POST SCRIPTUM

Ante la inminencia de la apertura de un nuevo periodo de recepción de artículos para el número 14, que todavía se encontrará bajo la temática “Reflexiones sobre la contemporaneidad”, nos pareció oportuno cerrar este número actual (13) con un texto puente entre ambos. Este texto de enlace entre los dos números es entonces, en primer lugar, otra operación editorial propuesta con alcance estructural sobre la revista Limaq. En segundo lugar, lo proponemos como una explicación de lo que pensamos sobre el tema, que considera lo recogido en el número 13, pero también como un faro que pueda lanzar luz —o apenas dibujar siluetas en la penumbra— sobre otras interpretaciones de la realidad contemporánea. Así, debe ser considerado una inflexión, una entrada para el diálogo y además una invitación a la sorpresa.

CONTEMPORANEIDAD

Durante los últimos 300 años, la modernidad es el ambiente dentro del cual la humanidad se ha ido encajando —y de la cual se ha tornado dependiente—. Ese mundo, que ostenta las huellas del pensamiento europeo, se propagó llevando el sistema capitalista, con todas sus estructuras, desde las productivas a las culturales —visión de mundo—, a prácticamente todos los rincones del planeta. No hay hoy ningún lugar que escape a la lógica capitalista.

Pero el capitalismo —como la modernidad— no es monolítico, por el contrario, es resiliente, se adapta y moldea, y procura siempre encontrar los caminos de la mínima resistencia, como enseñó Marx. Tal vez por esa forma adaptativa ha durado tanto. Tal vez se debe a que ha acarreado a la humanidad actual de acuerdo con sus premisas: sistema económico, modo de producción y de gobierno, a pesar de las excepciones, producción científica e ingenio. Con todo, la propia adaptación lo ha llevado a poseer múltiples caras. Aunque estamos dentro de ese mundo hace 300 años, las sociedades no son las mismas y el mundo no es el mismo en cada recodo, la adaptación —muchas veces impuesta— nos lleva a percepciones distintas y así a mundos diferentes para los que las sociedades humanas han dedicado esfuerzo, espacio y tiempo.

En esa coyuntura, y aunque la transformación sea la marca característica del proceso capitalista —y de la modernidad—, es fácil también percibir que en las últimas décadas las mutaciones se han acelerado. Cambios que requirieron dos o tres generaciones en el comienzo del proceso pasaron a realizarse en menos tiempo, cuando mucho en una generación. Hoy el tiempo es menor y escurre por nuestras manos a una velocidad perceptible, y es de este panorama que surgen las primeras preguntas que nos preocupan, las de carácter más general:

¿Cómo nos debemos posicionar frente a este proceso de aceleración y achatamiento que ya se muestra evidente, pues se ha hecho consciente? ¿Cuáles son las estructuras mentales, perceptivas y posturas que debemos adoptar delante de un mundo que no solamente se desmonta, sino que también se remonta constantemente en nuestra frente y que, con todo, no es igual ni unitario en todo lugar, pero que nos comprime de la misma manera? ¿Qué formas la modernidad —si es que de ella podemos seguir hablando— adopta en el momento contemporáneo que nos está tocando vivir? Y, sobre todo, ¿qué forma adopta, en especial, en cada lugar en el que nos tocó vivir una vez que de ella, aparentemente, no podemos escapar?

Si es cierto que la verdad, un término con poca precisión en los días actuales, o lo que entendemos sea la realidad, término también poco preciso, que aceptamos como verdadera, se construye a través de categorías de análisis e intereses cognitivos del observador, se hace necesario primero definirlo.

¿Cuáles serían hoy esas categorías e intereses para esos observadores? ¿Cuáles son, en nuestro caso, los que afectan a la arquitectura
y a la ciudad?

Dentro del panorama de aceleración actual, estos no pueden ser los mismos que hace 20 años. Pero también parece obvio que sigamos usando las mismas estrategias del pensamiento para intentar entender y operar en el momento contemporáneo que heredamos del pasado. ¿Cómo podemos reflexionar sobre la realidad del mundo con categorías posiblemente obsoletas?

Esta es una situación de estancamiento que nos debe preocupar y que nos preocupa.

Hemos dejado para atrás el mundo de la filosofía, que nos ha acompañado desde la Antigüedad, y que nos permitió entender y desarrollar la modernidad. Ya se registra, en la zona central del capitalismo, un descrédito en la existencia de suposiciones generales que puedan ser capaces de dar cuenta del mundo y su interpretación. Las proposiciones integrales han sucumbido frente a la gran evolución en los métodos empíricos particulares, que organizan los datos resultantes de cada proceso en modelos específicos destinados a abarcar cuestiones macro o micro de diferentes aspectos da realidad —de la economía a la sociología—. Modelos holísticos penan en sobrevivir, como se puede ver por la falta total de entendimiento de los problemas ambiental y climático.

La historia y las otras visiones humanistas —geografía, antropología, sociología, etcétera— han dejado de tener un papel central en la construcción de los preceptos teóricos. Las nuevas generaciones no tienen conocimiento histórico, no solo porque no han sido educadas dentro de la tradición humanista1, sino porque no ven en la historia ninguna utilidad, no saben para qué sirve. En menos de dos generaciones las políticas públicas tecnocráticas y profesionalizantes —las de la supuesta eficiencia— han suprimido el esfuerzo crítico de las generaciones de posguerra.

Si es cierto que la crítica depende de la teoría, pues sin la segunda no hay cómo sustentar la primera. ¿En qué mundo estaríamos hoy? Tal vez, como afirma Foucault, en el de las instituciones disciplinares, constituidas sobre el modelo de la cárcel —la academia no escapa de este modelo—, del panóptico —hoy digital e informacional— que impone la vigilancia continua y del castigo, como se percibe por el funcionamiento de las redes sociales, que son hoy planetariamente dominantes.

En este mundo, ¿es hoy la crítica fundamental (para la arquitectura)?

La falta de teoría, y así de crítica, influencia el surgimiento de corrientes irracionalistas que promueven el activismo como única forma de acción, inclusive dentro de los movimientos ecologistas y ambientalistas, pero se eluden sobre las consecuencias del abandono de la racionalidad, que no necesariamente tiene que ser instrumental u operativa. La sustitución de la teoría por la inteligencia, que es otro de los postulados que hoy se construyen en el hemisferio norte, se presenta como una salida, por lo menos para las sociedades tecnológicamente más avanzadas, para evitar el vacío cognitivo de la falta de teoría —en general, substituida por la acción, la práctica y, en algunos casos, por una visión irracional pero operativa—. Dentro de un mundo que no depende más de la verdad, o de las ideologías, para definir un camino posible, ¿cómo debemos proceder?

No precisamos saber que el mantra de la liberación moderna, el de la unión férrea entre teoría y práctica, con la predominancia del saber científico sobre la intuición, se viene desintegrando desde el movimiento romántico de finales del siglo xviii para entender que el irracionalismo, el antihistoricismo y el achatamiento de las perspectivas que estulticia la vida humana están cada vez más presentes en el cotidiano de esta última humanidad. Es decir, nos referimos a la de los albores del siglo xxi, como vemos actualmente en los movimientos terraplanistas y antivacuna, en el aumento mundial de una visión mítica y tradicionalista, en las redes sociales y en los populismos negacionistas, que promueven el mito de la amenaza externa interiorizada, y, principalmente, en la falta de consenso sobre los angustiantes y urgentes problemas climático y ambiental, como se ve año tras año en los tímidos, cuando no fracasados, resultados de las COP (Conferencia de las Partes), mientras esperan que la última tonelada de carbón fósil sea consumida.

Las sociedades más comprometidas con el capitalismo, las que han construido su presente explotándolo hace décadas, cuando no siglos, están promoviendo un movimiento de desaceleración, que se encuentra con otro, el de desglobalización. No por una cuestión de afirmación de los valores locales, como se buscaba en los años posmodernos del regionalismo, sino porque reconocen la vulnerabilidad de las cadenas productivas que afectaron la eficacia de la producción capitalista y los lucros de los países ricos.

Llevados por estas reflexiones hemos construido el cuadro de la Figura 1, como un esfuerzo para aproximarnos al complejo panorama en el cual nos encontramos hoy.

Se trata de un cuadro que no pretende ser exhaustivo ni universal, sino que más bien se presenta como un intento de establecer algunas de las tendencias que se desarrollan, o se han desarrollado, para construir la representación del mundo como la conocemos hoy, o por lo menos como nos parece que la podemos percibir. Con todo, es importante dejar en evidencia que no se pretende disolver la realidad en conceptos, o rótulos, ni compactarla en la búsqueda de una explicación reductora.

Sabemos, así, que la estructura puede no ser la más adecuada, pues establece bloques independientes que no exhiben la porosidad de las definiciones. Las que usamos no necesariamente se refieren exclusivamente a un momento histórico preciso: premodernidad, modernidad, posmodernidad, hipermodernidad o el periodo contemporáneo (¿una ultramodernidad o una modernidad superada?). Con todo, entendemos también que las características propuestas pueden, y ciertamente deben, ser pensadas como un continuum diverso, constelaciones de determinantes variables, que, dependiendo del lugar y del tiempo histórico, consiguen ser entendidas en sus prolongaciones para un antes o un después de la célula temporal donde la localizamos aquí, en un intento de permitir una visión lo más abierta posible de la complejidad real.

La propia incerteza de los periodos se manifiesta en las datas que no pretenden precisión, ni temporal ni espacial, pues sabemos que no todo el planeta se mueve al mismo ritmo. En general, las cosas acontecen primero en alguna parte del mundo —muchas de ellas en el área de los países ricos—, para después, por la ósmosis de la globalización, trasladarse a otras latitudes. Así, en realidad, en nuestro cuadro deberían predominar las diagonales, los zigzags, las manchas y las curvas, más que las columnas y las filas, que sigan las circunstancias de cada lugar-región.

Las preguntas ayudan a encontrar algunos caminos:

¿Dónde, dentro de ese enmarañado de conceptos e ideas, de visiones de mundo, escurre cada una de nuestras realidades sociales y culturales (las de nuestros países o áreas de actuación)?

¿Cómo encarar la complejidad de la situación actual que pone en cuestión la simplificación de la tríada “historia, teoría y crítica” frente a otras dimensiones, como las del conocimiento (información y predicción), la inteligencia (humana y digital), la circunstancia (temporal o espacial) y, sobre todo, las del poder (vigilancia y determinación)?

La arquitectura y el urbanismo, esto es, la construcción material de la cultura, dependen de un entendimiento de esa realidad para no ser solamente el soporte físico del desenvolvimiento social y productivo. El aspecto formal y morfológico que se defendía en el siglo xx no es suficiente hoy, porque no puede ser aplicado a toda y cualquier realidad, y la realidad no es hoy solamente física, sino digital. La teoría no soporta tal diversidad y la diversidad es hoy mucho más que necesaria. El mundo no es unitario, afirmamos, pero tampoco lo es la arquitectura, ni mucho menos las ciudades, si es que estos conceptos pueden ser usados todavía hoy. Así, también debemos preguntarnos:

¿Cómo deberíamos pensar esas construcciones de la cultura local sin perder la riqueza de los códigos complejos que la cultura universal nos ofrece? ¿Cómo evitar las dificultades cognitivas que los códigos restrictivos de lo local (económicos, técnicos, culturales, etcétera) nos imponen cuando, al mismo tiempo, precisamos de ese formato para permanecer social y críticamente conectados a esa realidad? ¿Cómo proceder en la dirección de un desencantamiento que evite lo absoluto, que no disuelva lo contradictorio y se eternice en las afirmaciones?

Finalmente, nos debemos preguntar, y tal vez esta es una pregunta central para nuestra realidad periférica, si arquitectura y ciudad (no) deberían ser pensadas como los lugares de la acción comunitaria, de la reflexión, más que de la acción necesaria, operativa o eficiente, que promuevan el fantasma totalizador de respuesta única, concentrada en la resolución de problemas. Fundamentalmente, debemos cuestionarnos si la arquitectura debería limitarse a ser la protuberancia en la superficie del poder y si la ciudad, el lugar de su reproducción alienada y vigilada.

Dr. Arq. Fernando G. Vázquez Ramos
Dr. Arq. Mauricio Arnoldo Cárcamo Pino

São Paulo, 15 de diciembre del 2023


1 Gracias a una política educacional que transforma el no-saber en una norma de vida y el saber técnico en una norma de oportunidad, sostenido por una desconfianza profunda en los intelectuales.