para Gutiérrez, se convierte en lugar de interacción social e intercambio comunitario, que contribuye a “transformar los objetos intercambiados en signos de reconocimiento y, a través del reconocimiento mutuo de los agentes y el reconocimiento de pertenencia al grupo, delimita el espacio más allá del cual el intercambio no puede tener lugar” (como se citó en Capdevielle, 2014, p. 9).

6. CONCLUSIONES

Los agentes sociales, especialmente mujeres, que promovieron y gestionaron las ollas comunes en el contexto de la pandemia se han constituido en actores emergentes con competencias construidas a partir del fortalecimiento de sus capacidades y reactivación de sus prácticas comunicacionales de gestión de lo público en medio de la crisis. A esto se suman las diversas modalidades de resiliencia comunitaria que les permitió aliviar el impacto de la crisis alimentaria generada por la pandemia del COVID-19.

La experiencia comunitaria construida alrededor de las ollas comunes nos ha permitido reconocer el papel que juegan los medios de comunicación colocando en la agenda pública los diversos discursos y prácticas que genera una crisis de esta naturaleza, pero también el modo como los actores locales se relacionan con los agentes de los medios para visibilizar sus demandas y mostrar sus capacidades comunitarias de gestión de la crisis.

En relación al abordaje de los medios, pudimos apreciar dos tendencias. Una de ellas marcada por un acercamiento paternalista al problema, especialmente por parte de los agentes de la televisión de señal abierta, y la otra, afirmada en el enfoque de reconocimiento de los derechos de los agentes locales, especialmente por parte de los productores de los medios digitales.

Asimismo, el relato mediático de la crisis y la actuación de los actores locales nos han permitido apreciar no solo las carencias e insatisfacción de las necesidades que suelen existir en los contextos de exclusión, sino también los esfuerzos de los agentes de estas comunidades en crisis por desarrollar y desplegar sus competencias comunitarias para enfrentar los problemas y promover aquellos valores construidos en sus procesos de constitución como comunidad.

En ese sentido, los relatos que recogimos y la propia narrativa mediática nos permitieron observar la reactivación de aquellas prácticas de solidaridad y cooperación comunitaria que siguen sosteniendo la vida de estas comunidades históricamente excluidas, construidas en contextos en donde el Estado está siempre ausente. En medio de la carencia y la exclusión, las usuarias de las ollas comunes han construido un liderazgo emergente que ha contribuido tanto a la sostenibilidad de la organización desarrollada alrededor de estos espacios como a la construcción de vínculos con otros actores de la sociedad civil. Alrededor de estos esfuerzos se ha generado un capital social importante que puede ser útil para consolidar no solo sus capacidades de resiliencia, sino también sus estrategias comunicacionales para generar procesos de incidencia en la agenda pública y en las instancias de gestión de las políticas públicas, en relación con aquellas problemáticas sociales que tienen repercusiones en el desarrollo local.

REFERENCIAS

Agencia AFP. (2021, 4 de febrero). “La gente no tiene qué comer”: ollas comunes florecen en la cuarentena en Perú. Gestión. https://gestion.pe/peru/la-gente-no-tiene-que- comer-ollas-comunes-florecen-en-la-cuarentena-en-peru-noticia/

Agencia EFE. (2021, 21 de junio). Unas 240.000 personas sobreviven en ollas comunes en Lima.
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