Introducción a la presente edición*
¿Qué es la inteligencia artificial?

Armando Andruet**

doi: https://doi.org/10.26439/iusetpraxis2023.n057.6853

Se podrían, sin duda, señalar varias cosas ante una pregunta tan amplia, por ello me parece que, a efectos de colocar un poco de foco en el tema, quizás corresponda señalar que, como toda cuestión que es creada por el ser humano, en realidad la misma criatura, que llamamos inteligencia artificial (IA), tiene tanta subjetividad de su creador como en cualquier otro caso.

Por de pronto, bien corresponde destacar que la inteligencia artificial no es artificial; toda vez que artificial es aquello que resulta ser sintético y la IA no es sintética porque detrás de ella hay personas que la hacen. Luego es tan real como cualquier artefacto hecho por humanos. Cuando uno tiene que cumplir con un código de confirmación seleccionando las imágenes que contienen bicicletas, semáforos, etcétera, cuando aparece el Captcha en una máquina, debería pensar en los miles de personas que han estado trabajando, justamente, generando y educando a un software para que pueda realizarse esa pregunta y luego poder confirmar que el mencionado chequeo es correcto o no.

Debemos olvidar cierta cuota de romanticismo que envuleve a las IA, pues existe una agobiante labor de enseñanza humana para que las IA aprendan —les enseñamos a las IA de una manera análoga a la cual empleamos cuando les enseñamos a los niños— , y toda esa labor la realiza una persona. Por ejemplo, hay personas que le enseñan a la inteligencia artificial a reconocer cosas, y es solo luego de eso es que se implementa a la inteligencia artificial. Y se suele olvidar que atrás hay personas que han hecho ese gran trabajo.

Ese también es un tema que —en el espacio de la discusión tecnológica, por ejemplo, de una universidad— hay que pensar muy seriamente, en especial desde una perspectiva que se corresponda con la mayor o menor responsabilidad social en situaciones oprobiosas comunidades de países en desarrollo, donde, por ejemplo, se abonan honorarios exiguos por labores rutinarias destinadas a alimentar el soporte de las IA que, por lo tanto, resultan completamente deshumanizantes. No pueden ser despreciadas esas cosas.

En rigor de verdad y, si bien debería ser mucho más amplio el desarrollo, no se puede soslayar la indicación de que, en buena medida, más allá de los diferentes aprovechamientos que todos hacemos de la IA en nuestra vida corriente, ella es también un registro de auténtico poder; es decir, el mundo no va a estar gobernado —ni siquiera— por los Estados, va a estar gobernado por quien tenga el poder para ejercitar la práctica de las inteligencias artificiales. Esos son los desafíos.

El desarrollo de la inteligencia artificial entró en una pausa alrededor de los años sesenta, puesto que había un registro que no estaba disponible a nivel masivo y gratuito, esto es, datos. Datos que todos nosotros hemos enajenado a título gratuito a diferentes plataformas sociales, a partir de la idea de que ello nos ayudaba a tener más conectividad con otras personas o nos permitía hacer adquisiciones de bienes y servicios. Luego volverían los intereses económicos, esta vez detrás de quitar de esa pausa los estudios e investigaciones a mediados de la década de 1980.

Pero, hay que reiterar, las investigaciones de IA se detienen cuando no se podían encontrar datos y lenguaje natural masivo y digitalizado: no estaban los elementos o las fuentes para autoabastecerse. Con ello recuperado, es cuando la inteligencia artificial entra en su primavera —para lograr posicionarse luego en esto que nosotros estamos visualizando— cuando el internet queda precisamente bajo esta plétora de información, de documentos, de datos, de metadatos, que antes no existían.

Desde el 2004, cuando, en definitiva, se pone en marcha Facebook, es cuando empieza a haber muchos más datos y metadatos fuertes y, además, con filtros de segmentación por diferentes perfiles. Allí está la fuente de alimento que precisamente vuelve a despertar el interés por la inteligencia artificial, porque antes, el desarrollo tecnológico existía, pero había una carencia de la información. Ahora se combina la tecnología —más desarrollada, por supuesto— con los datos que eran, realmente, la única fuente. Antes, ¿qué había como datos? Existían unas cuantas bases de datos, pero no estaban en producción; no había esta acción de desprendimiento que todos hacemos cuando entramos a una base de datos que —por ejemplo— vende ropa, que vende autos o que nos ofrece diarios.

Todo esos datos, en definitiva, son los que devuelve Chat GPT o la inteligencia artificial que sea. ¿Qué nos está devolviendo? Nos devuelven datos. Por eso, cuando uno tiene la capacidad de hacer los prompts cada vez más perfilados, la respuesta es mejor, porque naturalmente se introducen datos más precisos.

Ante ello, ¿cuándo aparece la imposibilidad de la respuesta de IA? Hasta hoy, cuando no hay capacidad operativa de construir los datos y ello es lo que acontece para construcciones de tipo emocional y/o afectivo, no porque la IA, no pueda escribir un poema amoroso, sino porque no puede es tener un sentimiento exclusivo de la emocionalidad porque lo que no tiene es una consciencia de ser alguien, de tener subjetividad, de ser un yo. No debemos olvidar que es una cosa, una fabulosa máquina, nunca una individualidad personal.

* A propósito del tema de la presente edición, las siguientes líneas provienen de una conversación entre el Dr. Armando Andruet y los alumnos Alejandra Becerra, Sharon Florez, Gian Carlos Salazar y Ariana Vilca, integrantes de la Revista Ius et Praxis y estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima.

** Doctor en Derecho. Presidente de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (Argentina). Profesor emérito de la Universidad Católica de Córdoba. Profesor titular de Historia de la Medicina en la Universidad Nacional de Villa María. Presidente del Tribunal de Ética Judicial del Poder Judicial de Córdoba.