ESTADO Y DESARROLLO
EN LATINOAMÉRICA

UNA APUESTA AL FUTURO.
EL EDIFICIO PARA EL CASINO
NACIONAL EN NECOCHEA,
ARGENTINA (1961-1973)

A BET ON THE FUTURE.
THE BUILDING FOR THE NATIONAL
CASINO IN NECOCHEA,
ARGENTINA (1961-1973)

MARIANA FIORITO

Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos,

Universidad Torcuato Di Tella, Ciudad Autónoma

de Buenos Aires, Argentina

0000-0002-1302-5659

CLAUDIA SHMIDT

Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos,

Universidad Torcuato Di Tella, Ciudad Autónoma

de Buenos Aires, Argentina

0000-0001-6768-9154

Recibido: 5 de septiembre del 2022

Aprobado: 3 de marzo del 2023

doi: https://doi.org/10.26439/limaq2023.n012.6018

En el marco de un plan de incentivos para el sector agrario en la provincia de Buenos Aires, la ciudad balnearia de Necochea, junto al contiguo puerto de Quequén, tuvo una notoriedad significativa durante el periodo “desarrollista” en la Argentina. Con la asunción presidencial de Arturo Frondizi (1958), se activó una serie de políticas superpuestas para la promoción de sectores productivos estratégicos. Entre obras de infraestructura vial y energética, la ciudad atrajo la atención del Gobierno nacional para la construcción de un gran casino con programas de usos turísticos. A partir de la consulta de materiales de archivo y publicaciones periódicas, este artículo, en clave histórica, presenta un análisis crítico que permite reconocer, por su implantación urbana, la sofisticación tecnológica y su carga simbólica de tinte “espacialista”, una apuesta a un futuro de modernidad cuya permanencia, entre democracias débiles y dictaduras fuertes, dejará la huella de una aspiración trunca.

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As part of an incentive plan for agricultural development in the province of Buenos Aires, the coastal resort city of Necochea, adjacent to the port of Quequén, gained significant notoriety during the “developmental” period in Argentina. During Arturo Frondizi’s presidency since 1958, a series of overlapping policies were set in motion to promote strategic productive sectors. Amid road and energy infrastructure projects, the city drew the attention of the national government for the construction of a large casino with tourism-oriented programs. Through the examination of archival materials and periodical publications, this article provides, from a historical perspective, a critical analysis that allows us to recognize, based on its urban implementation, technological sophistication, and its “spatialist” symbolic undertones, an investment in a future of modernity. However, in a period of alternating weak democracies and strong dictatorships, this aspiration left an enduring mark as an unfulfilled aspiration.

state architecture, casino, metallic structures, history of modern architecture, reinforced concrete, technological innovations

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En el marco de un plan de incentivos para el sector agrario en la provincia de Buenos Aires, la ciudad balnearia de Necochea junto al contiguo puerto de Quequén tuvo, durante el periodo “desarrollista” en la Argentina, una notoriedad significativa1. Con la asunción presidencial de Arturo Frondizi (1 de mayo de 1958) se activó una serie de políticas superpuestas para la promoción de sectores productivos estratégicos. Entre obras de infraestructura vial y energética, la ciudad atrajo la atención del Gobierno nacional para la construcción de un gran casino con programas de usos turísticos. A partir de la consulta de materiales de archivo2, publicaciones periódicas y prensa local, este texto, en clave histórica, explora las circunstancias del proyecto, la sofisticación de sus resoluciones tecnológicas y el alcance de su carga simbólica de tinte “espacialista”. Se presenta un análisis crítico que permite reconocer, por su implantación urbana y el carácter expresivo, una apuesta a un futuro de modernidad cuya permanencia, entre democracias débiles y dictaduras fuertes, dejará la huella de una aspiración trunca.

En correspondencia con políticas impulsadas desde la Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL), la Alianza para el Progreso y otras entidades, para acelerar procesos de desarrollo social, económico y productivo, ciertas obras de arquitectura, infraestructura y planificación, promovidas desde distintos niveles de oficinas técnicas estatales, se constituyeron en piezas clave para una buscada modernización (Müller et al., 2018a, 2018b; Müller & Shmidt, 2020). Este artículo hace foco en un programa arquitectónico específico pensado para promover el turismo en una ciudad balnearia intermedia. Interesa aquí encarar el estudio del Casino en Necochea, dentro de la producción del Ministerio de Obras y Servicios Públicos (MOSP), para entender las lógicas de proyecto dentro de un contexto político con complejos avatares y en relación a otras arquitecturas que se estaban ejecutando en otros sitios del país.

En los últimos años, el estudio de las arquitecturas de estado en Argentina ha adquirido un espacio propio con trabajos que abordan, entre otros temas, programas específicos —escuelas, hospitales— (Cattaneo, 2011; Fiorito, 2016; Müller, 2015); oficinas estatales determinadas —Ministerio de Obras Públicas, Dirección Nacional de Arquitectura Escolar, Consejo Nacional de Educación— (Ballent, 2005; Grementieri & Shmidt, 2010) en un periodo que va desde la Organización Nacional, en 1880, hasta la actualidad. En esta misma dirección, las investigaciones relacionadas con el turismo y las reformas urbanas están generalmente orientadas al estudio del impacto de los medios de transporte modernos —redes ferroviarias, autopistas, aeropuertos— (Liernur, 2001; Parera, 2019, 2020, 2021; Piglia, 2014; Raffa & Bianchi Palomares, 2022; Zunino Singh et al., 2021). Los trabajos más recientes abordan las arquitecturas del periodo “desarrollista” —así denominado especialmente para los países del tercer mundo y, en particular, de América Latina— que ponen en el centro el protagonismo del Estado (Bergdoll et al., 2015; Carranza & Lara, 2014).

En este caso, el ejemplo permite comprender el accionar de los profesionales dentro del MOSP, la aplicación de criterios sobre la industrialización de la construcción, la exploración de tecnologías actualizadas y de nuevos métodos de diseño que también se estaban aplicando en otras obras sincrónicas. En particular, el Casino, como programa funcional, respondía en esta ocasión a las demandas de una economía en crecimiento y a la trasformación de la sociedad en Necochea, una ciudad provincial que se proyectaba como nueva centralidad.

EL “JUEGO” DEL PROGRESO

Los planes de regionalización territorial según los recursos naturales, grados de modernización e infraestructuras urbanas e industriales fueron parte constitutiva de las directivas económicas impulsadas por la CEPAL desde su creación en 1947. Las dificultades para llevarlas a cabo en los países involucrados fueron dispares. En el caso argentino, la concreción de la recepción de capitales extranjeros y la puesta en acto de consorcios mixtos estatales y privados se acentuaron con la sanción de un conjunto de leyes nacionales, entre las cuales la 14781 incentivaba inversiones en el interior del país (Belini & Rougier, 2008; Regalsky & Rougier, 2015; Rougier & Odisio, 2017; Schvarzer, 1987)3. Los principales rubros estaban concentrados en las industrias siderúrgica y química, en las de extracción y refinamiento de petróleo, en la generación de energía eléctrica y en la mejora de la red terrestre de transporte automotor. Dentro del panorama general de recomposición de posibles mapas de desarrollo económico, la provincia de Buenos Aires recibió un apoyo significativo del Gobierno nacional. En este distrito, el problema más acuciante era, sin dudas, el de la crisis energética, agravado por la expansión veloz del conglomerado conurbano integrado por la Capital Federal y el anillo de partidos en torno a sus límites: la avenida General Paz y el Riachuelo. Rápidamente, el Poder Ejecutivo Nacional tomó cartas en el asunto, desafectó las gestiones municipal y provincial, y creó la empresa nacional de capitales mixtos, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA)4. Despejada rápidamente el área metropolitana y desplazada su gestión administrativa al ámbito federal, la gobernación provincial de Oscar Alende (mayo de 1958-marzo de 1962) puso en marcha, de manera prioritaria, el Plan de Obras Eléctricas (1959-1962), con el fin de reorganizar la generación y suministro de energía en tres sistemas: el Norte, con base en la Central San Nicolás habilitada en 1957; el Sur, abastecido principalmente desde Bahía Blanca; y la creación de otro polo en Necochea, donde se proyectó una nueva central termoeléctrica (Panella, 2014) (véanse las figuras 1, 2 y 3).

Con este motivo, Frondizi visitó la ciudad en 1960 para firmar el contrato con la empresa constructora Ansaldo (De la Llosa, s. f., p. 13; Ecos Diarios, 2021, p. 54). Posteriormente, desde el Gobierno provincial del general Francisco Imaz (1966-1969), se inició una política de polos de desarrollo regionales para crear una alternativa válida que equilibrara la distribución territorial. En el polo Necochea-Quequén-Mar del Plata, adquirieron particular relevancia las obras de carácter energético y portuario (Mesa redonda: polo de desarrollo Necochea-Mar del Plata, 1969; Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, 1969)

Es desde este marco de interés sobre el sector sudeste de la provincia que debe entenderse la singularidad del proyecto del Casino en Necochea (véase la Figura 4). Si se tiene en cuenta que esta ciudad balnearia se encuentra a tan solo ciento treinta kilómetros de Mar del Plata, la aclaración adquiere importancia, ya que allí se había construido entre 1937 y 1941 un monumental conjunto de aproximadamente 150 000 metros cuadrados, que incluía un casino, un hotel y un equipamiento deportivo y cultural junto a la modernización de la rambla, proyectados por el arquitecto Alejandro Bustillo. ¿Por qué entonces construir otro edificio exclusivamente destinado a casino y esparcimiento –sin el complemento hotelero– con esa cercanía?

Necochea estaba atravesando un proceso de crecimiento que adquirió una aceleración con las transformaciones del vecino puerto de Quequén. En 1950, los arquitectos Antonio Bonet y Jorge Ferrari Hardoy realizaron un anteproyecto de urbanización para la zona en el marco de un concurso internacional para el desarrollo de tierras en la costa marítima, convocado por el Instituto Inversor de la provincia de Buenos Aires, un ente autárquico creado en 1948 para el mejoramiento de diferentes áreas dentro del territorio. El llamado estaba orientado hacia la promoción de un turismo masivo y enfocado, desde una perspectiva social, para poder hacer frente al negocio inmobiliario. En esa ocasión, recibieron el tercer premio (el primero había quedado desierto) y una mención como el mejor plan regulador. Si bien solo quedó en los papeles, allí ya se contaba con un hotel-casino, cuya impronta vertical se proponía como hito referencial y estaría ubicado frente a la plaza principal (Bruno, 2006).

Una década más tarde, de manera directa, el Gobierno nacional emprenderá la construcción de un casino en el extremo norte del parque Díaz Vélez, sobre un lote paisajístico de características únicas, con un gran frente costero y vistas al Océano Atlántico (véase la Figura 5). Si bien el programa ocuparía menos de la mitad de la superficie del existente en Mar del Plata, puede decirse que competiría en su ambición icónica de manera comparable. Aunque, claramente, ya no con los ecos de la emulación de las costas marítimas francesas, sino con una búsqueda más ligada a las especulaciones contemporáneas de las arquitecturas propias de la Guerra Fría, enfocadas en la construcción de una imagen futurista inspirada en las crecientes fantasías disparadas por la posibilidad de conquistar la Luna.

El extraordinario despliegue en una ciudad que en 1960 contaba con
43 500 habitantes (República Argentina, 1982, p. XXI)5 se inscribe en una tradición de obras de Estado que representaban el carácter público de la intervención. Las diferencias, en este sentido, se pueden encontrar en cada periodo y signo político en la vocación de colocar a los gobiernos a la “vanguardia”, en los términos de Adrián Gorelik (1994). Es decir, con la expresa intencionalidad de ofrecer señales claras, no solo desde la condición de visibilidad monumental en los respectivos enclaves, sino, como en este caso en particular, para orientar la expresividad a partir de una volumetría que jugase —literal y metafóricamente— con formas más ligadas a la iconografía publicitaria, a tono con las premisas de grupos como los británicos Archigram y, también, con las prefiguraciones difundidas a través de los cartoons norteamericanos, por ejemplo The Jetsons, en plena difusión televisiva en momentos del comienzo del proyecto. En simultáneo con la incidencia directa de la creación de la Alliance for Progress (Shmidt, 2020) en Necochea, el “juego” del progreso comenzaba a tomar forma.

“GUSTE O NO: UNA GRAN OBRA”

Según consta en los archivos de la Secretaría de Obras Públicas de la Nación, el expediente de inicio del proyecto data de 19616. El impulso se inscribe en el cruce entre las obras no solo energéticas, sino también del contiguo puerto de Quequén que, desde la década anterior, recibía fuertes inversiones en infraestructura vial y de apoyo al sector agroexportador (Ecos Diarios, 2021, pp. 51-53; Ivickas-Magallán, 2017)7, además de la intensificación del corredor turístico en la costa atlántica (Pastoriza & Piglia, 2017; Pastoriza & Torre, 2019).

Para la región fue un periodo durante el cual se produjo una combinación virtuosa entre turismo y modernización. Sin embargo, la insistencia en tal aventura adquiría mayor sentido aún, ya que las salas de juego son, esencialmente, fuentes inmediatas de recaudación de impuestos. El interés en la construcción de este tipo de programas por parte del Estado había tenido anteriormente, en la figura del gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco (1936-1940), a uno de los principales actores. La clave en esos años estaba en la potestad de la explotación de las loterías y casinos en manos de los gobiernos provinciales (Elía, 1975, 1974; Pedetta, 2018). De hecho, en pleno proceso de construcción del complejo en Mar del Plata, Fresco le había encargado también a Bustillo, en 1937, un plan de urbanización para Necochea en el que proponía un ordenamiento de varias manzanas que remataban en un hotel-casino —al borde del mar, entre la villa “Díaz Vélez” y la Colonia de Niños Débiles “Dr. Raimondi”— que el arquitecto resolvió por medio de una aplicación mucho más simple de un estilo neocolonial hibridizado (véase la Figura 6) (Ministerio de Hacienda de la Provincia de Buenos Aires, 1941, pp. 7-10).

Pero luego de un periodo litigioso8, en 1946, durante la presidencia de Juan Domingo Perón, la explotación y concesión del juego se nacionalizó y la repartición se renombró como Lotería Nacional y Casinos (Poder Ejecutivo Nacional & Ministerio de Hacienda, 1940-1955).9 Por lo tanto, la idea de construir un edificio especial para este fin ya estaba instalada, dado que, además, desde comienzos del siglo veinte funcionaban casinos en hoteles. Por ello, todavía, en continuidad con esa tradición, el 13 de septiembre de 1958, Frondizi autorizaba a esa repartición a suscribir un contrato de alquiler en el primer piso del Hotel Royal de la ciudad para que funcionara allí el Casino (Ecos Diarios, 2021, p. 52)10.

Como se anticipó poco después, el 3 de marzo de 1960 el presidente visitó Necochea junto al gobernador Alende, con motivo de los inicios de la construcción de la Central Termoeléctrica, que se situaría en la embocadura del río Quequén en línea con la Escollera Norte (finalizada en 1929) a pocas cuadras del futuro sitio del Casino (Frondizi, 1962). A partir de allí, la idea de la construcción de un edificio ad hoc cobró fuerza. A poco de lanzado el comienzo de los estudios preliminares, proveniente de Bahía Blanca, Frondizi visitó Necochea, por última vez en su gestión, durante una recorrida por las centrales energéticas el 11 de febrero de 1962. El 29 de marzo fue derrocado por un golpe militar.

A pesar de todo, los vaivenes políticos no interrumpieron la voluntad de continuar con el proyecto. Durante el impasse del Gobierno de facto de José María Guido (marzo de 1962-octubre 1963), las tratativas para la construcción del Casino continuaron con una reunión en la ciudad de Buenos Aires a inicios de 1963 para ultimar detalles, además de formar una comisión para la apertura de la Casa de Necochea. Cabe aclarar que lo común era el establecimiento de sedes provinciales en la Capital Federal, por eso llama la atención el interés de crear una delegación de la ciudad (Ecos Diarios, 2021,
p. 55). El siguiente presidente surgido por elecciones constitucionales (aunque con partidos proscriptos), Arturo Illia (octubre de 1963-junio de 1966), retomó la marcha de los emprendimientos en curso. Las obras de infraestructura energética en la zona avanzaron y al año de asumir, el 31 de octubre de 1964, visitó la ciudad para inaugurar la primera etapa de la Central Eléctrica Provincial (Ecos Diarios, 2021, p. 58). Simultáneamente, se suscitaban conflictos por las políticas de desmantelamiento de los servicios ferroviarios que favorecieron el incremento vial automotriz que, en el caso de Necochea, implicó el intento de levantamiento de la estación y la clausura del puente, episodio que fue frenado por la acción de sectores sindicales (Ecos Diarios, 2021, p. 58).

En este clima de tensiones generales, con disputas respecto del rol del Estado en relación a la intervención y coparticipación de las empresas privadas en las obras públicas a nivel nacional, se registraba la marcha de gran cantidad de emprendimientos de carácter y localización dispar (Shmidt, 2020) que provenían de las políticas de desarrollo iniciadas, en buena parte, durante el mandato de Frondizi (Altamirano, 1998; Rougier & Odisio, 2017).

El primer acto para la concreción del edificio fue —como suele suceder en las burocracias estatales— el diseño del cartel que mediría cuatro por dos metros. En efecto, el expediente n.o 42377/61 se inició con un dibujo fechado en noviembre de 1961 que contenía la gráfica del anuncio a ser colocado en el terreno en el que “se levantará el edificio del Casino realizado por concurso público organizado por la Dirección Nacional de Arquitectura de la Secretaría de Estado de Obras Públicas” (DNA-SEOP)11, liderada entonces por Ismael Chiappori (Fiorito, 2016, pp. 157-158). Y como solía suceder también —generalmente por los cambios de gestión—, tal convocatoria nunca se realizó y la obra fue adjudicada, de hecho, al entonces director adjunto de proyectos, Roberto Quiroz, en el marco de la DNA.

La originalidad del proyecto de Quiroz se destaca dentro de la trayectoria de este arquitecto de estado, autor desde los inicios de su carrera, en 1939, de innumerables obras realizadas en varias provincias del país desde las oficinas públicas, además de su producción en el ámbito de la esfera privada12. Lo notable es su sensibilidad a la hora de captar el sentido del encargo. Por lo que se reconoce desde los materiales de archivo13, el desarrollo pleno del proyecto tuvo dos momentos intensos. El primero en 1964, en el cual ya estaba definida la propuesta tecnológica y la composición de tipo sistémico (Aliata, 2014) a través de la articulación de distintos cuerpos programáticos autónomos conectados por medio de espacios comunes, resuelta con un formalismo sugerente (véanse las figuras 7, 8 y 9).

La conexión con las líneas más utópicas de la arquitectura contemporánea es muy clara y, evidentemente, del agrado de los distintos gobiernos que la apoyaron. A modo ilustrativo, vale mencionar el diálogo no solo con las piezas de las oficinas más importantes de Argentina en los años precedentes —es indudable hacer referencia a la fascinación que producían los proyectos de Amancio Williams (como la cáscara oval de la sala para el espectáculo plástico y sonido en el espacio de 1942), o bien al reciente puente de acceso a la “Exposición del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo”, una peculiar lámina de hormigón armado realizada en 1960, por César Janello, o al Planetario de Buenos Aires, una cáscara esférica en el mismo material, diseñada por el arquitecto municipal Enrique Jan (iniciado en 1962)—, sino también, como se ha señalado, con las vanguardias británicas, la llamada arquitectura googie de California (Tangney, 2012) o los novedosos metabolistas.

El anteproyecto de Quiroz, de 1964, mostraba ya un alto grado de definición, tanto compositiva como técnica. El emplazamiento se situaba al borde de las extensas playas de la costa atlántica, en un terreno ubicado en el ángulo noreste del parque provincial “Miguel Lillo”, creado en 1948, sobre tierras anteriormente pertenecientes al ingeniero Carlos Díaz Vélez, impulsor del turismo social en la zona (Bruno, 2009; Bruno, 2017; Fundación Lubrano, s. f.). El conjunto estaba planteado en cuatro bloques (Cárcel de Encausados, 1972, p. 3)14, autónomos entre sí, previstos para ser realizados en etapas (véanse las figuras 10 y 11). Distribuidos en cinco niveles sobre las dunas naturales, acusando una barranca inicial que albergaba partes del programa en la base —denominados como subsuelos, aunque no están enterrados—, se recortaban con claridad dos volúmenes apaisados paralelos al mar, un tercer bloque perpendicular y, por detrás, el más destacado e icónico auditorio oval. Cada paquete tenía una solución estructural propia.

Las salas del casino se alojaban en un aparato de gran alarde tecnológico y espacial15. El volumen se componía de un basamento en hormigón armado y entrepisos diseñados con una estructura metálica (véanse las figuras 4 y 12). El extenso plano principal se apoyaba sobre una serie de cuatro vigas paralelas tipo puente, con una luz entre ejes de 30 metros y voladizos en los extremos de 12,15 metros, con un entrepiso sin vigas intermedio, a nivel +4,20 metros de la planta baja, sobre el que se ubicaban las canchas de bowling y mesas de billar.

Sobre ese escultural basamento en hormigón armado —que constituye el nivel del primer piso en la cota +8,10 metros— se superponía un esqueleto metálico que acusaba, ex profeso, su vocación de liviandad. En los ejes de los pilares de base, se fijaban los pares de montantes en forma de V, cada uno de ellos, compuesto por cuatro perfiles doble T que sostenían dos hileras de exagerados pórticos de 24 metros de luz y 1,20 metros de sección en el travesaño, sobresalientes por encima de la cubierta, en posiciones alternadas. El efecto de ligereza buscado se completaba con la sujeción de tensores, de los cuales colgaban los entrepisos metálicos suspendidos de 8000 metros cuadrados, destinados a mesas para juegos de cartas. Se preveía terminar la cubierta con chapa plegada.

En contraste con este fenomenal despliegue de recursos tecnológicos exhibidos en su desnudez, justificando una aparente racionalidad constructiva, en el auditorio oval, en cambio, se apelaba a una serie de esfuerzos de tensión extremos en función de lograr la forma icónica (véanse las figuras 13, 14 y 15). La estructura compleja y antirracional es inversamente proporcional al tratamiento de los demás sectores. En efecto, la literalidad de la representación de una suerte de plato volador, apoyado en cuatro patas inclinadas, se sobreactúa por encima de una plataforma lisa que acusa la idea de estar en el aire. Para ello, Quiroz diseñó una doble cáscara de hormigón armado sostenida por costillas reticuladas interiores, de las cuales se suspenden distintos cielorrasos. Este histrionismo debía enfrentar los problemas que acarreaban los distintos programas que se alojarían dentro: el auditorio en sí mismo, las instalaciones y salas de apoyo, como el foso de orquesta, la caja escénica, los camarines y varios complementos.

Las otras zonas del conjunto se ajustaban a estructuras convencionales, cuya estudiada modulación facilitaría la utilización de carpinterías de aluminio —un producto de reciente disponibilidad masiva en la industria de la construcción—, parasoles, cortinas metálicas y equipamiento de aire acondicionado (véase la Figura 16) (Rougier, 2011). El anteproyecto de 1964 alcanzaba así, un avanzado nivel de detalle apto para una inminente licitación.

Semejante propuesta podría predecir cierta extrañeza ante el impacto de la evidencia construida. Un folleto turístico, difundido luego de la inauguración, ponía de manifiesto tal desconcierto: “Guste o no, una gran obra” (Playas de Necochea-Quequen, 1976, p. 53) (véase la Figura 17). Pero, antes de ello, ocurriría el segundo momento del proceso: el de la puesta en marcha del emprendimiento que tendrá lugar cuatro años después, luego de una nueva convulsión política y la instauración de un gobierno militar por medio de otro violento golpe de Estado.

UNA APUESTA AL FUTURO

En junio de 1966 fue derrocado el presidente Illia. El 13 de agosto de 1968, bajo el Gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y el intendente de Necochea colocaban la piedra fundamental del Casino (Ecos Diarios, 2021, p. 63). El 9 de agosto del año siguiente se adjudicaba la licitación a la empresa Seminara S. A., que tenía varias obras en curso con el Estado (véase la Figura 18). La elaboración de la documentación de obra —en gran parte a cargo de la constructora— fue muy veloz y, de inmediato, dio comienzo el movimiento de tierras. Como explicaba el ingeniero Lorenzo Zolezzi, vicepresidente de Seminara, la primera acción fue la reducción de un médano de doce metros de altura y la preparación de las fundaciones en profundidad, “a modo de trinchera”, para poder anclarlas en suelo firme, un procedimiento que se estaba aplicando en la Cárcel de Encausados en la Capital Federal, otra obra en curso por la misma empresa encomendada, también, por la DNA (Casino Nacional, Necochea, 1972, pp. 10-11; Edificio de la Cárcel de Encausados, avenida Caseros, Pichincha, 15 de noviembre de 1889 y Pasco, 1969, pp. 42-47)16. La primera etapa comprendió la realización del bloque del Casino y del cuerpo perpendicular al mar, destinado a servicios de gastronomía y esparcimiento (Ecos Diarios, 2021, p. 69).

El relato de Zolezzi ilustra la obstinación de Quiroz en la consecución de una construcción sofisticada y rigurosa, posible ante la disponibilidad de recursos para la utilización de piezas tanto prefabricadas como realizadas in situ, producto de la modernización de la industria en el sector. Como se ha señalado, se pone en evidencia que la apertura a las inversiones de capitales extranjeros y la recepción de financiación de organismos internacionales permitió colocar al Casino, en consonancia, con el aumento de la demanda en el mercado inmobiliario y de infraestructuras viales, junto con la activación de la industria siderúrgica y de producción de aluminio primario entre muchos otros insumos directos iniciados en la década anterior (Fiorito, 2020).

La apuesta al futuro no fue solamente formal y simbólica. La demostración de que era posible construir arquitecturas inéditas y “audaces”, como subrayaba Zolezzi, se verifica en la pericia de los ingenieros para forzar las soluciones técnicas en pos de las cualidades espaciales buscadas por los arquitectos de la DNA. Tanto es así que, a pesar de que la cubierta metálica se hizo con un techo plegado Kalha —material que ofrecía serios riesgos en un clima marítimo—, se aplicó igual. Se cubrió con Hypalon, una pintura que servía a la vez como revestimiento. Conscientes de que una obra pública debería tener bajo mantenimiento, los técnicos defendieron esa solución y elaboraron un manual de procedimientos para el control de la aplicación periódica de capas de protección (Casino Nacional, Necochea, 1972, pp. 2-10).

En cuanto a la actualización organizacional, es importante destacar la implementación de teorías matemáticas y computacionales de última generación (Reinhold, 2005). Los distintos tramos de la obra se concibieron como una totalidad y se programaron por medio del sistema del camino crítico (critical path neto [CPM]), cuyos diagramas permitían trazar un plan de trabajo operativo. Ese método exigía una gran coordinación entre la empresa constructora y la oficina de arquitectura, ya que, como reiteraban los ingenieros, “esta no es una obra común” (Casino Nacional, Necochea, 1972, p. 5). Se trataba de una técnica de planificación de tiempos y tareas desarrollada en 1957 desde la empresa norteamericana DuPont y liderada en el ámbito argentino por los ingenieros Hilario Fernández Long y Horacio Reggini (Fernández Long & Reggini, 1967; Reggini, 2022). Ambos se encontraban elaborando los proyectos y cálculos estructurales de obras que también apostaban a grandes desafíos tecnológicos y constructivos, como la Biblioteca Nacional (aunque concursada en 1962, la documentación de obra comenzó en 1968)17, tanto en el ámbito estatal como en edificios corporativos, entre los que se destacaban el Banco de Londres (1961-1966), las torres del Bank of America (1963-1965) o el Hotel Sheraton (1969-1971), por mencionar solo algunos de los emprendimientos contemporáneos, en el marco de los cuales se hace necesario entender el Casino de Necochea.

Financiada por la Lotería Nacional, la marcha de la obra no se detenía. Y el desborde del despliegue tecnológico anticipado desde el anteproyecto, tampoco. Por ejemplo, las vigas en V metálicas se fabricaron en un taller metalúrgico en la provincia de Mendoza, a una distancia aproximada de mil doscientos kilómetros, se transportaron y se izaron en el sitio (Casino Nacional, Necochea, 1972, p. 5). Desde el punto de vista operativo, la insistencia en la imposición de la forma del auditorio obligó a estudiar su solución a través del uso del ordenador electrónico para el cálculo del apuntalamiento: “A los arquitectos también les planteó un problema serio la forma exterior para ubicar los locales ... porque la curva se cierra en los extremos y en los laterales” (Casino Nacional, Necochea, 1972, p. 6). Inclusive, el primer dimensionamiento para alojar los conductos de aire acondicionado hubo que modificarlo, hecho que obligó a la incorporación de otras vigas reticuladas. A su vez, la curvatura desafiaba la estandarización de los elementos industrializados. El diseño de las piezas de cerámica que recubren tanto el exterior como el cielorraso interior del óvalo se hizo también por computadora, porque tenían que encajar a la perfección. Para aplicarlas, se revistió el contorno con una “losita de 8 centímetros” (Casino Nacional, Necochea, 1972, p. 6).

Una serie de efectos especiales completa los detalles de ambientación orientados a la creación del clima lúdico y de esparcimiento del conjunto: una cúpula de hormigón sostenida por caños de hierro cubría el hall de acceso al Casino sobre el segundo piso (véase la Figura 19); el diseño ad hoc del mobiliario y la decoración íntegramente proyectados por el equipo de la DNA, al igual que en otros ejemplos de arquitecturas de estado (Fiorito, 2016) y realizados en un taller de carpintería montado de manera transitoria a modo de obrador, las luminarias encargadas y compradas en Murano (Italia) son algunos de los casos puntuales que ilustran el nivel de control sobre el proyecto y la obra (véanse las figuras 20 y 21), en sintonía con la cultura de la “conciliación de las artes” aún presente en la concepción de la arquitectura como profesión abarcativa (Liernur, 2005).

El skyline creado por el conjunto se reconoce desde aquella perspectiva inaugural de 1964 (véase la Figura 7). Se trataba de la invención de una postal “supermodernista”, con cierto tono idílico, en un sitio veraniego. Un paisaje que se completaba con una parafernalia de artefactos externos que afirman la claridad en el simbolismo del encargo: representar a un Estado nacional con imágenes ligadas a vanguardias espacialistas internacionales. Basta observar la fascinación escultural que ejercen los periscopios de ventilación sobre las terrazas; el tanque de agua como pieza de arte monumental sobresaliente, casi en competencia con el propio volumen oval; el formalismo lúdico de los trampolines, las piletas y la jardinería exótica en colores; las “sombrillas” —una suerte de remates completamente revestidos con cerámicos para cubrir los focos de iluminación de la pista de patinaje y ocultar parlantes— que les dieron “tanto trabajo como construir el auditórium”, resumen la vocación figurativa de la obra (véase la Figura 22).

“LOS AÑOS DORADOS”: LA HUELLA DE UNA ASPIRACIÓN TRUNCA

Esta confianza en la imagen pública estaba ya en ciernes en la década anterior y lo notable es que desde la presidencia de Frondizi, pasando por las de Guido, Illia, Onganía, Levinston y, finalmente, Lanusse, todos los gobiernos —de facto y electivos— fogonearon de manera intensiva un tipo de configuración formal que permitiera reconocer obras públicas singulares en desmedro de la homogeneidad monumental y sobria, de periodos anteriores. La inercia de políticas desarrollistas”, aunque en una puesta en acto espasmódica y desprolija, compartía una vocación común en la intención estética. Se explica en esta saga, la figura de Quiroz a partir del proyecto temprano para el Pabellón Argentino en la exposición internacional de Bruselas de 1958 —en la revista Nuestra Arquitectura, Marzo, 1958— que no solo se relaciona de manera directa con el Casino de Necochea, sino que a su vez consuma una búsqueda incesante en esa línea que encuentra un punto de llegada en el proyecto y construcción —contemporáneo— del Pabellón Argentino para la Exposición de Osaka de 1970 en Japón. Sin embargo, no fue un camino tan lineal. En aquellos proyectos que encaró el equipo de la DNA, liderado por Quiroz, no resultó tan fácil la concreción de los diseños más audaces. Ejemplos como el Colegio Nacional en Bariloche (1958) o la Escuela Normal y Colegio Nacional en Viedma (1963), gestionados también por el método del camino crítico y la planificación cronológica, dejaban para la última etapa la realización de los sectores más icónicos que, en general, eran los auditorios. Precisamente, era la fase que quedaría siempre inconclusa.

Es en este sentido que el caso del Casino en Necochea adquiere importancia, ya que permite hacer visibles otros emprendimientos de estado a través de los cuales se apostó a un futuro modernista —literal o metafóricamente— y que aún son tratados por la historiografía como casos dispersos. Basta señalar aquí obras como el temprano túnel subfluvial (Costa & Müller, ٢٠٢٠) y el Instituto de Investigaciones Científicas en la Plata (Parera, 2020), entre otros. El presente artículo, en suma, invita a ampliar ese corpus.

En un sentido figurado, el complejo de Necochea se enmarca en “los años dorados” (Pedetta, 2019) de los casinos en Argentina. La noche estival del viernes 9 de febrero de 1973, el ministro de Bienestar Social de la Nación Argentina, del Gobierno de facto a cargo del general Agustín Lanusse, Oscar Puigróss, inauguró la primera etapa sala de juegos, confitería, galería comercial y billares del renombrado Complejo Turístico Nuevo Casino, poco antes de la apertura a elecciones presidenciales. Afortunadamente, el auditorio y los bloques faltantes se terminaron, finalmente, al año siguiente durante el convulsionado tercer gobierno democrático de Juan D. Perón.

De aquella expectativa modernista cifrada en la centralidad de Necochea dentro de la planificación de un polo de desarrollo, fortalecido inicialmente con grandes infraestructuras de servicios —energéticos, de transporte y turísticos— el Casino fue el último eslabón de una cadena inconclusa. Entre democracias débiles y dictaduras avasallantes, la obra casi surreal queda como testigo aislado de la aspiración de una ciudad a ocupar un lugar cosmopolita en la región, detenida en un juego cruzado y conflictivo de una ilusoria apuesta a un futuro que, en su propio tránsito, ya quedaba trunco.

AGRADECIMIENTOS

Se agradece la colaboración con información a Jorge Freitas, Fernando Hansen, Jaquelina Scaglia, Gisel Castelli y Germán Conde de Infoleg.

ARCHIVOS

Biblioteca del Centro de Documentación e Información del Ministerio de Economía de Argentina

Archivo del Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública (CeDIAP)

Biblioteca de la Universidad Torcuato Di Tella

Archivo Histórico de Necochea

Biblioteca Andrés Ferreyra en Necochea

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1 Este trabajo se encuentra en el marco del CAI+D 2020: “Arquitectura e infraestructura de Estado en Argentina, apuntes para una historia de la construcción (1962-2006)”. Universidad Nacional del Litoral. Dirigido por el Dr. Arq. Luis Müller.

2 El archivo de planos del Casino se encuentra en el Centro de Documentación e Investigación en Arquitectura Pública (en adelante, CeDIAP): “Lotería Nacional y Casinos en Necochea. Obra ID: 3808” y “Casino Nacional dependiente de la Lotería de Beneficencia y Casinos en Necochea. Obra ID: 3891”.

3 La Ley 14781, sancionada el 11 de febrero de 1959, dio lugar a la creación del Consejo Nacional de Promoción Industrial en apoyo a las inversiones en obras públicas en el interior del país.

4 La empresa Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA) se creó en 1958. Véase SEGBA (1964) y Central Costanera. SEGBA (1966).

5 En 1947 contaba con 49 449 habitantes, pero en 1958 se escindió un sector al sur para crear el Partido de San Cayetano, lo que explica el descenso de habitantes.

6 CeDIAP. Expediente N.o 42377/61. Obra ID: 3808, 3891.

7 En el puerto de Quequén, en 1957, se inauguró la planta de silos subterráneos más importante del país, mientras que en 1959 se ampliaron las obras del elevador terminal.

8 En 1942 se acordó un crédito para una comisión especial investigadora de la Lotería de Beneficencia Nacional. Posteriormente, en el Boletín Oficial 4/1/1945, se declararon caducas las concesiones en todo el país, otorgadas a favor de las entidades explotadoras de casinos o salas de juego.

9 El Decreto 7867/46 está disponible en https://www.boletinoficial.gob.ar/detalleAviso/primera/11103299/19460327?busqueda=1 (Boletín Oficial de la República Argentina, 1946). Ese lapso perduró hasta 1991 cuando se volvió a descentralizar el juego en las provincias.

10 En Necochea, a partir de 1914, funcionó en el hotel construido por la Sociedad de Fomento en avenida 2, entre 85 y 87. Luego, en el Hotel Necochea en avenida 2, entre 81 y 79, y, después, en el Royal Casino de la calle 85.

11 CeDIAP ID: 3808.

12 Para el Ministerio de Obras Públicas (MOP), realizó los siguientes proyectos: Colegio Nacional en San Carlos de Bariloche (1958), Tribunales Federales en La Plata (s. f.), Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, Palacio San Martin, ex Palacio Anchorena (1967), Pabellón Argentino en la Exposición Internacional de Osaka (1970), Dirección General Impositiva en Resistencia (1972), entre otros.

13 CeDIAP. ID: 3891.

14 Un edificio destinado a la sala de juegos y el bowling; otro para locales comerciales, confiterías y oficinas administrativas; el tercero, con el programa cultural (auditorio, cine, salas de exposiciones y teatro); y, el cuarto, el restaurante y la boîte nocturna —estos últimos unidos por una pileta de natación al aire libre.

15 Ese sector se incendió el 9 de agosto del 2001. Véase “Incendio en Necochea: el casino se prendió fuego por tercera vez en su historia” (https://www.baenegocios.com/sociedad/Incendio-en-Necochea-el-casino-se-prendio-fuego-por-tercera-vez-en-su-historia-20200816-0097.html).

16 Según describía Zolezzi, “en un momento dado, la carga de trabajo que recayó sobre el sector de técnica fue realmente agobiante. Todas esas dificultades se superaron porque en Seminara hay un equipo de gente que cuando llega el momento de hacer un sacrificio no se arredra y además, porque esta obra se tomó con cariño.… gran cantidad de detalles han sido resueltos con dibujos y especificaciones propias” (como se cita en Casino Nacional, Necochea, 1972, p. 5).

17 Fondo Francisco Bullrich-Biblioteca Universidad Torcuato Di Tella.